tag:blogger.com,1999:blog-40879095978297249222024-03-05T05:58:16.098-03:00Las Puertas del DelirioPutrefacciones personales y literarias varias con el fin de exorcizar demonios internos y ojalá, los de algún otro navegante de la red...Las Puertas del Deliriohttp://www.blogger.com/profile/03927568272950005092noreply@blogger.comBlogger55125tag:blogger.com,1999:blog-4087909597829724922.post-85940128943822545242009-05-13T23:20:00.001-04:002009-05-13T23:22:29.378-04:00UN ENSAYO SOBRE EL OLVIDO (1)1.- ALFONSO<br /><br />“Juanma es un solitario criador de perros que vive en las afueras de Málaga. Su vida transcurre entre las competencias caninas de las que participa en toda Europa, y el adiestramiento de animales no sólo para torneos y exhibiciones, si no que además para colaborar con la policía, situación que lo relaciona con el que quizás es su único amigo, el Capitán Armijo. Conoce al dedillo el comportamiento y características de sus animales y de otros canes que no son de su propiedad, habilidad que lo convierte en un personaje excepcional. Durante un tiroteo entre la policía y narcotraficantes, uno de los perros de Juanma muere en misteriosas circunstancias. La investigación que lleva junto a Armijo se une a la de Isabel, joven miembro de un grupo radical ecologista. Juntos recorrerán Europa descubriendo el oscuro mundo de las más sangrientas y brutales competencias clandestinas que involucran todo tipo de animales, al mismo tiempo que develarán la turbia trama que se oculta tras la muerte del perro de Juanma”.<br /><br />Alfonso observó por unos segundos más las letras impresas sobre la contraportada negra antes de volver a la solapa donde estaba su reseña biográfica.<br /><br />“Alfonso Correa Henke nació en Santiago de Chile hace 38 años. Es abogado, pero la literatura es la pasión que lo ha llevado a la fama mundial. Radicado en Madrid desde hace poco más de una década, ha publicado cuatro novelas y un libro de cuentos. “Bajo el Puente”, su primera publicación, obtuvo el Premio Goncourt y se editó en cinco idiomas en más de cincuenta países. Su tercera novela, “Corazones de Cemento” fue aplaudida ampliamente por la crítica, publicada en casi cien países y próximamente será llevada al cine, guionizada por el propio autor, quien reparte su tiempo entre las cátedras que dicta en la Facultad de Filología de la Universidad Complutense de Madrid, la realización de talleres literarios independientes y su incansable labor como escritor”<br /><br />Se quedó mirando la portada por un par de minutos. Nunca estuvo muy convencido del diseño final que le propuso Mercè Llunell, su editora catalana, mujer cincuentona de carácter recio y con la que había aprendido a no discutir pues generalmente, sus decisiones eran las correctas. Alfonso se dedicaba a escribir. Lo demás, lo dejaba en manos de Mercé y también de Almendra. Al fin y al cabo, ella era la que en los últimos años había despejado sus reticentes dudas respecto de muchas decisiones literarias y de vida en pareja. La mirada penetrante del perro, rodeada por la oscuridad y trazos que asemejaban gruesos y sucios pelos, y algunas manchas de sangre excesivamente roja no era lo que tenía en mente para el título de la novela, “El Galgo”. Es más, ese era el apodo del personaje que sirve como catalizador para la subsiguiente epopeya de Isabel, Juanma y Armijo en busca de desenmascarar la turbia red oculta tras las peleas de perros, carreras clandestinas de caballos, tráfico de pieles, cacería de especies en peligro de extinción… Pero sus deseos nada tenían que ver con la excelente venta que había tenido la novela hasta la fecha y el llamado de un productor estadounidense solicitando los derechos del libro para llevarlo a la pantalla grande. Observó las nubes que pasaban por la ventanilla del avión como marejada de algodón e imaginó qué actores gringos podrían encarnar a Juanma, Isabel, el Galgo, Armijo… Acarició la portada con suavidad y se llevó los dedos a la nariz para percibir los retazos del aroma a libro nuevo que tanto le gustaba. Le subió el volumen al reproductor de mp3 y trató de concentrarse en la guitarra sollozante de Steve Vai, pero sabía que todo eso era una excusa para evitar la ansiedad angustiosa que le provocaba el hecho de saber que, después de trece años, volvía a Chile.<br /><br />No era que nunca hubiese querido ir. Es más, estuvo varias veces con los pasajes en la mano, pero los imponderables de la vida le impidieron el regreso. Cuando sus padres se separaron, sintió la imperiosa necesidad de ir a consolar a su viejo. Mal que mal, Víctor tenía sangre de artista, aunque lo suyo era la pintura, y era el único que lo había alentado abiertamente a escribir. Suponía que el más afectado por aquella situación sería él, no mamá. Ella sería capaz de reorganizar su vida, considerando además que en esa época, a sólo dos años de su partida, aún no superaba la barrera de los cincuenta, a diferencia del viejo que ya pasaba los 60 y que con el paso del tiempo se había tornado más arisco, filosófico y ermitaño, al punto de renunciar a la compañía que había fundado a fines de los 70 junto a varios colegas y amigos, para dedicarse plenamente a su pasión postergada, la pintura. Quizás esa fue la decisión que terminó por colmar a Beatriz o sólo la excusa que buscaba para dejarlo solo y a su suerte.<br /><br />Alfonso no pudo viajar en la fecha prevista. Tenía encima el lanzamiento de su primera novela y con ella, compromisos que Mercè le prohibió cancelar. Una vez terminada la vorágine de la edición, que ni él mismo había imaginado en sus mejores sueños, lo intentó nuevamente, pero una oferta el Instituto de Artes Courtauld de Londres para realizar algunos cursos de literatura, le hicieron cancelar definitivamente las reservas. De todas maneras, llamados telefónicos y correos electrónicos le confirmaban que sus padres estaban relativamente bien, cada uno por su lado. Víctor pujando por levantar su carrera como pintor, aunque sólo había conseguido venderle sus obras a algunos amigos; Beatriz, disfrutando de viajes por el mundo junto a su nueva pareja, un gringo colorado, gordo y blondo que explotaba oro y diamantes en minas de tres continentes.<br /><br />Supo que volaba sobre Chile con sólo ver las estrías de los cerros de la portentosa cordillera de la costa. Un escalofrío recorrió todo su cuerpo, tensándole el estómago, secándole la garganta, engrosando las lágrimas que no quería derramar. Pensó en Almendra por breves segundos ¿Qué hubiese sentido? ¿Cómo trataría de aplacar un posible ataque de nervios incongruente e injustificable? Ella poco sabía de sus manías y obsesiones, así es que lo más probable es que durante el viaje, hubiera reprimido todas esas sensaciones que lo conmovían. Por eso quizás, recordó la segunda vez que quiso viajar. Fue para despedir a Arturo, su primo, su mejor amigo. Habían nacido con un par de meses de diferencia y ese mellizazgo casual y a medias sanguíneo, los unió en andanzas infantiles y aventuras juveniles. Le dolió saber que una pena de amor lo había obligado a tomar la fatal decisión de tirarse desde el balcón de su departamento en Las Condes. Aquella hermandad cómplice de otrora le hirvió la sangre y como nunca, extrañó Chile, extrañó Santiago; las calles de Ñuñoa en donde jugaba a la pelota, los patios del colegio, tomar cervezas en las plazas, carretear en Bellavista, los pastos de la universidad, los besos furtivos de media tarde con Emilia… La verdad, no pensó en ella mientras preparaba las maletas y hacía las reservas para viajar lo antes posible a Chile, aún sabiendo que no llegaría al funeral. Pero debía despedirse de Arturo. En esa ocasión, una repentina fiebre fue el primer síntoma de la pulmonía que lo tuvo postrado por dos meses. Cuando se recuperó, ya no valía la pena cruzar el charco.<br /><br />La tercera vez había sido después de la publicación de “Corazones de Cemento”, la epopeya de un albañil nigeriano en Europa. El revuelo causado por la adquisición de los derechos para convertir la novela en un film hollywoodense por fin tentó a un productor chileno que le ofreció una visita al país para firmar libros, participar de programas de televisión, dictar algunas charlas, todo decorado por alucinantes regalías… A Almendra aquella oferta tan ampulosa le parecía, por lo menos, extraña. Alfonso no escuchó a su pareja y se lanzó en manos de los medios, anunciando su regreso a Chile. Almendra le dijo por primera y última vez que le prestara atención antes de tomar cualquier decisión. Cuando Alfonso estaba a punto de subir al avión, todo se canceló. El productor no era más que un estafador que se hizo de veinte millones de pesos de los diferentes auspiciadores de la visita de Correa Henke y que en un pestañeo, desapareció sin dejar rastro alguno.<br /><br />Eso había sido hace poco más de un año. El guión estaba terminado. La película se empezaría a rodar en una semana. Ya no tomaba decisiones importantes sin consultar con Almendra y luego, con Mercè. En base a lo sugerido por ellas era que luego de pasar por Santiago volaría directamente a Italia para ser testigo de las primeras escenas del rodaje de “Corazones de Cemento”. Mercè había coordinado esta visita a Chile, el mismo Chile que veía allá abajo cada vez más lleno de colores y formas calcadas de un mapa satelital. No quedaban más de veinte minutos de vuelo, así es que apagó el reproductor de mp3 y se abrochó el cinturón. Con los pies confirmó que su notebook todavía estuviese bajo el asiento y cerró los ojos. La visita incluía la firma de autógrafos en una librería de Providencia, un par de entrevistas esa misma tarde, un taller intensivo de literatura para estudiantes de educación media en el Instituto Nacional; más entrevistas y otra firma de autógrafos al día siguiente y luego, un par de días de solaz para visitar a sus padres, a sus primos, a su hermana, a sus amigos…<br /><br />La voz de una aeromoza anunció, en español e inglés, el inicio del descenso sobre la losa del aeropuerto Arturo Merino Benítez. Alfonso cerró los ojos. Esa era la parte que más detestaba de los vuelos. Ya le había pasado en Buenos Aires hace varias horas y hace un rato, en Lima. En ese momento, la sensación de vacío y náuseas era aún más desagradable, pues se le mezclaba con la ansiedad ya incontrolable de pisar tierra chilena lo antes posible, de sentirse en casa otra vez. A Alfonso le parecía que la presión iba a comprimir la cubierta metálica del aparato, convirtiéndolo a él y a los demás pasajeros en charquicán. Luego, las ruedas tocando la pista, acentuando por breves segundos las sacudidas rápidas y sucesivas. Debería calmarse, pero aún tenía el corazón atravesado en la garganta y los pulmones, congelados por el pánico, imaginando una decena de tragedias diferentes que podían ocurrir durante aquel fugaz recorrido sobre la losa. Sólo cuando el avión se detuvo definitivamente, abrió los ojos. Todos los malestares desaparecieron en milésimas de segundo y por fin, pudo despegar las manos de sus rodillas, en donde dejaron notorios trazos de transpiración. Inspiró hondo y sacó su notebook de abajo del asiento, disponiéndose a descender y pisar suelo natal por primera vez en trece años… Trece años. Qué rápido pasó el tiempo, pensaba, como hojas de un libro que no le gustaba y comenzaba a saltar hasta dar con algún capítulo que le gustara, y así sucesivamente, hasta llegar al final, sabiendo con claridad todo lo que había ocurrido en la novela, pero sin haberla leído en su totalidad. Así sentía que había pasado aquel tiempo en España, como si lo único que hubiese estado esperando era aquel regreso, como un moderno exiliado por motivos más sentimentales que políticos, un patiperro por descarte, expatriado por decisión propia y tozudez intransigente. Avanzó por la manga, confundiéndose con los pasajeros, disfrutando el contaminado aire santiaguino, tan contaminado como en otras partes del mundo pero que ahí, tenía un gusto especial, un aroma nostálgico, vivo, casi poético. Lo primero que haría al llegar al hotel sería llamar a Víctor, a Beatriz y a Marcela, su hermana, aunque nunca se habían llevado bien pero qué más daba, la sangre tiraba y quizás era el momento de sanar viejas heridas. La espera por el equipaje se la hizo eterna, mientras se distrajo pensando en las palabras ideales para usar en la conferencia de prensa. Sus pupilas se detuvieron en las estrías kitsch del alfombrado mientras en sus oídos redundaban algunos murmullos que parecían denotar haberlo reconocido de la contraportada de alguna edición pirata de cualquiera de sus novelas. Por fin vio pasar sus maletas y con presteza, las cogió para dirigirse a paso raudo hacia la salida de la terminal.<br /><br />Entre la masa informe de gente agolpada tras los ventanales, esperando a los pasajeros que lo rodeaban, Alfonso trató de descubrir en el menor tiempo posible el letrero que llevaba su nombre, de acuerdo a la promesa de Simón Urbano, el gerente de la editorial en Chile. Y cuando creía haber visto a un chofer de aspecto cansado e indiferente, es que las desesperadas señas de un par de brazos largos y flacos le llamaron la atención. No demoró en encontrar y reconocer el rostro al que pertenecían aquellas extremidades de orangután adolescente. Entre los contornos a contraluz, vio aparecer la cabeza angulosa de Sergio Linares; su boca se movía, pero Alfonso era incapaz de identificar lo que decía. Tampoco pudo hacerlo una vez que Linares lo estrujó entre sus brazos, haciéndole sentir que definitiva y realmente estaba en Chile. El chofer por encargo se les acercó, masticado alguna vulgaridad entre dientes.<br /><br />-¿Usted es el señor Alfonso Correa?<br /><br />-Sí, sí…<br /><br />-No se preocupe, amigo. A este huevón me lo llevo yo ¡Hace trece años que no lo veo!- interrumpió Linares, arrastrándolo lejos del conductor que no hacía más que insistir en que la carrera se la iban a tener que pagar completa, hasta el hotel…<br /><br />-No era necesario, Sergio…<br /><br />-¿Cómo que no? Esto es un motivo de celebración, compadre, hay que aprovechar al máximo los días que estés aquí. Te tengo preparado todo un itinerario para ver a los viejos compañeros de carrera, ir a carretear a un par de pubs y…<br /><br />-Vine a trabajar, no a carretear. Y a ver a mi familia. Si me queda tiempo, podemos hacer algo, pero tengo otras prioridades.<br /><br />-Los años te han cambiado, Alfonso, pero bueno, ahí veremos qué se hace. Ya, ahora dime dónde tienes que ir- Sergio abrió la puerta del auto, invitándolo a sentarse con una sobreactuada reverencia.<br /><br />-Al Hyatt, por favor- respondió Correa, engolando la voz.<br /><br />Santiago era diferente, pero era el mismo. Las calles lucían aparentemente distintas entre nuevas señalizaciones, cambios de sentido, semáforos en esquinas antes intocadas, micros de colores que sólo había visto por televisión o en internet, muchos más autos de los que recordaba, pisoteando el asfalto con inclemencia abrumadora de gran capital. Pero entre todos esos cambios obligados por el progreso impiadoso, le era fácil identificar las mismas fachadas grisáceas, los árboles centenarios de la Alameda, los viejos locales que solía visitar y las marquesinas sucias de los que nunca había conocido. Sí, porque Alfonso aún tenía en la memoria el contraste oprobioso entre el Santiago que había dejado con el de un Madrid moderno y primoroso. Pero era especialmente el ademán adusto de los transeúntes el que le recordaba el inherente y sólido contenido espiritual de la ciudad que había dejado atrás hacia tanto tiempo, más del que realmente el calendario le indicaba y que comenzaba a vislumbrar como un sueño demasiado largo. Un sueño que le había sumado algunos kilos, despejado la frente igual que su padre, cincelado unas arrugas inocuas en diversos ángulos del rostro; un sueño que lo había convertido en un escritor profesional, en profesor, en novio orgulloso y pleno... Recordó el compromiso hecho con Almendra unos días antes del viaje. De hecho, recordó a Almendra después de muchas horas en las que divagó buscando olvidar el miedo a volar. Sacó la billetera y le mostró una foto de ambos, tomada hace casi cinco años en el acceso principal del Palacio Gaudí.<br /><br />-Si, la he visto- acota Sergio, apenas echándole una mirada a la fotografía antes de volver a concentrarse en la carretera.<br /><br />-Es imposible que hayas visto esta foto, Linares. No seas mentiroso…<br /><br />-No, la foto no. A ella. Nos has bombardeado con tus correos electrónicos y tu mamá también nos reenvía lo mismo. Está orgullosa de ti y no pierde ocasión para demostrarlo.<br /><br />-¿Mi mamá?- Para Alfonso fue toda una sorpresa. Después de todo lo que había ocurrido, no imaginaba a Beatriz con el pecho inflado por sus logros.<br /><br />-Si, tu mamá, porque tu hermana ni siquiera habla de ti.<br /><br />Eso no era extraño. La relación con Marcela, que nunca fue de las mejores, empeoró hasta hacerse inexistente después de la separación de sus padres. Y él aún no podía comprender cómo ella fue capaz de ponerse del lado de la mamá y más aún, cómo fue capaz de insinuar que no había sido una pena de amor la que había obligado a Arturo a suicidarse, si no que aquella horrible e incurable enfermedad que él ni siquiera se atrevía a mencionar en voz alta para no perturbar el descanso eterno de su primo.<br /><br />-¿Y cómo están los demás?- preguntó. -A muchos les he perdido el rastro en los últimos meses.<br /><br />-Bueno, tú ya sabes que el Feña está trabajando en Nueva York, que la Mari Contardo está dedicada a sus cuatro hijos, que Salvatierra es uno de los cerebros del Ministerio de Hacienda, el Guatón Kalasic y el Toño Iceta siguen trabajando en el diario, y la Susy Prieto se dedicó al negocio de los restoranes con su marido… Yo tampoco he sabido mucho de los demás. Alejo Müller está viviendo en Brasil, en una comunidad indígena o algo así, haciendo un documental que lleva años… La Pola Cataldo se fue a vivir a Punta Arenas con su esposo y bueno, la Emilia…<br /><br />-No me hables de ella. No quiero saber nada.<br /><br />-Compadre, no hueveé. El perdón nos hace bien para el alma.<br /><br />Alfonso no respondió. Se cruzó de brazos tratando de borrar las imágenes que se le agolparon en la mente como una avalancha que poco a poco, fue cobrando sentido, entre lágrimas, pastillas, promesas estúpidas e incumplidas, hasta que la película comenzó a correr en reversa, al preciso instante en que ella cerró definitivamente la puerta de la sala para nunca volver, dejando como único y doloroso legado, el anillo de compromiso que por un par de meses llevó en sus dedo anular izquierdo.<br /><br />Nunca imaginó que un cuerpo ocupara tanto espacio y consumiera tanto aire.<br /><br />La única promesa que cumplió fue la de irse de Chile. Claro que pensó que sería por menos tiempo, pero las cosas se le dieron excelentemente bien en el exterior, hasta que se enteró de la traición de Emilia, una traición peor que la de la ruptura…<br /><br />El Hyatt se dibujo en toda su magnífica y gélida opulencia en el horizonte. A los pocos minutos, el auto de Linares se hallaba detenido en el estacionamiento. Junto a un botones, Simón Urbano, impecablemente vestido de lujoso y prefabricado sport, le fruncía el ceño al saludarlo, preguntándole con la mirada por qué diablos le había hecho gastar dinero en un chofer de mal genio y actitud prepotente que le estaba cobrando por una carrera que no hizo.<br /><br />-¿A qué hora empezamos?- preguntó Alfonso, buscando evitar el tema del arribo.<br /><br />-En una hora más debemos salir del hotel para ir a la librería. Anita está coordinando todo allá. Tenemos al menos cincuenta personas que están esperándote y los medios llegarán, como siempre, al filo de la hora.<br /><br />Linares le extendió una tarjeta.<br /><br />-La invitación está hecha, compadre. Me llamas, ¿okey?<br /><br />Alfonso asintió con las pestañas. Linares dio media vuelta, mientras él se internó en el hall amplio y aséptico, tras Urbano y el botones que cargaba sus pocas pertenencias en un innecesario carrito.<br /><br />Se tendió en la cama cuan largo era. Se quedó mirando el techo, buscando blanquear la mente, pero Emilia volvía insistentemente a sus recuerdos. Había sido una perra. No por lo de la ruptura, pero sí por lo del libro. Descaradamente, le había robado su idea, sus palabras, su talento. Y lo peor de todo era que no tenía cómo demostrarlo, pues el único manuscrito original de aquella obra maestra que se había convertido en texto obligado de toda su generación, estaba en manos de Emilia ¿Cómo pudo haber sido tan estúpido? Un arranque de ira y despecho, lo había obligado a vomitarle aquel texto apócrifo, testamento de todas sus vivencias juntos, como una forma de provocarle algún remordimiento. Pero ella había sido más inteligente y fría. Tomó aquel tratado y lo publicó a nombre propio, llenándose de éxito y dinero. Alfonso sacudió la cabeza. Era hora de tomar una ducha y olvidar de una vez por todas aquellas cicatrices dolorosas a punto de volver a sangrar. Incluso el agua era distinta en Chile. Su sabor, su consistencia, su transparencia engañosa… Al poco rato, ya estaba vestido con un pantalón de tela oscuro, una camisa beige y el escaso cabello que le quedaba en la cabeza, mucho más abundante en los parietales, bien despeinado. Los anteojos de marco negro y grueso bien instalados en tabique y las palabras para responder a cualquier pregunta, en la punta de la lengua, como balas en un cargador.<br /><br />El citófono llamó. Simón Urbano le solicitaba perentoriamente que bajara para partir a la librería. Antes de salir, el móvil de Alfonso le indicó que una llamada de Mercè estaba entrando.<br /><br />-¿Todo bien?<br /><br />-Sí, todo bien. Un malentendido con el chofer, pero nada más.<br /><br />-Sí, ya me enteré. Eso no es lo que importa. Tienes que enfocarte en hacer bien las cosas por allá. Firma libros, habla con la prensa… haz lo tuyo, coño. Y por favor, evita a tus amigos y trata de no ocuparte mucho de tu familia. Sé que tienes muchas ganas de verlos, pero no es tu objetivo principal.<br /><br />-Sí, lo sé. Te llamo apenas termine en la librería.<br /><br />-Okey.<br /><br />Apenas terminó de hablar con Mercè, marcó el número de Almendra, pero no obtuvo respuesta. Poco después, ya estaba nuevamente en el hall, casi arrastrado por Simón Urbano hacia un taxi que los llevaría hasta Providencia. Volvió a llamar a Almendra. Esta vez, escuchó el tono de espera por largo rato, mientras trataba de captar lo que Urbano le decía para responderle una vez que colgara.<br /><br />-… y en la noche cenamos con algunos ejecutivos de las empresas que auspiciaron tu visita. Ya sabes, algo formal, como para dejarlos contentos, ¿te parece?<br /><br />-Por supuesto. Ese es uno de mis objetivos principales- concluyó Alfonso. Supuso que en un par de horas más, Simón le repetiría el itinerario, así es que no se preocupó demasiado. Sí se sorprendió al llegar a la librería y encontrar un numeroso tumulto en las afueras. No tardó en descubrir que llevaban diferentes ediciones de sus libros entre manos. El falso orgullo le jugó una mala pasada. Bajó del auto con lentitud de sabio sereno, sin considerar que los más jóvenes no respetarían el frágil orden establecido y se abalanzarían sobre él, buscando su autógrafo con celeridad para largarse ahí lo antes posible. Urbano, el chofer del taxi y un par de mocosos empleados de la librería le sirvieron de débil escudo para llevarlo al interior, casi en vilo, mientras él trataba de mantener la compostura en medio de aplausos, vítores y frases de apoyo y adulación. Conversó brevemente con la dueña del local, mientras se daban la mano. Ella le aseguró que jamás, en sus veinte años de trayectoria, había ocurrido algo así. Luego, saludó a Anita, la asistente de Urbano, una chica joven y delgada, de actitud tímida y ojos tristes. Una vez detrás de un escritorio especialmente habilitado para la firma de los libros y custodiado por los mismos enclenques e improvisados guardaespaldas, Alfonso saludó al público presente y a los medios de comunicación que se habían venido encima, acorralándolo entre la mesa, la estantería que estaba a sus espaldas y los casuales guardias. En seguida, respondió algunas preguntas de los periodistas (sin usar ninguna de las frases que había masticado durante el viaje), todas ellas en torno a la posibilidad de llevar “El Galgo” al cine, y luego, acuciado por las palabras de la propietaria del lugar, inició la firma de libros que, por lo visto, le tomaría varias horas.<br /><br />Los fanáticos de mirada absorta eran variopintos. Desde niñas de uniforme escolar y peinados de dibujo animado japonés, hasta tipos y tipas con vestuario y actitud intelectual, una mezcla absurda de retazos góticos, punks y beatnik, además de algunos viejos de ademán compungido, actitud flemática y millones de lecturas colgándole de los ojos. Los escuchaba hablar mientras repetía la dedicatoria bajo el título impreso en grandes letras Garamond negras en la página tres. Pero era incapaz de retener lo que decían. Adulaciones, epifanías de madrugada, arengas de ánimo, confesiones de escritores principiantes y buenos deseos abundaban en los cortos discursos a los que se enfrentaba mientras dejaba correr la pluma con una sonrisa maniquea tallada en el rostro. El hambre comenzó a acosarlo. La mirada de Simón lo apuraba. La fila de fans aún era larga. Urbano ordenó cerrar las puertas a pesar de las pifias furibundas y los insultos de los que quedaron fuera.<br /><br />-No has cambiado en nada.<br /><br />Aquella voz lo congeló. Acababa de abrir el libro que unas delgadas y pálidas manos femeninas le habían entregado, sin levantar la cabeza ¿Cómo pudo olvidar aquellos dedos gélidos y mustios? En cosa de segundos, decenas de escenas de una vida que parecía anterior, ajena y novelada pasaron por su cabeza. Obligado por la situación, levantó la vista. Emilia tampoco había cambiado demasiado.<br /><br />-Sigues teniendo el mismo desprecio por la gente que te rodea- continuó ella, con una sonrisa pétrea cincelada fríamente entre sus mejillas etéreas.<br /><br />-Me parece que no es el momento de discutir sobre mi forma de ser ¿Por qué mejor no me dices para quién es la dedicatoria?<br /><br />-Para mi mamá.<br /><br />Alfonso se detuvo antes de escribir el nombre que concluía la frase “Con mucho cariño para…”. Emilia percibió su turbación, pero no dijo nada. Simón hablaba por el móvil. La dueña de la librería miraba la hora mecánica y compulsivamente, con ademán absurdo y desconcertado. Las cabezas de los fans se asomaban constantemente, buscando descubrir el motivo de la detención del caudal que hasta el momento, había fluido lenta pero constantemente.<br /><br />-Emilia… Recuerda que llevo el mismo nombre de mi madre- dijo ella, finalmente, sin disimular la sorna.<br /><br />-¿Estás segura que no es para ti?- replicó Alfonso, con similar ironía.<br /><br />-Sí. No me gustan los libros rayados ni con las puntas dobladas. Tú lo sabes.<br /><br />Alfonso escribió el nombre con letra temblorosa. Otra vez, en cosa de segundos, ciertos hechos golpearon sus músculos con ira sádica, tensándole los dedos mientras terminaba la otra parte de la dedicatoria. Cerró el libro. Nuevamente levantó la vista para entregárselo a Emilia y reflejar sus pupilas en las de ella para darse cuenta que el haberle robado años de su vida y creatividad no le dolían en lo más mínimo, que aquella afrenta en contra del doloroso amor de juventud no fue más que una excusa para el saqueo impiadoso de las riquezas de su mente. Y peor aún, que nadie jamás lo sabría. Apenas ella hubo dado vuelta, encaminándose hacia la puerta de acceso, Alfonso llamó a Simón.<br /><br />-Tenemos que irnos.<br /><br />-Sí, lo sé, pero primero debes terminar de firmarle los libros a esta gente, así es que cambia la cara y haz lo tuyo.<br /><br />Por un momento, Alfonso quiso golpearlo, pero se contuvo. Sonrió plástico y se volvió hacia el tipo alto, flaco, barbón y de bufanda roja que le extendía una copia de “El Galgo” que él cogió con rudeza. Le era imposible dejar de pensar en Emilia, recrear su rostro lechoso y frío sobre el título en letras negras que le recordaba la traición, el quiebre, la soledad, el exilio tan doloroso en un comienzo, tan merecido después. El móvil llamó. Era Almendra.<br /><br />-Mi amor, estoy en la librería aún. Te llamo cuando llegue al hotel.<br /><br />-¿Todo bien, Alfonso?- pregunto ella, entre estática y ecos.<br /><br />-Sí. Todo bien. Fue muy bueno regresar- mintió, pues su cuerpo le pedía a gritos volver a España antes de encontrarse con más trozos tortuosos de su pasado indeciso y cubierto por la contaminación de la capital que en ese instante, le volvía a perecer pueblerina, mientras la pendeja de uniforme estaba a punto de estallar en lágrimas, mientras entre palabras atropelladas intentaba explicarle lo trascendental que fue para ella haber descubierto sus textos. Él sonrió compasivo.<br /><br />-Te llamo, ¿okey?<br /><br />-Okey…<br /><br />Colgó. Le echó una mirada rápida a las veinte personas que aún quedaban en la fila y suspiró aliviado. Aquel martirio estaba pronto a concluir. Se quedó mirando a la pendeja con furia, congelándola en un rictus de supurante espanto.<br /><br />-Si realmente hubieras leído todo lo que he escrito, no te podrías sostener en pie- le dijo, pero como si hablara consigo, terminando la rígida dedicatoria con un gran firma.<br /><br />Simón le recomendó a esperar a que el tumulto en el exterior se disolviera, pero los rostros pegados a las vidrieras le indicaban a Alfonso que estaban dispuestos a esperar por lo menos, un par de horas más. Y él, ya no quería estar ahí. Sólo imaginar los libros de Emilia apilados junto a los suyos le revolvía el estómago y aquel deseo nudosa de volver a España, a su casa, a Almendra lo antes posible, acrecentaba aquella sensación de vértigo incontrolable. Usando nuevamente el mismo enclenque escudo humano que lo llevó al interior, Alfonso regresó al auto, rodeado por epítetos de grueso e insultante calibre. No bien hubo tomado Avenida Providencia, un par de libros se estrellaron contra el parabrisas trasero y otros tantos, en el techo y las puertas.<br /><br />-¿Podemos cancelar las actividades de la tarde? No me siento bien…<br /><br />-No podemos cancelar nada, Correa. Estamos con el tiempo en contra y lo sabes, pero sí vamos a retrasar las entrevistas de la tarde en un par de horas. Te pasaré a buscar a las cuatro.<br /><br />Alfonso miró el paisaje que se deslizaba como una diapositiva al otro lado del vidrio semi polarizado. El recuerdo penitente de Emilia sometía impúdicamente el paisaje, recordándole con hierros al rojo vivo por qué se había ido de Chile, el motivo fatal de aquella huida suicida hacia ninguna parte. Trató de concentrarse en los eventos que se avecinaban, en Almendra, en las órdenes de Mercè, en la película que se empezaría a filmar la próxima semana, en los primeros borradores de su nueva novela, una sátira negra acerca de mimos y payasos desempleados que quieren reverdecer sus laureles artísticos convirtiéndose en el acto principal de la ceremonia de coronación de un dictador-emperador africano… Nada evitaba que el recuerdo de Emilia volviese una y otra vez a nublarle las pupilas y quemarle los párpados con saña tozuda y burlesca.<br /><br />Se recostó en la cama nuevamente. No encontraba motivos para seguir el programa establecido para aquella farsa en que se había convertido el retorno a Chile. No estaba en sus planes ver a Linares y Emilia antes que a sus padres y a su hermana, menos tener que cenar con un montón de gordos y zalameros auspiciadores hasta quizás qué horas. Pero el destino, que siempre le había jugado con trampas y cartas marcadas, otra vez le había ganado la apuesta. Sin embargo, Alfonso aún tenía algunos trucos para cambiar la suerte de aquella mano adversa. Y decidió hacerlo, vencido por el impulso necesario de volver a olvidar.<br /><br />Entonces, buscó el número de su padre en su móvil.Las Puertas del Deliriohttp://www.blogger.com/profile/03927568272950005092noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-4087909597829724922.post-87859788392314089632009-02-01T12:58:00.001-03:002009-11-26T09:34:41.138-03:00El Buen Escarabajo (Capítulo 7 y final)Si desea concluir la lectura de EL BUEN ESCARABAJO, se ha iniciado un proceso de preventa que se extiende hasta el 15 de diciembre de 2009. Más información, solicitar a Iván Ávila al correo electrónico: <a href="mailto:enelbunker@yahoo.com">enelbunker@yahoo.com</a><br /><br />Muchas gracias.Las Puertas del Deliriohttp://www.blogger.com/profile/03927568272950005092noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-4087909597829724922.post-60108750353807724702009-01-02T13:20:00.001-03:002009-01-02T13:24:02.810-03:00El Buen Escarabajo (Capítulo 6)<span style="font-size:85%;">VIERNES<br />Can't you see them?</span><br /><span style="font-size:85%;">Can't you see them?</span><br /><span style="font-size:85%;">Roots can't hold them</span><br /><span style="font-size:85%;">Bugs console them</span><br /><span style="font-size:85%;">LITTLE RED ROBIN HOOD HIT THE ROAD. ROBERT WYATT</span><br /><br />El dolor se diluye entre las caricias carnívoras de Brenda. Me dejo llevar por el calor de sus manos, por los jadeos cadenciosos y ahogados que le conmueven la garganta. Sus pechos reposan sobre mi tórax, libres, hermosos, cándidos y generosos. Siento su entrepierna depositarse sobre mi pene como una ave anidando sin ningún apuro, ajena a la fiebre que me quema por dentro, que exacerba el ritmo cardiaco marcado por el palpitar desenfrenado de mis sienes y entonces pienso que sentir sus besos de aquel modo tan intenso, que apretar sus caderas como si nunca antes hubiese usado mis manos, que convertir sus jadeos torvos en rugidos de feroz placer, no es más que efecto de la fiebre que me quema, que ha convertido la llama de la vela en un sol rojo y omnipresente y la cama, en nuestro propio y eterno universo abrasado por nuestros movimientos en perfecta armonía.<br /><br />Exploto como la última bala disparada por el cañón del un heroico mártir. Exploto como una estrella intentando iluminar todo el universo. El éxtasis estremece mi cuerpo y el de ella, que refugia su cabeza transpirada en mi pecho aún agitado, paralizado por aquella sensación de pasión y placer enraizados en un solo e inexplicable sentimiento de hipnosis atemporal. Dejo que mi semen se interne en sus entrañas como si aquello fuera lo más cercano a la eternidad que he conocido. Brenda se queda abrazándome con cansada ternura por varios minutos antes de levantarse pausadamente para colocarse el pantalón. Sin quererlo, al bajar de la cama, mete el pie en la palangana con agua y trapos. Ríe como una cascada de diamantes y otra vez siento mi cuerpo estremecido por todas aquellas sensaciones que nunca pensé podía percibir. Pero disimulo. Contengo la emoción a duras penas, evitando la posibilidad insulsa de esperanzas propias o ajenas. Y mientras el remanente de la erección vencida se retira y el dolor de la pierna vuelve a convertirse en la pura y sórdida realidad, me doy cuenta que aquel incendio se ha extinguido, que los colores opacos de la habitación han vuelto a tomarse mis pupilas y que la mirada perdida de Brenda me observa otra vez en memorial silencio desde el borde de la cama. Imagino que es demasiado tarde para mí; quizás hace un par de años aquella situación hubiese bastado para hacerme dejar todas las absurdas, brutales y nefastas certidumbres que se han convertido en el capullo herrumbroso que me protege de un mundo que no quiero… Qué digo… Aquel mundo ha desaparecido y si es así, entonces ¿por qué diablos no me lanzo al vacío y me arriesgo a respirar nuevamente?... Estoy a punto de decir algo mientras Brenda coloca un paño frío en mi frente. Ella lo sabe, espera mis palabras con transparente ansiedad. El brillo de mis ojos percibe claramente aquella necesidad en el brillo de los suyos y de verdad, no sé si lo que vaya a decir es lo correcto o no, pero ya he cometido tantos errores que a estas alturas da lo mismo. Entonces, tomo aire… Pero me contengo. Escucho llegar el auto…<br /><br />La mirada de Brenda se apaga. Su rostro me recuerda el de la mujer incógnita que me acogió en su departamento hace tan pocos días, tan pocas horas que sin embargo se han transformado en eras cámbricas que me es difícil recordar. Veo las bocas de Javier y Bárbara moverse, pero no los escucho. El rostro de Brenda se confunde con la oscuridad y en extraño rito se asimila con las penumbras que cobijan el sueño inquebrantable de Catalina. Kelly me inyecta lo que supongo es penicilina y siento cubos de hielo avanzando por mis venas antes de cerrar los ojos con la vaga idea de no abrirlos más.<br /><br />Pero los abro. Está amaneciendo. Los demás duermen, aunque no distingo cómo se han repartido las camas. De alguna manera, la luz grisácea y tenue que se filtra por las ventanas de la cabaña me hace recordar la casa de Ñuñoa. Lo único que falta es el escozor insidioso enquistado en mis fosas nasales y el mareo agradable y cáustico que me obliga a buscar una lata muy helada de cerveza. Nada de eso hay ahora y vuelvo a desear el regreso a mi antigua vida, a esa que ahora parece un relato de reunión de alcohólicos anónimos. He recuperado la temperatura y aunque la pierna aún me duele, me levanto. Descubro que la herida ha sido cubierta por un parche que, durante la noche, ha drenado la infección, convirtiéndose en una pequeña obra surrealista de lienzo albo pintarrajeado por algunas manchas amarillentas y rosáceas.<br /><br />Saco los cigarrillos del bolsillo de la camisa que reposa a los pies de la cama y parto en busca del exterior. Desde le porche diminuto y crujiente logro ver el océano cubierto por una fina capa de neblina. Las nubes se ciernen sobre mi cabeza con la calma quieta de un ejército de pandas. El humo del cigarro se confunde con ellas y por un momento, creo entender finalmente todo lo que ocurre. Percibo el silencio, la paz, la tranquilidad y el significado del paisaje que me rodea sin ninguna interrupción. Los cables del teléfono han sido cortados para siempre. Las bocinas, acalladas por tapones de élitros endurecidos como fósiles. Los aviones yacen en tierra, en indefinibles estado larvario. Los televisores y las radios son escombros de otra época. Los computadores serán derretidos por los rayos de un sol tan amable como inclemente. Y nosotros, bueno, nosotros deberemos buscar nuestro destino en alguna parte. De eso se trata todo esto. Eso es lo que ellos querían.<br /><br />-¿Te sientes mejor?-. Catalina está envuelta en una frazada y en sus manos sostiene una botella de bebida.<br /><br />-Sí, un poco, pero no sé si es por los medicamentos o simplemente porque hacía mucho tiempo que no estaba lúcido a esta hora.<br /><br />La pequeña se empina y olisca el aire con deleite.<br /><br />-Y yo, hacía muchos años que no venía a la playa- sonríe con deliciosa ternura. Brenda es la siguiente en salir. Se despereza sin vergüenza y se queda mirándome con complicidad. No puedo evitar recibirla en mis brazos y vuelvo a sentir aquella inexplicable explosión de emociones que me conmovieron la noche anterior. Desde la cabaña del frente, aparecen los ancianos. Sus rostros brillan esperanzados y nos miran como si fuéramos un ejército salvador. Yo sólo pienso que en el auto no queda espacio y que esta huida no nos ha llevado a ninguna parte.<br /><br />Es Javier quien se acerca a conversar con ellos. Yo vuelvo al interior de la cabaña, a echarme un rato más antes de la probable partida. Aunque el dolor ha disminuido notablemente, aún me siento débil. Bebo algo de agua y pienso en tirarme unas rayas, para ver si eso me ayuda a regresar al mundo real, al estado corrupto en que me siento capaz de conquistar el universo, pero no es el momento, menos con Catalina siguiéndome a todos lados, sumamente preocupada de mi estado de salud. Bárbara y Brenda preparan un desayuno bastante plástico, en donde los alimentos construidos sobre base de colorantes y conservantes ocupan casi todo el plato. Javier regresa con noticias y con los viejos. Hay que ayudarlos y llevárselos con nosotros. Para eso, necesitamos otro auto. Me pregunta si estoy dispuesto a manejar. Le digo que está loco, que sólo a él se le ocurre dárselas de buen samaritano considerando la situación. Todos palidecen. No es primera vez que estoy sólo contra el mundo, pero desisto. Si el plan es buscar otro lugar en donde reposar los huesos, perfecto, habrá que seguirlo porque es lo que más necesito, así es que le digo que yo iré a buscar otro vehículo, pero necesito que Bárbara me acompañe porque es la única que sabe manejar. Javier asiente apenas convencido. Bárbara nos maldice y asegura que por ningún motivo volverá al centro de la ciudad en compañía de un imbécil próximo a ser amputado. Río antes de pedirle que no tiene otra opción que acompañarme si quiere encontrar un lugar seguro en dónde salvar su pellejo. Dejamos atrás la cabaña con olor a naftalina, nos sacudimos las imaginarias alas de polilla que se han posado sobre nuestros cuerpos y pronto, también dejamos atrás la playa, en dirección a La Serena.<br /><br />Siempre que pensé en una hecatombe a escala mundial o en el apocalipsis, imaginé que todo estaría lleno de cadáveres, fuego, columnas de humo, gritos espantosos, sangre regada por las calles y gigantescos robots arrasando todo a su paso. Pero la ciudad luce tranquila. Hay algunas señales de incendios masivos, la mayor parte de las casas y edificios estén en el suelo, pero no hay sangre ni carne putrefacta en ninguna parte. No tardamos en ver a algunas personas vagando en grupos de lento avance entre los escombros y la soledad y también tropas de escarabajos moviéndose en acompasada letanía por las calles silentes. Tratamos de evitar a la gente, pero a poco andar nos damos cuenta que en su mayoría, se trata de niños y jóvenes a simple vista inofensivos, de ancianos, de algunos adultos en cuyos ojos apenas cabe la expresión de nefasto desarraigo producto de tan incongruente situación. Bárbara no se siente cómoda. Todavía teme ser víctima de los bichos o de una turba furibunda que busca sobrevivir a cualquier precio pero yo sé que aquello no ocurrirá.<br /><br />Veo una camioneta doble cabina. Me parece el vehículo ideal para continuar nuestro viaje. Bajo para comprobar el buen estado que demuestra tener y no tardo en echar a andar el motor. Un grupo de jóvenes y niños se acerca tímidamente. A pesar de sentir que son inofensivos, echo mano al arma que oculto en mi espalda. Bárbara se queda en el interior del auto, comprimida por sus propios temores.<br /><br />-¿Dónde va, caballero?- pregunta el joven que encabeza el grupo.<br /><br />-No lo sé todavía, ¿por qué?<br /><br />-Es que no sabemos qué hacer… Necesitamos que alguien nos ayude…<br /><br />-Lo siento, chiquillo, pero nosotros tenemos nuestros propios problemas.<br /><br />El rostro del muchacho se deforma en una mueca de tristeza y desconcierto que apenas me atrevo a atisbar.<br /><br />-Miren, cabros, tienen de todo aquí. Pueden comer en los supermercados, bañarse en el mar, refugiarse en las casas que aún están en pie. Nombren a un presidente, un directorio, hagan elecciones democráticas el próximo año y arréglenselas como si fueran compañeros de curso…- El chico me observa confundido. Me quedo callado por un minuto, esperando que atine a decirme que tengo razón, que ellos pueden arreglárselas como en El Señor de las Moscas, pero sus ojos apenados se quedan mirándome en busca de una respuesta que me siento obligado a dar. Maldigo mi decisión. -A ver, dime si has visto por aquí cerca una convi o un camión. Supongo que vamos a tener que cargarlos a ustedes también.<br /><br />Los chicos se deshacen en explicaciones y descripciones de lugares en dónde hallar un vehículo de mayor tamaño. Rescato las indicaciones que me parecen más fiables y enfilo rumbo al norte, acompañado por tres muchachos de no más de quince años que me preguntan por la cojera, que me cuentan lo que les ha pasado en los últimos días, que me agradecen salvarlos y yo me pregunto de qué. Sea como sea, la vida seguirá su curso, con nosotros… sin nosotros… Veo el camión tres cuartos que los chicos han anunciado y su estado no es el mejor. Además, ya no tiene combustible. Vuelvo donde Bárbara que finalmente, ha dejado de lado sus prejuicios iniciales y ha entablado una animada charla con los demás muchachos. Me doy cuenta que la cantidad de abandonados en busca de salvación ha aumentado. Debemos movernos rápido antes de llenarnos de huérfanos famélicos, así es que subo a Bárbara como copiloto y al que parece ser el líder en el asiento trasero para que me indique dónde está la bencinera más cercana.<br /><br />El viejo que cuida el lugar teme de su propia sombra. Pretende cobrarnos por entrar al minimarket y por el combustible, pero lo hago desistir mostrándole la pistola. Me pregunta dónde vamos y le digo que se vaya a la mierda, que cómo puede ser tan descarado después de intentar lucrar con la desgracia ajena, pero Bárbara se apiada. Yo ya no quiero discutir. La pierna ha vuelto a dolerme insoportablemente, convirtiéndose en un ancla que consume todas mis fuerzas con el solo hecho de mantenerla en movimiento. Siento que la fiebre regresa con nuevos y sarcásticos bríos, pero saco fuerzas de flaqueza. Ni la penicilina ni los antibióticos me sacaran de esta. Sólo unas buenas rayas alejarán el dolor de una vez por todas. Sólo unos buenos tragos curarán la herida. Es por eso que no dudo en cargarme con un pack de cervezas tibias mientras el viejo y el muchacho, que dice llamarse José, echan bencina en bidones plásticos que acumulan en el maletero del auto. Algunos curiosos nos observan de lejos. Quieren acercarse, pero el temor puede sentirse a metros. Exhibo la pistola mientras engullo cerveza con deleite sacrosanto y sí funciona, el alcohol que se me mete en la sangre espanta el dolor a palos y con rapidez. Nos largamos a cierta velocidad en dirección al tres cuartos. Echamos el combustible en el estanque, mientras más curiosos aparecen en las esquinas, temerosos, pero muy atentos a nuestros movimientos. Amagan acercarse. Bárbara y los muchachos comienzan a entrar en pánico y yo, sólo quiero echarme en una cama, descansar, olvidar, tomar, jalar, involucionar. Doy un par de disparos al aire y eso desocupa inmediatamente la calle. Subo al camión, con el viejo y uno de los muchachos como copilotos, y los demás niños como pasajeros. Bárbara aborda el auto con José a su lado. Regresamos a la playa y no hago caso del asombro de Javier y de Brenda. Él quiere decirme algo, regañarme, encontrar respuestas, pero no quiero hablar. Quiero irme, irme de verdad, avanzar por la carretera, dejarlos en algún pueblucho libre de escarabajos y amenazantes entes infrahumanos y continuar mi camino hacia quizás dónde… O quizás, sólo deseo volver, reencontrarme con esa ciudad fantasma que ahora, no es tan diferente de cómo yo la veía antes de la conquista de los bichos. Las personas sólo pasaban como sombras junto a mí y el encierro mental y físico me mantenían tan aislado de todo y todos, como ahora… No, no como ahora. Tras de mí un montón de cabros chicos se tambalean siguiendo involuntariamente las fallas del camino que yo apenas percibo. Vuelvo a llenarme el buche de cerveza, ante la mirada desaprobatoria de Brenda y Catalina que han reemplazado al viejo y al niño que ahora se agitan sobre el acoplado, esperando ser llevados a una tierra prometida que no existe. Que nunca existió. Todas las prejuiciosas ideas sobre el fin del mundo no alcanzaron para adivinar lo que realmente iba a ocurrir y tengo la impresión que ni los oráculos más concupiscentes pudieron dar con la clave premonitoria a tamaño desastre. A la distancia, una sombra quiebra los colores pálidos y sinuosos que rodean la carretera. El auto, que va delante de mí, comienza a detenerse con lentitud. La sombra que se extiende sobre la carretera y que se esparce hacia oriente y occidente tiene vida. Se mueve caóticamente pero sin avanzar ni retroceder. Los escarabajos parecen prepararse para un combate a escala global y eso hace que Javier se detenga definitivamente. Nos quedamos frente a millones de coleópteros que permanecen en guardia, quitándonos toda posibilidad de avance, a excepción de un deslavado camino de tierra que se interna en dirección del valle que avizoramos tras la cercana columna de cerros erosionados y aún cubiertos por algo de vegetación.<br /><br />-¿Qué hacemos?- pregunta Javier. Yo enciendo un cigarrillo.<br /><br />-¿Te parecería buena idea esperar hasta que se decidan a morir o devorarnos?<br /><br />Observo por algunos segundos los rostros que están en los vehículos, apenas visibles tras los vidrios empolvados. El terror ha hecho presa de ellos.<br /><br />-Será mejor que tomemos ese camino- le digo, indicando la ruta casi invisible que se interna en los cerros.<br /><br />-¿Estás seguro? Ni siquiera sabemos dónde nos llevará.<br /><br />-Supongo que a un lugar seguro… Mira, los bicharracos nos están cerrando el camino, pero nos han dejado esta ruta libre ¿No eras tú el que creía que por alguna misteriosa y superior razón, nos habían reunido? Bueno, pues no creo que esto sea una coincidencia.<br /><br />Javier quiere replicar algo a mis palabras sarcásticas, pero en vez de eso, se queda mirando los cerros chatos y frágiles como caderas de anciana desahuciada. Supongo que piensa en lo que ha ocurrido en los últimos días, en sus propias decisiones y en sus teorías conspirativas.<br /><br />-¿Qué vamos a hacer?- pregunta Bárbara luego de bajar la ventanilla del auto.<br /><br />-Lo que los escarabajos quieren. Ir cerro arriba- respondo, antes de regresar al camión. Bárbara me mira con extrañeza antes de volver a meter la cabeza en el auto. Sigo el lento andar de Javier que al parecer, aún teme una emboscada de escarabajos voladores que surgirá de la nada, de la misma enclítica nada que nos rodea sin prestar atención a nuestro avance cansino y agónico, como de elefantes en busca de ancestral cementerio. Alcanzo a ver la carretera por el retrovisor y el ejército de coleópteros firmemente costrificado en medio de un paisaje que me parece francamente surrealista. Vuelvo la vista hacia el frente y me encuentro con el camino enteco y sinuoso, casi vencido por el rigor del clima centenario. Los cerros parecen espejismos de redondeado perfil y se repiten a si mismos, cubiertos por algunas manchas de pasto salvaje, arbustos empolvados y piedras de curiosas formas diseminadas hasta donde alcanzan nuestros ojos avizores en busca de alguna señal humana de vida. Nos detenemos unos minutos a comer algo, cuidando de racionar nuestras provisiones aunque a simple vista, tenemos para varios días. Me preocupa saber que la lata que tengo entre mis manos es la última que saqué del minimarket. Intento recordar si me queda más trago en otra parte, pero ver a Brenda repartiendo agua entre los niños me aturde. Era imposible imaginarla así hasta hace tan solo unos días; dedicada, tierna, comprensiva, sonriente, acogedora, maternal… Trato de volver a recordarla como era antes y recrearla en el escenario del <strong>Magia Negra</strong>, cubierta por lentejuelas escasas y lánguidas, con la pintura difuminada por el sudor, con los labios golosos y rojos hipnotizando machos y la mirada fiera concentrada en la nada… Pero es imposible. Se limpia la frente delicadamente y se sacude el pantalón con cuidado, para luego apretar el nudo del pañuelo que le protege el cabello. Miro los cerros y no percibo ningún rastro de los bichos. Subo al camión y echo a andar el motor. Atardece y debemos encontrar pronto un lugar dónde acampar.<br /><br />-Toma- Brenda me extiende una botella de vodka a medio tomar. La recibo, sorprendido.<br /><br />-Estaba en la mochila que sacaste de tu casa. Hay más trago ahí, pero por ahora creo que eso te bastará- explica, sin mirarme. Me mando un trago que de inmediato me inflama la garganta. Me hace sentir bien. Extremadamente bien.<br /><br />Luego de sobrepasar una interminable loma y con el sol cortado por el horizonte serpenteante, nos encontramos frente a un valle que, por lo menos desde la distancia, luce bastante fértil. Un riachuelo artrítico lo cruza de lado a lado e incluso se aprecian unas casuchas apiladas junto a ordenados sembradíos, al borde del lecho del rebuscado curso de agua. Los demás festejan y vitorean, pero sólo hasta que el ruido de nuestros motores comienza a hacer aparecer figuras humanas que aún no sabemos si son amistosas. Preparo el arma. Hace rato que siento deseos de darle un tiro a alguien. Quizás desde que no me atreví a dispararle a Javier en el sótano. Brazos batientes en señal de cálido saludo nos reciben, ahuyentando los temores, distendiendo la llegada, acogiendo el descanso necesario.<br /><br />No me preocupo de saludar a los habitantes de aquel lugar, aunque escuchando algunas conversaciones, descubro que han llegado hasta ahí después de similar peregrinaje. Vienen de todas partes, huyendo de los escarabajos, sin darse cuenta que los mismos bichos nos han llevado hasta ahí, quizás hasta para darse un último festín. Ayudado por el anciano de la bencinera comienzo a descargar nuestras provisiones, mientras la noche cae definitivamente sobre nosotros. Algunos personajes se acercan para saludarme, pero los espanto con frialdad. En este momento, sólo hay una persona con la que quiero conversar.<br /><br />Vuelvo a la cabina del camión. Bebo algo de vodka y me fumo un par de cigarros antes que Javier venga por mí.<br /><br />-De verdad te quieres morir, Aníbal, ¿no es así? Pusimos en riesgo nuestras vidas para inyectarte antibióticos y mira… Sabes que así no terminarás con la infección.<br /><br />-Es el momento, Javier. Además, créeme que estando borracho, el dolor realmente desaparece.<br /><br />-Si estás buscando lástima, no creo que la encuentres aquí.<br /><br />-No busco nada. Bueno, sí, quiero estar tranquilo. En eso me podrías ayudar dejándome solo.<br /><br />-De todas maneras estaremos en esa casa. La gente que ha llegado hasta acá ha formado un comité y supongo que se reunirán para recabar información y pensar en qué haremos…<br /><br />-Entonces anda…<br /><br />Javier se queda mirándome por un rato antes de reprobar mis acciones con la mirada y dar media vuelta.<br /><br />-Tú sabes por qué los escarabajos querían que te reunieras conmigo… Ahora lo sabes…- le digo mientras se aleja, antes de echarme un nuevo trago de vodka y bajar del camión. Apoyo mi peso sobre la pierna herida y el dolor, tan repentino como insoportable, me hace tambalear. Me sostengo de la puerta del vehículo, esperando que el fuego que quema el interior de mi extremidad se extinga, pero no lo hará a menos que el alcohol vuelva a fluir por mis venas. Me empino la botella de vodka y dejo fluir el licor hasta sentir que su fuego apaga el que consume mi muslo. Sólo entonces me detengo y bastante mareado, vuelvo a mirar el paisaje a oscuras. Brenda está de pie frente a mí. Apenas puedo descifrar su rostro, pero sé que me odia con la mirada.<br /><br />-A eso me refería, Aníbal. Siempre sabes lo que es correcto, pero haces todo lo contrario ¿Tú crees que no nos duele verte así? Te vas a morir -solloza-, y nos vas a dejar aquí… solos… Me vas a dejar sola…<br /><br />No acepta mis brazos, pero se queda de pie, ahí, en medio de aquel extraño fresco naturalista, rodeada por casuchas de piedra, plantaciones famélicas, cerros chatos, un charco de agua que pretende convertirse en río.<br /><br />-No te vas a quedar sola. Está Javier, la Cata, Bárbara, los cabros chicos… Tienen un oasis en donde vivir mientras allá afuera las cosas se arreglan…<br /><br />-¿De verdad crees que las cosas se arreglarán?<br /><br />-No, pero supongo que tú aún tienes esperanzas.<br /><br />-No, fíjate que después de verte a ti no me quedan muchas esperanzas. No sé por qué los escarabajos te dejaron vivo cuando deberías haber sido uno de los primeros en morir.<br /><br />-Supongo que fue para salvarte. Para salvarlos a todos ustedes. Yo ya cumplí mi misión. Ahora los estoy esperando a ellos. Ya los imagino avanzando por el tierral que pasamos con el camión, buscándome ansiosos, tratando de llegar a mí para exterminarme, para no dejar ni siquiera un rastro de huesos, músculos o ropa.<br /><br />-¿Por qué eres tan cruel, Aníbal?<br /><br />-No se trata de ser cruel, es lo que pienso que va a ocurrir, ¿por qué no asumirlo? O mejor aún, ¿por qué no tomarlo como una fantasía? Quizás hasta simplemente me muera de gangrena y ustedes puedan sepultarme como se les de la gana…<br /><br />Brenda se larga a llorar. Da media vuelta y se pierde en la tinieblas apenas rotas por algunos trazos de fuego exiguo provenientes desde el interior de la chozas. Me quedo apoyado en el camión, enciendo un cigarrillo y me quedo mirando las estrellas que aglomeran en algunos sectores, formando nubes informes que delimitan la negrura impenetrable del cielo. Pienso en morir en casa, rodeado de las mismas paredes que me llevaron a este punto. Sé que puedo seguir el camino de tierra y volver a la carretera en un par de horas, si logro hacerme de las llaves del auto. De ahí, no creo que el viaje a Santiago sea tan complicado. Debo hablar con Javier. Intento caminar, pero la pierna izquierda no me responde y caigo pesadamente al suelo.<br /><br />Desde aquella incómoda posición, las sombras y las formas indecisas son las mismas. Intento levantarme, pero la borrachera y el dolor hacen de mis movimientos tristes parodias que asimilan a una tortuga tendida sobre su caparazón. De pronto, me detengo. Una decena de escarabajos esta frente a mi rostro. Me quedo mirando sus mandíbulas, sus pedicelos, sus ojos vacíos, sus labios casi invisibles y extraterrestres. Se quedan ahí, como si conversaran entre ellos, observando mi caída. Poco a poco, más escarabajos comienzan a llegar. Me rodean vigilantes, como liliputienses escrutando a un Gulliver demasiado ebrio como para liberarse de sus imaginarias ataduras.<br /><br />-¿Qué quieren ahora?- pregunto, aunque sé que hablo conmigo. En ese instante, siento sus patas recorrer mis piernas con precaución. Pueden ser diez o cien o mil. No me atrevo a mirar. Supongo que mi hora ha llegado. Nunca imaginé que sería así, pero por lo menos no es tan patético como saltar de un edificio o dejar mis sesos desparramados sobre la alfombra por días, hasta que la putrefacción de mi carne alerte a los vecinos. Cierro los ojos y me preparo para el dolor que provocarán sus mascadas hambrientas y redentoras. Pero nada ocurre. Los bichos descienden en silencio y tal como aparecieron, se pierden en la bruma. Me quedo tendido con la barbilla apoyada en la tierra y un par de piedras enterrándoseme en las costillas, intentando comprender lo que acaba de ocurrir, pero José me interrumpe.<br /><br />-¿Qué le pasó, caballero?- pregunta en voz baja, ayudándome a dejar el suelo.<br /><br />-La oscuridad… la oscuridad…- respondo como un autómata. Ahora tengo más que claro lo que debo hacer. Apoyándome en José voy en busca de la cabaña en donde se desarrolla la reunión de sobrevivientes. Irrumpo bullicioso, no por gusto, si no que porque apenas puedo sostenerme en pie. Javier reemplaza a José y me saca del lugar. No hace caso de mis balbuceos y a poco andar, se detiene frente a la puerta de otra ruca. Bárbara, Catalina y Brenda están ahí, refugiándose junto al fuego, compartiendo vivencias a media voz, sosteniendo platos de greda que contienen una humeante sopa que por momentos, embriaga mis sentidos. Javier me deja tendido sobre un montón de sacos paperos y frazadas viejas que hacen las veces de camastro.<br /><br />-Otra vez tienes fiebre- comenta en voz baja. Catalina se levanta para ir en mi auxilio, pero Bárbara la detiene con un gesto imperioso. Brenda ni siquiera levanta la cabeza. Mantiene la vista fija en el recipiente con caldo, intentando pensar en otra cosa que no sea mi forzoso y decadente estado.<br /><br />-Necesito las llaves del auto, Kelly- susurro, obligándolo a estar junto a mí sosteniéndole el brazo izquierdo.<br /><br />-No me vengas con eso. Déjame ver tu herida.<br /><br />-Te digo que necesito el auto, huevón, tengo que irme de acá ahora.<br /><br />Javier no hace caso de mi súplica. Se libera de mis manos con cierta facilidad y me baja el pantalón hasta las rodillas. No tengo muchas fuerzas para resistirme. Un sutil aroma podrido despierta mi olfato. La expresión en el rostro de Javier me dice la verdad. Lo veo realizar algunas curaciones con pedazos de paños viejos, agua tibia, algodón áspero y grisáceo. Me sube el pantalón otra vez.<br /><br />-Trata de dormir. Es lo mejor que puedes hacer ahora.<br /><br />-No entiendes, ¿verdad? Tu teoría de los escarabajos es cierta. Ellos han planificado todo esto- Sé que sueno como un loco afiebrado desvariando, pero debo convencerlo. -Mi presencia aquí es innecesaria e inútil. Ya cumplí mi cometido. Ahora, debo ir a morir a otra parte. Es mi derecho después de todo lo que ha pasado, ¿no crees?<br /><br />-Conversemos de esto mañana, Aníbal, cuando la fiebre haya bajado y te sientas mejor.<br /><br />-Tú sabes tan bien como yo que la fiebre no bajará y que si no me voy pronto moriré aquí y no quiero hacerlo.<br /><br />Javier hace como que no me escucha. Me tira una sábana confeccionada con sacos harineros encima y vuelve al corro que forman las mujeres. Pretendo gritar, quejarme, llorar, pero sería un gasto inútil de energía. Cierro los ojos y me imagino otra vez en Totoralillo, esta vez en el agua, sin dolor alguno. Atardece y el mar sereno me llena de vida y energías. Allá, en la playa, Mendieta prepara unos tragos y junto a él, Alicia me entrega una última danza calenturrienta antes de que el sol se esconda definitivamente y el océano me lleve hasta el regazo maternal de sus profundidades por siempre silenciosas y sordas. Poco a poco, los susurros del otro lado de la habitación son devorados por mis sueños, hasta convertirse en el sonido de las pequeñas olas que acarician las arenas ámbar, tibias y protectoras de la playa eterna.<br /><br />No sé si estoy dormido o no… Ya no lo sé… Ya ni siquiera sé si estoy vivo…Las Puertas del Deliriohttp://www.blogger.com/profile/03927568272950005092noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-4087909597829724922.post-50300243012859021592008-11-19T14:46:00.003-03:002008-11-19T15:27:16.064-03:00EL BUEN ESCARABAJO (Capítulo 5)<span style="font-size:85%;"><em>JUEVES<br />Uncut teeth<br />Tranquill eyes<br />Bite my lips - bite my lips<br />Under your feet<br />BUTTERFLY CAUGHT. MASSIVE ATTACK<br /></em></span><br />Mantengo el cañón del arma dirigido a la cabeza de Javier. Percibo mi mano temblando, como si mi dedo índice, absolutamente dotado de voluntad propia, quisiera presionar el gatillo aún contra mis deseos. El entomólogo me observa con ojos vacíos, inertes, perdidos en algún momento del pasado cercano que había dejado atrás al irse antes que la catástrofe se desatara. Bajo mi brazo, no sin dificultad. Inspiro hondo antes de hablar.<br /><br />-¿Me puedes explicar qué mierda está pasando?<br /><br />-¿No lo has notado? Los escarabajos se han tomado el mundo… Algo lógico considerando que son una especie avanzada, superior en muchos aspectos y en constante y siempre exitosa evolución…<br /><br />-No me vengas con esas huevadas, Javier, y explícame qué diablos está pasando…<br /><br />-Parece que la gente de la Farmacéutica ya vino a visitarte- sentencia, observando mi rostro aún deforme, desde distintos ángulos, esbozando una sonrisa desencantada. Monto en cólera y desesperación. Lo tomo por el cuello de la camisa y azoto su cuerpo contra la puerta.<br /><br />-¡Explícame qué está pasando, por la mierda!<br /><br />Los ojos de Javier adquieren un brillo extraño, como si se hubiesen convertido en cristal. Creo ver lágrimas pasear por el borde sus párpados, pero vuelven a esconderse en las honduras de sus cuencas. Lo libero, pero mantengo una actitud amenazante. Ya no quiero más rodeos ni observaciones evasivas.<br /><br />-No sospeché que esto iba a terminar así, te lo aseguro. Cuando me llamaron para trabajar con ellos, me explicaron que buscaban experimentar con glándulas de diversos tipos de coleópteros para fabricar nuevos medicamentos que atacaran enfermedades incurables. Pagaban bien y me ofrecían un puesto importante en la compañía una vez terminado el programa de experimentos. No me podía negar, Aníbal, era la gran oportunidad de mi vida…<br /><br />-Y así terminó, pues compadre, con una cagada del porte de un buque-. No sé porque los deseos de dispararle en medio de las cejas me engrifan los dedos y me hacen transpirar.<br /><br />-Ellos me encargaron tareas muy específicas y para eso iba a necesitar la ayuda de alguien. Fuiste la primera opción desde un comienzo. Sabía que te habías comprado esta casa con lo último de plata que te quedaba y también sabía que no tenías amigos, que no ibas a contarle de esto a nadie y es más, que probablemente murieras un día cualquiera y me dejaras solo con mis escarabajos…<br /><br />-Eran míos, huevón. Yo los mantuve vivos todo este tiempo. Tú les metías drogas, los torturabas, los seccionabas, los matabas, los esterilizabas, los disecabas…<br /><br />-Eso fue lo que no supuse, que fueras a encariñarte con ellos, que fueran a convertirse en una razón para vivir. De todas formas, daba lo mismo mientras no abrieras la boca. Y créeme que ellos también estaban pendientes de eso, a cada momento. Cuando los descubrí vigilándonos fue que me di cuenta que algo andaba mal, que las buenas intenciones altruistas plasmadas en el contrato no eran más que una mascarada. Sus solicitudes de discreción y los resguardos en cada envío se tornaron amenazantes. Descubrí que no era el único trabajando en el mismo tema. Otros entomólogos de otras partes del mundo estaban haciendo lo mismo. Algunos experimentos se cruzaban y eran parte de programas comunes. Otros, eran particulares. Traté de unir cabos, pero tarde me di cuenta de lo que realmente buscaban…<br /><br />Javier hace una pausa. Se queda mirando el piso por segundos que me parecen infinitos antes de proseguir aquella historia que me parecía una burla, un mal best seller de algún fatalista autor gringo…<br /><br />-Querían liberar escarabajos mutantes por todo el mundo. La idea era sembrar algo de descontrol y luego, lanzar al mercado el insecticida preciso para cada especie invasora y así, llenarse los bolsillos de dinero. Pero no contaron con la inteligencia de los escarabajos… Ellos evolucionaron, Aníbal, tras cada experimento, tras cada prueba, tras cada muestra extraída, ellos comenzaron a comprender lo que estaba ocurriendo y a avizorar lo que venía. De alguna manera, se comunicaron con los escarabajos silvestres, probablemente más de alguno escapó y todo lo que aprendieron y evolucionaron se convirtió en parte de su desarrollo en estos últimos años. Y se nos adelantaron. Dieron el primer golpe y no hubo insecticida inventado capaz de detenerlos… Me imagino que eso no estaba en sus planes. En los míos tampoco…<br /><br />-Por eso huiste. Por eso te buscaban.<br /><br />-A lo mejor sólo era para matarme. No lo sé. No iba a esperarlos. Al principio huí de la gente de la Farmacéutica, pero después huía de ellos, de los escarabajos… Quise ir a un lugar en la cordillera. Es muy difícil que lleguen hasta ahí. Se adaptan a todos los climas, pero el frío es complicado para ellos… Pero me obligaron a volver…<br /><br />-¿Cómo que te obligaron?<br /><br />-Estoy convencido que la telekinesis es parte de su evolución. Pueden controlarnos, no me cabe duda. Manejaron mi mente para hacerme volver acá. Aún no sé con qué motivo, pero quieren que esté acá. Querían que nos encontráramos o ¿de qué otra forma te explicas estar aquí también?<br /><br />-Vine a buscar unas cosas, nada más…<br /><br />-No mientas, Aníbal. La opción más lógica es irse lo más lejos posible y tú no lo has hecho todavía ¿Me podrías decir por qué? ¿Me podrías explicar qué viniste a hacer acá la otra noche?<br /><br />-Simplemente porque no quiero irme. No tengo una gran expectativa de vida y si no fuera por las personas que me esperan arriba, no estaría haciendo todo esto. Y si estuve acá la otra noche, es sencillamente porque esta es mi casa- respondo, tratando de encontrar en mis recuerdos, alguna de las razones que Javier exige.<br /><br />-Fueron ellos, Aníbal. Ellos querían que nos volviéramos a juntar. Ahora falta descubrir para qué.<br /><br />-No quiero seguir escuchando esto, Javier. Me parece que pasar tanto tiempo encerrado en el laboratorio te soltó los tornillos. Mejor subamos que no están esperando- concluyo, pues no me interesa continuar escuchando las teorías esquizofrénicas de Javier ni menos, que una parte de mí me indique que es probable que tenga razón.<br /><br />-¿Alicia?<br /><br />Lo miro con furia, haciéndole saber que no es ella y que mejor no pregunte huevadas. Iniciamos el regreso al primer piso, pero al levantar la pierna izquierda para abordar el primer peldaño, un dolor inconmensurable se apodera de la piel y los músculos de mi extremidad. Pierdo el equilibrio, pero la balaustrada de fierro y los brazos de Javier evitan la caída. La sensación de mil diminutas flechas clavándose en mi pierna es insoportable, como si cada una de ellas me rasgase huesos y músculos desde adentro, dejando huellas de ácido sulfúrico en cada centímetro de la dermis. Recuerdo el accidente. Ahogo el grito de sufrimiento espasmódico. Oculto mi lividez repentina en las sombras y acelero el ascenso, obviando la herida que imagino a rajo abierto, sangrante, viva, como la boca de un esturión hambriento.<br /><br />Javier parece no sorprenderse de ver a Brenda, Bárbara y Catalina. Al contrario, entre dientes murmura “todo está ocurriendo tal como ellos quieren”, pero ninguno de nosotros tiene deseos de entenderle.<br /><br />-Ahora sí es tiempo de irnos- sentencio. Javier me mira con una sonrisa resignada y desgastada.<br /><br />-¿Ahora? ¿Por qué? ¿Antes no era el momento?<br /><br />-Es un decir, Javier, nada más- espeto, ya un tanto hastiado de sus delirios paranoicos. -Lo importante es que tenemos que movernos y salir de la ciudad.<br /><br />Sinceramente, mis reales deseos no corresponden a mis palabras. Iría a echarme a la cama, acompañado por unas latas de cerveza, un par de botellas de vodka y agua tónica, cigarrillos y unos buenos gramos de coca. Me quedaría ahí, con las luces apagadas, en silencio, esperando que de una vez por todas lleguen estos condenados bichos a devorarme la piel, los huesos, las tripas, los sueños, los deseos no cumplidos, las esperanzas muertas, las ideas estúpidas que cruzan por mi cabeza como balas de cañón disparadas al azar por un artillero astigmático. Pero ya es tarde para egoísmos y necesidades superlativas. Debí haber pensado en eso cuando Catalina llegó a la puerta de mi casa.<br /><br />-Nos iremos al amanecer. Todos estamos cansados y la verdad es que es demasiado peligroso andar en auto de noche.<br /><br />Bárbara me mira con rabia. Evito que abra la boca con un par de gestos difusos que se diluyen en la noche, entre la luz exigua de las velas y de un par de linternas que seguramente, Bárbara cargaba consigo.<br /><br />-Iré a ver las habitaciones. Brenda y Catalina pueden dormir en la de Javier y Bárbara en la mía. Kelly y yo nos arreglaremos bien acá abajo.<br /><br />Subo seguido por Catalina.<br /><br />-No nos va a pasar nada, ¿verdad?- pregunta ella, susurrando.<br /><br />-Si los bichos hubieran querido hacernos algo, lo hubieran hecho hace rato, ¿no crees?- Le sonrío, tratando de animarla, buscando despejar las dudas que aún rondan su cabecita. Se abraza de mi cintura y avanzamos casi a oscuras por el pasillo, iluminando las habitaciones. No hay ningún rastro de escarabajos, zancudos, polillas o mariposas nocturnas que interrumpa el encierro monástico de cada cuarto, lo que me recuerda mucho las noches de verano que pasaba en Las Cruces, con mi familia, en la cabaña milenaria que poseíamos a un par de cuadras de la playa. Luego de jugar cartas acompañados de varias garrafas de pipeño, íbamos a acostarnos a oscuras, envueltos por el aroma azumagado de las paredes y de la ropa de cama. Y si bien aquí no percibo ningún olor extraño, ni siquiera el del pipeño vomitado por mis tíos, la sensación de claustrofobia luctuosa y fúnebre es la misma.<br /><br />-Yo debo volver al laboratorio- me dice Javier, una vez que los demás están en el segundo piso.<br /><br />-¿Para qué?<br /><br />-No lo sé… Me siento mucho más cómodo allá abajo, buscando alguna pista que me permita encontrar el momento exacto en que esto comenzó a ocurrir. Leo mis anotaciones, recreo algunos experimentos, reformulo mis análisis, a veces hasta abrazo alguna religión con la esperanza de encontrar respuestas…<br /><br />-¿Estás haciendo tiempo?<br /><br />-Es muy probable que las cosas que están pasando sean una simple consecuencia de todo lo que hemos hecho por siglos y no de lo que precisamente tú y otros imbéciles hicieron para la Farmacéutica. A lo mejor, aceleraron el proceso, no lo sé... Pero no creo que los escarabajos tengan tanto poder como para controlar nuestros pasos. Y si es así, lo vienen haciendo desde hace mucho tiempo, quizás desde la época en que el primer hombre se irguió sobre sus patas traseras. Simplemente, ahora encontraron la oportunidad de tomar el toro por las astas.<br /><br />-Creo que sí… Cada vez estoy más seguro que ellos querían reunirnos nuevamente.<br /><br />-Pensé que con todo lo que pasó, ese fatalismo nihilista se te había quitado.<br /><br />Me quedo mirándolo. Me parece que nada puede romper el silencio abrupto que nos obliga a concentrarnos en nuestros pensamientos. Javier tiene razón, es casi imposible explicar permanecer tanto tiempo en la ciudad sólo porque tengo un millón de excusas para morirme, para no interesarme por absolutamente nada de lo que me rodea. La lógica me indicaba huir, esconderme, dejarme llevar por los ríos de escarabajos que corrían bajo mis pies, pero no lo hice. Y cada una de mis acciones parecía estar férreamente guiada por una mente muy por encima de la mía. Todo. Desde la llegada de Catalina, la aparición de Alzamora, la despedida de Alicia, volver por Brenda, ir a casa de Bárbara… Todo parecía un guión perfecto con un final aún en ciernes y desconocido.<br /><br />-Sí- digo finalmente. -A lo mejor querían que nos encontráramos, puede ser que hasta para vernos pelear en una lucha a muerte… O simplemente porque todavía tienen algo que mostrarnos.<br /><br />Javier sólo sonríe. De pronto, me convenzo que tal como yo, fue una simple víctima de circunstancias superiores, incontrolables, un ciego en un laberinto, observado por reyes deificados en oro que rieron mientras se daba de cabezazos una y otra vez, contra los muros ásperos y modulares de la casa de Asterión.<br /><br />Voy en busca de una cerveza. Me quedo a oscuras en la cocina mientras bebo. Enciendo un cigarrillo. Escucho el crepitar constante de los bichos en el exterior, recorriendo las ramas de los árboles, corroyendo a sus anchas lo que encuentran a su paso, natural o artificial. No hay sonidos humanos en el ambiente. Ninguno. Como si la casa se hubiera convertido en una cabaña solitaria en medio de un bosque antediluviano. Hasta creo reconocer a qué especie de escarabajo corresponde cada movimiento de mandíbulas, cada carrera, cada pisada informe que se deja escuchar al otro lado de la ventana. Algunas explosiones rompen la calma. Los escarabajos parecen celebrar con inaudibles chillidos un nuevo triunfo. No me preocupa. Yo también celebraría con ellos si la situación fuera distinta, si la pierna no me doliera tanto, si no tuviera tantas dudas que aunque sé no vale la pena aclarar, sin embargo me acosan y me estrujan el cerebro como tratando de volverme finalmente demente… Quizás eso es todo lo que quieren, que los que quedamos vivos nos convirtamos en sus propios conejillos de indias, en entes desequilibrados que terminarán por devorarse unos a otros en una orgía sin precedentes de sexo divergente, empalamientos y una última cena de tripas y epidermis sangrante, fresca y cruda…<br /><br />-Será mejor que descanses, Aníbal.<br /><br />-Sí, lo necesito. La cabeza está a punto de explotarme con tanta huevada. Debo olvidarme de todo lo que está pasando y actuar no más, sin pensarlo demasiado… Como siempre.<br /><br />-No escarmientas, ¿verdad?<br /><br />-No se trata de eso. El problema es que nunca antes las cosas me habían parecido tan inciertas. Cuando me llené los bolsillos de dinero trabajando, sabía lo que quería y lo hice. Alcancé cada una de las pequeñas y grandes metas que me propuse, satisfice todos mis vicios y deseos, hasta los más oscuros y pervertidos. Pero sabía lo que hacía, tenía completo control de la situación. Cuando opté por comprar esta casa, por ayudarte con los escarabajos, por convertirme en un ermitaño, por pensare seriamente en el suicidio, sabía muy bien lo que estaba haciendo, lo que quería. No soy un borracho que culpe de su desgracia al resto de la humanidad o a la sociedad. Eso era lo que quería, desaparecer lentamente, convertirme en polvo día tras día… Pero ahora, ya no sé qué esperar de mañana. Y esa incertidumbre me incomoda, porque es primera vez en mi vida que no tengo control sobre lo que hago, ni siquiera sobre lo que siento. Es una sensación muy desagradable.<br /><br />-Quizás eso te sirva, quizás así vuelvas a encontrar el equilibrio en tu vida. Quizás nos sirva a todos para saber de una vez por todas por qué estamos acá, cuál es nuestra misión…<br /><br />-Esas son huevadas, Javier, por lo menos para mí. Hace unos días lo único que quería era matarme y ahora, lo único que tengo claro es que no quiero dejar solas ni a Catalina ni a Brenda. Pero una vez que todo se vuelva relativamente normal, no te quepa duda que regresaré a esta casa, me llenaré de cerveza y coca y criaré lombrices o arañas…<br /><br />-Por lo menos te estás preocupando por alguien. Eso me parece un gran avance, Aníbal.<br /><br />-Eso es una mierda. Son simples deseos de sobrevivir, de no ver morir a las pocas personas que aprecio o por las que siento un poco de cariño. Y yo no soy… yo no era así… No quiero ser así…<br /><br />-Simplemente no te lo permites. Nunca te lo has permitido.<br /><br />No quiero pensar más. No quiero pasar la noche en vela buscando razones, causas, motivos, enseñanzas, moralejas… Quiero volver a mi vida. Quizás con Brenda y Catalina, ¿por qué no?, pero quiero mi repulsiva vida de vuelta. Es por eso que recuerdo a Mendieta y el <em>Magia Negra</em>. Algo me dice que lo voy a encontrar ahí todavía. Mi primer impulso es tomar el auto y partir hacia el boliche para respirar un poco de aire viciado, tomarme unos tragos, escuchar esas viejas baladas calentonas de los ochenta mientras una mina de culo grotesco y tetas como mongolfieras baila sobre el escenario del fin del mundo, aplaudida por viejos desdentados, de ojos vítreos y manos esqueléticas, los últimos especimenes de una raza en inevitable y festiva extinción. La idea es tentadora.<br /><br />-Voy a buscar cigarrillos. Diles a las chicas que no se preocupen, vuelvo en seguida.<br /><br />Antes que Bárbara o Brenda bajen a decirme algo, ya voy llegando a la esquina para doblar y dirigirme al norte. La oscuridad no es impedimento para mi avance lento y doloroso. Quiero pensar que son los escarabajos de nuevo obligándome a hacer cosas que no quiero, pero sé que son mis ansias de autocomplacencia, el deseo inenarrable de mantener algo de realidad en una situación que no me pertenece, que no me agrada ni tengo muchas ganas de vivir. Es la última vez, lo sé. Es la última vez que tendré la posibilidad de ver el Magia Negra y empaparme de la atmósfera turbulenta, rancia, apestosa, tétrica, inmoral e infernal del boliche de Mendieta que sin embargo, acogió mis angustias, mis penas, mis escasas alegrías y sobre todo, lo poco que me queda de humanidad.<br /><br />Estaciono frente al local. La puerta está entreabierta. Siento la pierna darme una señal de atención punzante. Enciendo la lamparilla que está sobre el retrovisor y por primera vez, le echo una mirada a la herida. La tela del pantalón tiene una abertura de cuatro centímetros, que con la oscuridad y el alboroto ni yo ni nadie había visto. Eso me hace imaginar una laceración pequeña y sin importancia, pero cuando observo a través del agujero, me llevó una preocupante sorpresa. La profundidad del corte es alarmante. Seguramente sangré por mucho rato después del choque, pero el pantalón absorbió el líquido y a la vez, lo camufló, convirtiéndolo en una delgada costra adherida a las paredes internas de la tela. Alrededor de la pequeña laceración con forma de vulva, la piel se haya hinchada y enrojecida, a excepción de los bordes de la herida que se han vuelto blancos, como si estuviesen pintados con tempera. Me imagino que eso debe ser grave, pero a estas alturas, da lo mismo. Acomodo el pantalón lo mejor posible para disimular el agujero en la tela y dejo atrás la calidez nebulosa del auto.<br /><br />Me deslizo por el corto aunque abrasador pasillo que lleva al salón. Una vez que traspaso las gruesas cortinas de raso, descubro el local casi vacío, apenas iluminado por velas aromáticas. Avanzo con seguridad hacia la barra, donde los ojos enrojecidos y las sonrisas nostálgicas de Mendieta, el Humanoide, el Chupete y Alicia, me reciben.<br /><br />-¿Lo de siempre?- ofrece Mendieta. Asiento. Él no demora en preparar un vodka tónica más cargado al licor que a la soda. Bajo la mitad del contenido de un único envión y me siento en casa otra vez, aunque sé que es un ilusión.<br /><br />-¿Vas a esperar la decadencia del imperio de los hombres con nosotros?- susurra el Humanoide, encendiendo un cigarrillo.<br /><br />-No. Tengo otras cosas que hacer.<br /><br />Alicia se me acerca, felina. Por un momento creo que me va a abrazar, pero simplemente apoya sus brazos sobre la barra, junto a mí. El aroma de su piel me hipnotiza, pero sé que también es parte de la fantasía.<br /><br />-Gracias- murmura, sin despegar la vista de la madera sucia del mesón. -Gracias por avisarme. No lo entendí en el momento, pero gracias de todas maneras.<br /><br />No le digo nada. La observo a través del espejo en donde Mendieta acumula las botellas y su imagen parece desvanecerse, dejando aquel espacio convertido en sombras inquebrantables.<br /><br />Termino mi trago. Saco unos billetes para pagarle a Mendieta, pero él no acepta el dinero. Sólo sonríe y mudo, me desea suerte. Definitivamente, lo perdí todo. Demoro mis pasos al salir, pero antes de traspasar la barrera de las cortinas que me separan del exterior, escucho la voz de Alicia llamarme.<br /><br />-Aníbal… Un último baile…<br /><br />En el mismo momento en que me doy vuelta, Alicia presiona “play” en la radio que tiene a un costado del escenario. David Coverdale se escucha un tanto añejo a través de los parlantes, pero eso no impide que Alicia se deslice sobre el entablado con la misma gracia ofidia de siempre… de antes… La observo danzar en elásticos movimientos que la llevan a quitarse la ropa con la misma sensualidad que me conquistó hace tanto tiempo, dejándose llevar por el ritmo cadencioso, llenando de vida el local. Creo ver los focos encendidos y escuchar las palmas batientes de cientos de clientes excitados, poseídos por los movimientos sinuosos de Alicia que termina por quitarse toda la ropa para apropiarse del caño endulzado por su propio sudor. La canción termina y ella se queda tendida en el piso, exhibiendo la hermosura sublime de su cuerpo. Los focos se apagan, los aplausos se desvanecen, la vida es carcomida otra vez por las dentelladas de los escarabajos que me esperan más allá de los muros del <em>Magia Negra</em>.<br /><br />Me dejo caer sobre el sillón. Me cubro con la chaqueta que llevo puesta y apago la vela que Javier ha dejado encendida. Apenas puedo distinguir su silueta en la oscuridad segundos antes de cerrar los ojos por la fuerza pues parece que ellos no quieren hacerlo por cuenta propia. Utilizo el sonido de los insectos en el exterior como arrullo para dejarme llevar por el agotamiento hacia el descanso tan necesario pero tan inútil. No hago caso de la picazón constante y molesta de mi pierna, ni del dolor de la herida que probablemente se esté pudriendo. Mañana hablaré con Javier y veré que puedo hacer para curarla… Abro los ojos. Ha amanecido. Siento que no he dormido absolutamente nada. Me acerco a Javier para despertarlo. Quito la frazada que lo cubre para descubrir que su rostro ha sido devorado por los escarabajos que se refocilan entre las sobras aún sangrantes y refulgentes de su cráneo destrozado por millones de pequeñas mordidas.<br /><br />-Despierta, Aníbal-. Es Catalina que me acaricia el rostro. Estoy transpirando. Javier está un poco más allá, echando comida en un bolso junto a Bárbara. Brenda no deja de traer cosas desde la cocina: galletas, jugos en sobre, tallarines, arroz, conservas… me levanto con adolorida lentitud. El sol ha salido hace rato. Se ve más brillante y grande que de costumbre y el cielo, más azul y prístino. Me cambio de ropa y engullo una lata de cerveza casi al seco antes de salir para guardar las maletas, seguido de Javier que ha dejado a Bárbara y Brenda preparando nuestras reservas de alimento. Me quedo sentado tras el volante, tratando de apagar el dolor que hace palpitar los músculos de mi pierna. Los demás suben e iniciamos el viaje hacia el norte, con cierta parsimonia, buscando quizás un sobreviviente entre tanto desastre relativamente ordenado, pues a pesar de los vehículos desparramados, la ausencia de gente y sonidos hace que el paisaje luzca como una fotografía. Extrañamente, no hay basura, ni cadáveres bubónicos y todo lo que nos rodea parece una escenografía. Me dejo llevar por la calma superficial del diaporama renovado por aires frescos y aromáticos que se deslizan por los árboles que parecen respirar aliviados, observando a los perros y los gatos correr libremente por las calles, a la las aves dueñas del cielo y de cada parque y plaza con que nos cruzamos, a los mismos escarabajos que se pasean por calles veredas y ruinas de casas y edificios con mucha más calma y premeditada lentitud, sabiéndose vencedores, amos y señores de la tierra que vuelve a nacer bajo sus pies, purificada por el caos.<br /><br />El sol continúa su andar gordo sobre nuestras cabezas. Nos detenemos en una bencinera. Javier y yo bajamos. Él se queda echándole combustible al auto y yo voy en busca de lo que haya en el minimarket abandonado. Saco chicles, dulces, bebidas, cigarrillos, algunos emparedados que acumulo en la parte inferior de mi polera convertida en una diminuta bolsa… Regreso al auto.<br /><br />-Podrías haber hecho eso ayer en la noche, cuando saliste- replica Brenda. La observo por el retrovisor. Sé que desea recriminarme porque sospecha cuál fue el real destino de mis pasos hace unas horas, pero rechazo la invitación a discutir con una sonrisa cansada.<br /><br />Echo a andar el motor.<br /><br />La Panamericana se ha convertido en un cementerio de vehículos desperdigados en las bermas y a veces, en medio de las pistas. Avanzamos a una velocidad razonable para no encontrarnos con ninguna sorpresa y con mayor precaución aún al descubrir vacas, cabras y conejos atravesando la vía sin ningún cuidado. No tienen porque hacerlo. No nos cruzamos con caminantes ni con otros vehículos en varias horas. No vemos ni un alma en Llay Llay ni tampoco en Calera. Sólo a algunos kilómetros de Los Vilos, obra el milagro. En dirección contraria, diviso otro automóvil, avanzando a toda velocidad. Me detengo en la berma y bajo para hacerles señas, con la esperanza de detenerlos. Javier y Brenda me siguen.<br /><br />La camioneta se detiene a la misma altura nuestra, pero en la pista contraria. El conductor es un tipo de cuarenta años, transfigurado por la situación caótica que seguramente vivió en alguna ciudad de más al norte. Su mujer no luce mejor. Despeinada y con los ojos enrojecidos, parece agradecer haberse encontrado con otro ser humano después de quizás cuánto tiempo. Sus hijos duermen en el asiento de atrás, vencidos por el cansancio de la huida.<br /><br />-Si va para Santiago, amigo, le recomiendo que tenga cuidado- sentencio.<br /><br />-¿Por qué? ¿Qué pasó allá?- pregunta él, con voz quebrada.<br /><br />-Me imagino que lo mismo que en otros lugares.<br /><br />El tipo comienza a llorar y es poco lo que entiendo de su malograda aventura durante los últimos días. Vienen de Copiapó, en donde todo es un desastre. No se han encontrado con mucha gente en el camino, y los que han encontrado van al norte, y hay momentos en los que la psicosis obligada les hace pensar que son los últimos sobre el planeta…<br /><br />-… y ahora vamos a Santiago a buscar a mi mamá… Por favor dígame que allá hay gente, que encontraron la forma de acabar con los escarabajos, por favor…<br /><br />-No le puedo mentir, amigo. No es mucha la gente que queda viva allá, pero hay personas. De todas maneras, déjeme decirle que si a estas alturas del partido no están muertos, es porque los escarabajos ya les han perdonado la vida. Traten de no hacerles ningún daño a los bichos y les aseguro que pase lo que pase, no los tocarán.<br /><br />Ella y él se quedan mirándome con los rostros convertidos en signos de interrogación.<br /><br />-Créanlo. Lo peor ya pasó. Sólo tengan cuidado- interviene Javier. Ellos susurran un tibio “gracias” antes de echar a andar el auto de nuevo.<br /><br />No puedo evitar un quejido ahogado al momento de subir. Javier me mira con el ceño fruncido, buscando una explicación. Ahogo el dolor encendiendo un cigarrillo, el filtro me permite mentir de mejor manera.<br /><br />-Estoy agotado, nada más.<br /><br />Abordamos la carretera otra vez, en silencio, apenas sintiéndonos vivos gracias al viento que rasga nuestra piel. El sol continúa su ciclo imperceptible y eterno, mientras Catalina es vencida por el agotamiento, el calor, la aburridora travesía signada por el asfalto y la ausencia de otros seres humanos.<br /><br />A media tarde, llegamos a las cercanías de Totoralillo. El sol se refleja sobre el mar calmo, haciéndolo demasiado tentador, realzando la hendidura que da forma a la playa. No lo pienso demasiado y saco el auto de la carretera.<br /><br />-¿Qué estás haciendo, huevón?- se queja Bárbara. Catalina despierta sobresaltada.<br /><br />-Descansemos un poco, por lo menos a mí me hace falta.<br /><br />-¿Cómo se te ocurre parar? ¿No ves que nos puede pasar algo?<br /><br />-¿Qué nos va a pasar, Bárbara? No hay gente, con suerte hay animales y los escarabajos no nos han hecho nada… Ni siquiera sabemos a dónde vamos, ¿cuál es tu problema?<br /><br />Bárbara se larga a llorar. Detengo el auto en el camino de tierra de colinda con la playa de aguas azules y tranquilas. Brenda la acoge en sus brazos, con el mismo instinto naturalmente maternal con que sus miradas y palabras me cobijaron. Javier baja. Busco palabras para consolar a Bárbara, pero no las encuentro.<br /><br />-No sé qué vamos a hacer… Tengo tanto miedo, tantas dudas… Ahora ni siquiera estoy segura si salir de Santiago fue lo mejor… ¿Y si los escarabajos de otras partes no son amigos de Aníbal?... Por favor, prométanme que vamos a estar bien, que esto se acabará, que podremos volver a hacer una vida normal… Por favor…<br /><br />Bárbara estalla otra vez en sollozos incontrolables. Brenda le acaricia la cabeza. Catalina, afectada por la situación, también desata el llanto. Mientras, Javier pasea cerca del mar, ajeno a lo que ocurre en el asiento trasero del carro. También quiero salir, dejar atrás esos maullidos atroces aunque justificados. No tengo respuestas. Probablemente los escarabajos las tengan. Quizás ellos son los que desean este viaje al norte, en busca de un nuevo Eldorado donde reposar nuestros huesos y dejar atrás el infierno, la muerte sin rastros y las fauces abiertas de la guerra perdida. Sin importar lo que diga, Bárbara no se sentirá mejor, así es que prefiero dejar que se desahogue y voy en busca de Javier.<br /><br />-¿Qué te pasa, Aníbal?<br /><br />-Nada, ¿por qué?<br /><br />-Tu no estás bien…<br /><br />-He pasado una semana bastante intranquila, compadre. No me pidas que tenga una mejor cara porque además, esta cara que tengo ahora es tu culpa. No me sigas jodiendo porque si no me veré obligado a matarte aquí mismo, mira que ganas no me faltan.<br /><br />Javier sonríe y se queda mirando el océano. Yo también. Hacía muchos años que no visitaba la playa. Quizás desde mis tiempos en la agencia. En esa época, los negocios, simposios y encuentros me obligaban a viajar a Asia, Europa, Norteamérica… Las costas de Grecia eran mis favoritas, seguidas por las de México y Tailandia. Me encantaba quedarme tendido sobre la arena, bebiendo algo, preferentemente ron, durante largas horas, antes de sumergirme en las aguas que recuerdo pintadas de un profundo azul en Birmania, de color turquesa en Belice y relajantemente celestes en Francia.<br /><br />El mar aquí en Chile es diferente. O lo era. Siempre me parecía rabioso, como si luchara consigo mismo para contener sus deseos de llegar hasta las faldas de la cordillera y arrasar con todo a su paso. A diferencia de lo que tengo frente a mis ojos en este momento, lo recuerdo encabritado, en constante movimiento, revuelto, ansioso. La brisa me hiela los brazos y las piernas, atenuando el dolor de la herida que todavía no quiero volver a mirar. Quizás un buen baño acabe con el dolor. Nadar unos minutos en dirección del horizonte, perderme buscando los resplandores áureos del sol en el fondo del mar que, más que nunca antes, luce tan pasivo y acogedor.<br /><br />-Se nos va a hacer tarde y debemos encontrar un lugar dónde quedarnos- aconseja Javier, iniciando el regreso. Demoro un minuto en seguir sus pasos. Quiero… deseo quedarme tendido sobre la arena, esperar a que las estrellas aparezcan en el cielo y por fin, dormir, como hace años no lo hago. Pero regreso. Otra vez me pongo tras el volante y al poco rato, ya estamos otra vez en la ruta 5, enfilando rumbo hacia Coquimbo.<br /><br />Llegamos a la ciudad cuando todavía queda algo de luz natural. No hay muchas casas en pie y el panorama de los vehículos desperdigados en todas partes se repite. Necesitamos encontrar un lugar seguro, tanto para esconder el carro como para nosotros. Doy varias vueltas por el centro de la ciudad, encontrándome sólo con escombros y tropas de escarabajos que deambulan buscando más alimento, más presas, más víctimas.<br /><br />-¿Por qué mejor no seguimos de largo? Yo puedo manejar…- comenta Bárbara, con el temor esbozado en cada una de sus palabras.<br /><br />-Sí, maneja tú. Vamos a ver cómo reaccionas si los bichos se cruzan por tu camino.<br /><br />-Piensa en cómo reaccionarás tú si Bárbara tiene razón y los que se cruzan en tu camino no son tan amistosos como los que tenías en el sótano- recrimina Brenda.<br /><br />Detengo el auto de improviso. A pesar de la perorata conciliadora de Javier, desciendo, ahogando nuevamente un grito de dolor atroz. Es en ese instante que siento la pierna ardiendo, como si estuviera sobre una parrilla dieciochera. Avanzo a duras penas por la calle hasta que una tropa de coleópteros de las más diversas especies, se cruza en mi camino. Disminuyen su marcha indómita y esquivan mis pies con elegancia, para continuar su recorrido.<br /><br />-¿Eso aclara tus dudas?- le digo a Brenda, una vez de vuelta en el carro.<br /><br />-¿Cómo sabías que no te harían nada?- pregunta, intrigada, Catalina.<br /><br />-No lo sabía. Simplemente a Aníbal le da lo mismo si los escarabajos no lo cotizan o si lo devoran en medio de la noche- interviene Javier.<br /><br />Enciendo un cigarrillo, mientras continúo mi avance hacia La Serena. Una cabañitas solariegas cerca del mar desvían mi atención. Me parece que es el lugar perfecto para pasar la noche y quizás, hasta para quedarnos unos días.<br /><br />Llegamos con ruidoso escándalo. Si hay alguien ahí, será mejor saberlo de inmediato. Estacionamos el auto en medio de dos de las casas cuya techumbre artificial imita las construcciones de la Polinesia. Apuntamos las linternas en todas direcciones, buscando bichos (aún no sé por qué las mujeres insisten en eso) y cuando nos hallamos a nuestras anchas, bajamos. No bien hemos puesto nuestros pies en la arena, una pareja de ancianos asoma en el porche de una de las cabañas.<br /><br />-Mira, Mariluz, todavía hay gente…<br /><br />El anciano se emociona hasta las lágrimas. La mujer también. Brenda corre a abrazarlos, como si así fuese a consolarlos o a demostrarles que somos reales, que no están alucinando, que los milagros existen y que ya no están solos. Hasta a mí me parece una escena tierna, sin embargo, prefiero no encontrarme con sorpresas e irrumpo en la cabaña más cercana, justo en frente de la que cobija a los ancianos. La habitación parece libre de escarabajos, luce limpia y con camas suficientes para todos. Pretendo volver al exterior, pero me detengo. El calor infernal que atrofia mi pierna se me ha esparcido por todo el cuerpo. Doy un paso en falso. No alcanzo a ver el suelo con que mi cabeza se estrella.<br /><br />Abro los ojos. La luz de una vela ilumina el rostro triste de Brenda, sentada a un costado de la cama, sosteniendo un paño frío sobre mi frente. Sus ojos denotan llanto desconsolado y sus manos tiemblan infantiles.<br /><br />-Nos asustaste- susurra.<br /><br />Catalina me abraza fuertemente. A los pies de la cama veo a Bárbara y Javier. Sus rostros han caído en una extraña y oscura expresión de marcha fúnebre.<br /><br />-Vamos a ir a La Serena a buscar medicamentos- dice Javier mientras se acerca.<br /><br />-Un par de aspirinas bastará, compadre- río.<br /><br />-No esta vez. La herida en tu pierna… está infectada. Tienes gangrena, Aníbal, y si no la tratamos pronto con antibióticos, corres el riesgo de morir.<br /><br />-Por qué eso no me sorprende- respondo, sintiendo otra vez el fuego de la infección escarbando los músculos de mi extremidad.<br /><br />-¿Por qué no dijiste nada, huevón?<br /><br />-Qué se yo… Quizás por lo mismo que no me avisaste que te ibas a Argentina para arrancar de los matones de la Farmacéutica…<br /><br />-No despertaste de buen humor, al parecer.<br /><br />-Hagan lo que deban hacer. Yo no me moveré de aquí. Quizás esto me sirva para descansar de una vez por todas.<br /><br />-No sé si pueda conducir, Javier- solloza Bárbara.<br /><br />-Lamentablemente, no nos queda otra opción.<br /><br />Bárbara se muerde los labios con nerviosismo. Me mira. Mira a Javier. Mira a Brenda y a Catalina, buscando una respuesta, alguna señal de la cual aferrarse para tomar una decisión que se acomode a sus miedos. Me parece que soy el único que no quiere obligarla a partir, pero ella no hace caso de mis mensajes subliminales. Toma una chaqueta y parte, seguida de Javier<br /><br />Catalina me acaricia la cabeza, mientras da vuelta el paño húmedo. Me levanto un par de centímetros para apoyarme sobre la cabecera y no parecer desahuciado. A los pies de la cama, junto a Brenda, hay una palangana con agua y paños que luego identifico como pedazos de alguna polera. Quiero evitar su mirada, pero me es imposible.<br /><br />-Eres un imbécil, Aníbal. Sabes cuáles son las decisiones correctas, siempre has sabido qué hacer en cada momento y siempre, invariablemente, haces lo incorrecto… ¿Por qué mierda eres así, Aníbal?<br /><br />-No lo sé. Si tuviera respuestas, de seguro no estaría aquí. No pensé que el dolor de la pierna fuera tan grave. Tuvimos un accidente, uno queda adolorido, medio muerto. Qué podía saber…<br /><br />-No me refiero a eso solamente, me refiero a toda tu vida, huevón. Has hecho todo lo posible por convertirla en una mierda… Y no te das cuenta que hay gente que te quiere y te necesita…<br /><br />Se queda mirándome con maternal emoción. Catalina continúa acariciándome levemente. No puedo evitar pensar en que formo parte de una familia y la idea me hace hervir la cabeza. Cierro los ojos sólo para excavar en el dolor de la pierna.<br /><br />-Es una herida horrible- comenta Brenda, soterradamente antes de cambiar el paño. Percibo que las caricias de Catalina se hacen cada vez más espaciadas. Brenda también, así es que le ordena ocupar otra de las camas de la habitación para dormir.<br /><br />-… No sabemos cuán largo será el viaje mañana, hija- le dice con ternura. La pequeña asiente con los ojos apenas abiertos. A los pocos minutos, duerme profundamente. Brenda reemplaza el paño húmedo.<br /><br />-Si te llega a pasar algo, te voy a patear, Aníbal Gaete- amenaza Brenda. Sonrío. Hace mucho tiempo que una mujer no me llama por mi nombre y apellido. Mi madre hacía eso cuando alguna de mis aventuras la sacaba de quicio. Ni siquiera sé si está muerta o no. Quizás los escarabajos acabaron con ella, como tantos otros. La vista se me nubla. Espero que no sean lágrimas de cocodrilo arrepentido. Brenda se acerca lentamente y posa sus labios sobre los míos con ternura, como si aquello fuese una despedida. Respondo con pasión, rodeándola con mis brazos y en ese momento, en ese preciso momento, siento que un millón de emociones y sentimientos rompen las cadenas oxidadas que los habían relegado a los rincones más olvidados, lúgubres y pantanosos de mi ser.Las Puertas del Deliriohttp://www.blogger.com/profile/03927568272950005092noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-4087909597829724922.post-49256983569304000192008-11-03T20:44:00.002-03:002008-11-03T20:49:54.434-03:00EL BUEN ESCARABAJO (Capítulo 4)<strong>MIERCOLES<br /></strong><em>Triste despertar de una agonía<br />Con lágrimas saludo el nuevo día<br />Y un dolor naciendo en lo profundo<br />Me empuja hacia el abismo en que me hundo<br />SERENATA EXTRAVAGANTE. LOS CANARIOS<br /></em><br />-¿Qué haces aquí?- me pregunta Alicia, con una sonrisa malvada plasmada en el rostro transpirado y cubierto de brillo artificial, al verme al pie de la escalinata que la lleva otra vez al nivel de los mortales.<br /><br />-Necesito conversar contigo.<br /><br />-No estoy para huevadas a esta hora, Aníbal, y menos contigo. Si quieres llámame más tarde y conversamos.<br /><br />-No, Alicia. Tiene que ser ahora y créeme que no se trata de nada de lo que ha pasado entre nosotros.<br /><br />Alicia que queda mirando mi rostro machacado y la expresión que ni siquiera yo puedo adivinar dibujada en él. Me toma de una mano y me lleva a uno de los privados. De hecho, al privado que ella casi siempre utiliza, el mismo donde tuvimos sexo por primera vez. El mismo donde muchos otros tuvieron sexo por primera vez con ella.<br /><br />-Te doy cinco minutos, Aníbal- replica con energía, luego de cerrar la puerta corredera.<br /><br />-Por lo que veo, será un día muy ocupado, así es que no tengo tiempo qué perder.<br /><br />-Está bien- mascullo, encendiendo un cigarrillo. -Lo único que quiero decirte es que tienes que dejar Santiago, tienes que irte a un lugar lejos de cualquier ciudad grande, en lo posible, en medio del desierto, aunque supongo que ellos también llegarán allá, pero no importa. Debes irte lo antes posible. Por favor, prométeme que lo harás.<br /><br />-¿De qué estás hablando, imbécil? ¿Crees que me voy a ir por culpa de otra de tus crisis de droga? Por favor, Aníbal, ya hemos pasado por esto y sabes que no voy a dejar mi trabajo… ¿Eso era lo que tenías que decirme?...<br /><br />-No, Alicia, no entiendes. Los escarabajos van a arrasar con todo, incluyéndonos a nosotros. Tienes que cuidarte y para eso, lo mejor será que te vayas de aquí.<br /><br />-Yo sabía que la coca iba a terminar por joderte la mente. Me da mucha pena porque eres un buen hombre, Aníbal…<br /><br />-No son las drogas, Alicia. Es la verdad, es lo que está pasando. No te puedo contar con detalles todo lo que hacía en la casa con Javier y sus experimentos, pero tienes que creerme. Esto va más allá de lo que puedo comprender o controlar y si alguna vez lo que tuvimos juntos te importó, por favor, hazme caso y ándate de la ciudad.<br /><br />-Lo que alguna vez tuvimos si me importó, Aníbal, pero no por eso voy a hacer caso de tus locuras. Te pido por favor que me dejes tranquila y que no vuelvas a dirigirte a mí. Esto tiene que terminar.<br /><br />-Está bien. Estoy de acuerdo- le digo, acercándome a la puerta corredera. -Por lo menos cumplí con advertírtelo…<br /><br />Antes de irme volteo por última vez, para verla de pie en el privado todo alfombrado de azul y gris, tan altiva como siempre, iluminada por coloridas luces de bajo voltaje que me recuerdan mucho las de los terrarios. No puedo partir sin una despedida.<br /><br />-Creo que te amé. En algún momento te amé y hubiera sido fantástico que ese instante se hubiese prolongado por más tiempo y más aún, que hubieras sentido lo mismo. De todas maneras, fue muy bueno mientras duró.<br /><br />Me sumerjo una vez más en la atmósfera sugerente e irreal del Magia Negra. Busco a Brenda. Ella también me busca. Nos encontramos a un costado de la barra.<br /><br />-Ven conmigo- le digo, tomándole la mano. Ella me rechaza y como respuesta, me abofetea con inusual fuerza. En su rostro veo rabia y dos lágrimas que corren paralelas, casi como estalactitas sobre sus mejillas enrojecidas. Creo saber el origen de su furia, pero no tengo tiempo ni deseos de discutir en ese instante. La dejo envuelta en sus propias dudas e inseguridades, sabiendo que puedo regresar más tarde por ella y explicarle lo ocurrido. Por ahora, tomo el auto y parto en dirección a mi casa o por lo menos a la que era mi casa hasta que los escarabajos se la tomaron por la fuerza.<br /><br />Una rápida mirada me basta para saber que ya se han apoderado de la sala. Están sobre los sillones y dentro de ellos, se pasean a sus anchas por la alfombra sucia y sobre las baldosas ennegrecidas por la suciedad y mis propios e infinitos pasos. Me detengo en el umbral y me quedo observándolos por unos momentos. Varios xilófagos preparan sus nidos en la madera de los muebles y estoy seguro que si observo sus acciones con mayor detención y en detalle, podré descubrir sus larvas en las entrañas de cada sillón y de la mesa de centro. Su trajín es apenas interrumpido por mi presencia que parecen saludar al voltear sus pequeñas cabezas y agitar las mandíbulas portentosas. Como parecen no tener intención de atacarme, avanzo cuidando no hacerles daño y lentamente me dirijo al subterráneo. Ya no quedan restos de los cadáveres de los matones. Sólo sus armas y los cargadores. Tomo una de las pistolas y las peinetas que encuentro esparcidas en el piso antes de dirigirme a la cocina en busca de algunas latas de cerveza. En seguida, me dirijo al segundo piso. Cojo algo de ropa y mis documentos. Meto todo, incluyendo las cervezas, en una mochila vieja que encuentro en el fondo del armario. No sé por qué, pero también voy en busca de los cuadernos con las anotaciones de Javier. Quizás ahí haya algunas respuestas a todo lo que está ocurriendo.<br /><br />Nunca ha dejado de impresionarme el orden sacerdotal de la habitación de Javier. La cama perfectamente estirada y limpia, la alfombra sin una sola pelusa o mancha que macule sus patrones curvos en diferentes tonos de café. Las paredes absolutamente blancas y los estantes de su armario en perfecto orden, su ropa, sus cuadernillos, sus zapatos, sus libros de medicina y entomología… Sólo algunos escarabajos paseándose indecisos sobre las cortinas o el piso convierten el lugar en una bizarra simulación de sepulcro egipcio y me hacen recordar que aquella situación está lejos de la normalidad o por lo menos, de la rutina a la que estaba borrachamente acostumbrado. La cantidad de librillos es tan grande que opto por buscar los más recientes, pero no los encuentro. Confundido, reviso los volúmenes que tengo frente a mí para descubrir que a pesar de superficial orden en que se encuentran, hay varios tomos que han desaparecido, algunos de hace seis años, otros más recientes, al azar, como si alguien los hubiera sacado jugando una extraña ruleta o bien, sabiendo claramente lo que buscaba y en qué volumen se encontraba la información que necesitaba.<br /><br />Dejo el bolso a un lado. Amartillo el arma y silenciosamente desciendo una vez más al subterráneo. Trato de no pisar ninguno de los escarabajos que invaden el suelo frío, pero hasta ellos mismos parecen abrirme paso mientras avanzo hacia el laboratorio, empuñando el arma, dispuesto a enfrentar cualquier sorpresa, pero la puerta permanece cerrada. No muy convencido, trato de forzarla con el peso de mi cuerpo. Pienso en buscar una copia de la llave (Javier debe tener una en su habitación), pero desisto casi de inmediato. Debo volver donde Bárbara y pensar dónde diablos podemos refugiarnos para dejar atrás este pequeño infierno condenado por élitros rígidos como rocas y tarsos en infinito, veloz y febril movimiento.<br /><br />Mientras avanzo por las calles de la ciudad, cada vez más oscura y extrañamente silenciosa, me pregunto si la Corporación habrá buscado respuestas en las anotaciones de Javier, si en su constante y concentrado seguimiento de cada experimento, los espías y matones de Kingdom Pharmaceuticals darán con una solución a la invasión desatada de los coleópteros que parecen haberse tomado el reino de los humanos que, desprevenidos, no tuvieron otra opción que replegarse en el interior de sus modernas cavernas, indefensos y atemorizados, cercados por bichos que hasta unas horas no eran más que una molesta plaga de jardín.<br /><br />Irarrázabal está convertida en un caos de vehículos que pugnan desesperados por llegar a una salida. Sé que por ahí no llegaré a ninguna parte, así es que vuelvo sobre mis ruedas y enfilo rumbo al sur por calles menos concurridas, buscando llegar pronto a casa de Bárbara, allá, en medio de un barrio bravo que probablemente se ha tornado mucho más peligroso y anárquico de los que comúnmente es con esto del ataque de los escarabajos. Quedan pocos sectores iluminados, por lo que debo andar con mucho cuidado, a pesar de mi prisa. Personas cruzan corriendo las calles sorpresivamente, no sé si huyendo de los escarabajos convertidos en horribles monstruos o si se trata de simples saqueadores. Los autos ya no respetan las señales de tránsito y emergen de improviso por calles perpendiculares, para perderse a toda velocidad en el otro extremo. Creo escuchar gritos de dolor y pánico provenientes de las casas a oscuras, pero acelero el motor del Chevette para que la imaginación o peor aún, la realidad, no me saquen de la escasa cordura sobre la que me equilibro con algunos tragos de cerveza.<br /><br />De pronto pienso en Brenda. Debería ir a buscarla, sacarla a al fuerza del <strong>Magia Negra</strong> y llevármela a la casa de Bárbara, pero ya es muy tarde para dar media vuelta. La idea sigue aplastándome la cabeza, así es que detengo el auto. No es una decisión cualquiera. Me echo un par de rayas a la nariz y continúo pensándolo con suma detención. Pretendo no comprender qué razones me obligan a regresar por ella, así es que las anulo de mis cavilaciones mientras la noche se me hace más oscura que nunca antes en mi vida. Sé que la lógica me indica seguir el camino, refugiarme en la fortaleza de Bárbara y esperar que la catástrofe se diluya en el tiempo o la llegada de los escarabajos hambrientos contra los que no podré combatir. Pero la idea de dejar a Brenda a su suerte, consumida por una probable tormenta de bichos que se resarcirán con la carne lechosa de su cuerpo bendecido, me asquea terriblemente. Entonces, echo a andar el motor nuevamente y enfilo rumbo al norte, en busca del boliche de Mendieta.<br /><br />Aún me sorprende el ambiente del <strong>Magia Negra</strong>. Nada interrumpe la música, el baile descarnado, las corridas de trago, el juego triste de luces que deforman el escenario y el cuerpo de la chica que enseña sin mediación su culo pálido y redondo. Me deslizo entre las mesas en busca de Brenda, buscándola en cada rostro, en cada par de piernas con que mis ojos un tanto confundidos, se cruzan al azar. No la encuentro. Debe estar con algún cliente en los privados. Inquieto y angustiado, me quedo cerca del acceso a las pequeñas habitaciones apostadas tras el escenario. Me fumo un par de cigarrillos antes que Brenda aparezca, un tanto despeinada y con el maquillaje algo derretido, acompañada por un tipo de escasa estatura, fornido, cejijunto y de labios como bananas. La tomo de un brazo, pero ella se resiste. Me mira con rabia y rechazo. Entonces, el tipo que viene con ella interviene, plantándose en el medio, empujándome con ambas manos.<br /><br />-¿Qué te pasa con la mina, huevón?- espeta con voz oscura.<br /><br />-Nada. Sólo necesito hablar con ella- atino a responder, intentando ser conciliatorio.<br /><br />-Parece que ya te sacaron la cresta por gil- ríe en mi cara, burlándose de las laceraciones que la decoran como árbol navideño.<br /><br />-Mira, lo único que quiero es hablar con ella un minuto, nada más-. Percibo movimiento a mi alrededor. Cinco hombres me han rodeado subrepticiamente, en silencio monacal, aunque se mantienen observantes. Brenda percibe la situación incómoda en que me encuentro y me toma un brazo para llevarme a otro sector del boliche, no sin antes pedirle al pigmeo molesto que la espere.<br /><br />-¿Qué pasa ahora, Aníbal?<br /><br />-Tenemos que irnos ahora, Brenda. Ni siquiera te imaginas lo que está ocurriendo y de verdad necesitaré tiempo para explicártelo. Pero para eso, tienes que irte conmigo ahora, por favor.<br /><br />Entre mis ojos y labios hinchados, los hematomas y las laceraciones, Brenda parece advertir mi sincera preocupación. La expresión de su rostro cambia totalmente antes de volver a hablar, con aquel tono de voz afable y confidente de nuestras conversaciones en su departamento.<br /><br />-Voy a buscar mis cosas… Le diré a Mendieta que me vas a pagar por una hora en tu casa, ¿está bien?<br /><br />Asiento con alivio. La veo dirigirse al pequeño camerino que está tras la barra, conversar con Mendieta y luego, regresar a mí, pero el enano aniñado la detiene con brusquedad. Alertado y antes que sus cinco amigotes reaccionen, doy un par de zancadas atléticas para arrancarle a Brenda de los brazos mientras con la otra mano, lo golpeo en el rostro antes de iniciar la fuga veloz, entre sombras y gritos de alarma. Miro hacia atrás para asegurarme que Brenda siga mi ritmo, y es ahí cuando veo al Chupete arrojar hábilmente la pesada bandeja que utiliza todas las noches como si fuera un frisbee que golpea la cabeza del primer matón que está a punto de alcanzar a Brenda, derribándolo, haciendo que los hombres que vienen tras él también tropiecen y caigan en cadena.<br /><br />Salimos del <strong>Magia Negra</strong> a toda velocidad, sin volver a mirar atrás y aunque Brenda trastabilla varias veces, logramos llegar al auto. Abro la puerta del conductor y prácticamente arrojo a Brenda al interior como si fuera un bulto, para luego sentarme y echar a andar el motor tan rápido como mis manos temblorosas lo permiten. Enfilamos rumbo al oeste y doblamos hacia el sur por la primera calle que encontramos.<br /><br />-¿Qué mierda te pasa, Aníbal?- grita ella, sin dejar de golpearme el brazo derecho. Casi no siento su voz ni sus débiles puñetazos. Estoy más preocupado por realizar un circuito complejo, pero sin perder el rumbo, para evitar una posible persecución y llegar lo antes posible a la casa de Bárbara. Ya habrá tiempo para explicarle a Brenda lo que ocurre.<br /><br />-¡Contéstame, huevón!- aúlla ella y siento sus uñas hundirse en la piel de mi mano. Detengo el auto y la encaro.<br /><br />-Te lo voy a contar todo, Brenda, pero por ahora lo único que quiero es llegar a casa de Bárbara. La ciudad es un caos y no quiero darme el lujo de perder más tiempo. Confía en mí.<br /><br />Me mira con lágrimas en los ojos y luego, se cruza de brazos, con la vista fija en el parabrisas. Echo a andar el auto de nuevo y continúo mi avance hacia el sur. A poco andar, el rostro de Brenda comienza a transformarse. Las calles a oscuras, carreras distantes de autos, sombras temerosas corriendo por las calles, la alertan.<br /><br />-¿Qué pasa, Aníbal?<br /><br />No respondo. Me concentro en el camino, en el asfalto que apenas puedo distinguir, en las sombras que me acechan flagrantemente vivas y burlescas, en los peatones huidizos que se deslizan como ofidios por las veredas o con las espaldas pegadas a los muros de las casas cuyas ventanas se han convertido en muertas cuencas vacías.<br /><br />-Son los escarabajos- susurro, por fin, como si hubiese luchado por tragarme las palabras.<br /><br />-¿Tus escarabajos?<br /><br />-No lo sé… No sé si son mis escarabajos o todos los escarabajos del mundo confabulados, pero sí sé que de un modo u otro tengo algo que ver en todo esto.<br /><br />Avenida Grecia es un caos de automóviles que se mueven en todas direcciones, sin respetar señalizaciones ni el tránsito establecido. Mi escasa pericia como conductor al enfrentarme a este tipo de situación, muy inusual por lo demás, me deja estancado en la boca de la calle por largos minutos hasta que por fin, logro superar el escollo signado por vehículos de todos los tipos que se deslizan en desorden, pero aún así, a toda carrera. Regresamos a las calles oscuras y estrechas de Macul, esperando evitar la mayor cantidad de tacos y contratiempos posibles. Nada es seguro afuera y nada me da seguridad aquí adentro, en instantes en que no dejo de pensar en la aparición de algún monstruoso vehículo híbrido de ruedas inmensas como montañas y bramador rugiente, que pasara sobre nosotros, aplastándonos como insectos. Las fachadas de las casas se hacen más estrechas y difusas; sus ventanas, más monstruosas e infames. Nuestro avance, imaginariamente lento, como si el asfalto estuviese derritiendo nuestros neumáticos. Sé que es la angustia la que me está jugando una mala pasada. También sé que me quedan varias calles concurridas por superar, aunque mi preocupación se centra en Departamental. El caos ahí debe ser igual o mayor que en Avenida Grecia. De pronto, casi al llegar a una esquina, otro auto dobla sorpresivamente. No puedo evitarlo y el choque frontal lo veo en cámara lenta, como en una mala película de acción. Incluso, veo la cabeza del otro chofer chocar pausadamente con el parabrisas y a su familia ir hacia delante y atrás en coreográfica contorsión. Escucho los fierros retorcerse como si se tratara de una breve sinfonía concreta y cuando aquella extraordinaria representación parece llegar a su gran final, todo desemboca en silencio y quietud fúnebre.<br /><br />Brenda está bien. Un tanto confundida, pero no veo señales de heridas superficiales en sus brazos, piernas y cabeza. Trato de abrir la puerta. Es en ese momento que percibo un paralizante dolor en mi pierna derecha. Aún así, contengo el quejido. Con bastante esfuerzo, logro salir y voy en busca de Brenda que si bien no ha sufrido heridas, está en estado de shock, y no deja de mirar al tipo que conducía el otro vehículo, inconciente aún detrás del volante, con la cabeza ensangrentada, remecido por los brazos y las lágrimas desesperadas de su esposa. No me detengo a mirar. Mi objetivo es otro y aunque el llanto y los alaridos de los niños aún en el interior del vehículo, testigos anulados del desangramiento paterno, me llama por algunos segundos, continúo tironeando a Brenda para que avance tan rápido como pueda.<br /><br />Arribamos a Quilín, casi desfallecientes. Sé que ella necesita un descanso y yo, descubrir qué diablos me pasó en la pierna, pero tengo miedo de detenerme, más aún cuando tropas uniformes de escarabajos de diversas especies comienzan a cruzarse en nuestro camino, asimilando veloces y fugaces cauces en feroz movimiento que espantan a cualquier otro ser vivo que se atraviesa en sus caminos. Atemorizados, nos detenemos para observar su silencioso paso y aunque me niego a creerlo, estoy seguro que algunos de ellos se detienen, me observan brevemente y continúan su camino acelerado. Quizás es el efecto de la abstinencia o la oscuridad reinante que me está jugando una mala pasada, pero percibo en Brenda similar asombro. De todas formas, no es mi mayor preocupación por el momento. Busco desesperadamente un auto que pueda robar para continuar nuestro camino y por supuesto, para protegernos pues el ambiente se torna cada vez más temible e inseguro. A la distancia, veo turbas que combaten el pánico armándose con palos, armas y antorchas, vagando por las calles, buscando culpables donde no los hay. Algunos autos pasan a toda velocidad por la calle, buscando una salida inexistente de la ciudad sitiada por coleópteros y temores antes ocultos, ahora a flor de piel. Intentando pasar inadvertidos, nos deslizamos por la vereda norte, buscando refugio en las sombras de fachadas inermes y árboles crujientes, devorados rápidamente por los escarabajos que nos acechan. Ya puedo ver Vicuña Mackenna, atiborrada de autos en eterno estancamiento, entre bocinazos parasomnes, gritos desquiciados, gemidos inconsolables. Traspasamos las sucesivas barreras de vehículos, sin responder a preguntas ni hacer caso de advertencias, buscando llegar pronto a Valdovinos y de ahí, a calles y pasajes donde espero dar con un carro que nos lleve rápidamente al único lugar que nos va quedando, la casa de Bárbara. Unos muchachos armados con palos, teas y cuchillos se cruzan en nuestro camino. Nos piden dinero, nos piden que paguemos por su inútil protección. No respondemos. Nos siguen con actitud amenazante, alterados por la locura que nos rodea, que se ha apoderado de ellos en lo que imagino, es la oportunidad perfecta de sacar algo de provecho mientras el caos reina. No soporto más la situación y volteo, amenazándolos con la pistola, a pesar de la súplica lacrimosa de Brenda que pugna por arrastrarme hacia las tinieblas en donde cree, nos perderemos. Sé que esa no será solución. Sé que sus ojos hambrientos ven más allá de la oscuridad. Lo veo en sus rostros. Veo las ansias apócrifas de lucha, de sangre, de miedo y de catarsis angustiada. Veo en sus manos engrifadas la sed de cualquier placebo que extermine el pánico y a los escarabajos criminales que han asolado sus territorios absueltos de extremaunción. El temor al negro acerado de mi arma no los contiene, pues continúan acercándose amenazantes, empuñado sus armas paleolíticas, enjaezados por un muchacho moreno y alto cuyo valor choro les sirve como estandarte para seguir avanzando, mientras con mi otro brazo, protejo a Brenda tras mi espalda congelada, seca, engrifada. No hay tiempo para dudar. Disparo dos veces seguidas, dando en medio del pecho del líder antes que caiga al suelo, despaturrado como una marioneta arrojada al interior del armario. Los otros corren entre insultos creativos, coa ininteligible y promesas de una muerte pronta y segura. Tomo a Brenda de la mano y la arrastro calle abajo, sin fijarme en que el asombro, el asco y la inseguridad se han apoderado de ella.<br /><br />Un brazo que surge entre las rejas de un jardín, intenta detenerme. Me vuelvo furioso, empuñando una vez más la pistola.<br /><br />-Venga, venga- susurra una voz desgastada, gangrenosa, ultraterrena. Entre las ramas secas de los arbustos y el hierro oxidado de la reja, logro divisar a un anciano de aspecto descuidado, extremadamente delgado, con la espalda convertida en un arco tísico y los brazos largos y canijos, como los del esqueleto de un orangután. Con su mano huesuda nos invita a seguirlo al interior de la casa, pero permanezco inmóvil, conteniendo así también a Brenda.<br /><br />-Venga, hijo, que ellos van a volver y la pistola no le servirá de nada.<br /><br />El viejo cierra la puerta tras nosotros. La atmósfera mezcla un profundo e hiriente aroma a naftalina con el de la muerte cercana, como si algo muy dulce estuviese pudriéndose con premeditada lentitud y delicadeza señorial. No tarda en encender una vela que instala en una palmatoria de bronce sobre una mesa que, me imagino, debe hacer las veces de comedor cuando el anciano almuerza o cena en absoluta y monástica soledad.<br /><br />-Hay que quedarse calladitos, para que no nos escuchen cuando pasen por aquí.<br /><br />-No creo que los pendejos sepan que estamos aquí- acoto.<br /><br />-No me refiero a los muchachos. Hablo de los escarabajos. Ellos escuchan hasta nuestra respiración y así saben dónde estamos, qué estamos haciendo, cuántas personas hay en una pieza… y cuándo atacar…<br /><br />Le creo, simplemente porque ya no sé qué pensar de los escarabajos. Observo a Brenda, mientras el anciano nos sirve dos vasos de agua. Sus ojos están perdidos en la llama queda de la vela distante ¿Cómo explicarle que lo que hice era necesario?...<br /><br />Escuchamos gritos de inconcebible dolor. Provienen de cerca, quizás unas casas más al sur. Son alaridos espantosos y casi inhumanos que se expanden por la calle, por los hogares vecinos, que se convierten en alfileres aguzados clavándose en nuestros oídos. Brenda colapsa y comienza a gemir. Me acerco a ella con la intención de consolarla.<br /><br />-No te acerques a mí, Aníbal- ordena, entre sollozos. Vuelvo al sillón. Al poco rato, los gritos se apagan secamente.<br /><br />-Señorita, si el caballero no hubiera disparado, los chiquillos esos ya los hubiesen matado. Se lo digo, porque ya los he visto hacerlo.<br /><br />Brenda parece no escuchar al anciano. Permanece con la vista fija en la sinuosa e insegura llama del cirio enteco, buscando respuestas, motivos, causas… a todo lo que está ocurriendo y que nos ha llevado a este punto incómodo, infértil, casi inanimado e incierto, absurdamente incierto… Escucho nuevos gritos y carreras que pasan por la vereda. Creo reconocer la voz de uno de los cumas que quiso atacarnos hace un par de horas, aunque dudo de todos mis sentidos. Incluso, es muy probable que esto sea parte del sueño que tuve en la casa de Bárbara, un sueño que aún no termina, que sigue su curso para mostrarme un futuro alternativo y oscuro, donde puedo verme reflejado en el esqueleto informe que es este viejo que, silencioso y demasiado seguro de sí mismo, nos observa con inexpugnable detención.<br /><br />-Es hora de irnos- asevero, levantándome de improviso, antes de ser devorado por las pupilas vítreas del anciano.<br /><br />-No, m’ijo, todavía no. Espere a que amanezca. Es un mucho más seguro.<br /><br />-Así como están las cosas, dudo que se más seguro de día o de noche- repongo.<br /><br />-Yo quiero quedarme. Necesito descansar- interviene Brenda, despertando de su nebulosa ensoñación.<br /><br />-Le presto mi pieza, señorita- recomienda el viejo.<br /><br />-No, gracias. Preferiría dormir aquí. Tengo demasiado miedo como para estar sola.<br /><br />El anciano sonríe medio desdentado antes de internarse en las tinieblas de la casa, en busca de una cubierta para Brenda. Aprovecho la ocasión para echar una mirada a mi alrededor y descubrir la tradicional colección de recuerdos de anciano solitario: fotos en sepia ampliadas de sus antecesores, enmarcadas en rigurosa imitación de bronce bruñido, pequeños marcos plásticos de promoción de revelado atiborrados sobre cada mueble, con instantáneas de los hijos, nietos, sobrinos y parientes varios que ya no van a visitarlo; muebles hechizos sostenidos por la fuerza inconmensurable de la trabajólicas polillas, chichería barata en estantes a mal traer, incontables cajas y frascos de medicamentos apiladas en un estante que alguna vez fue elegante, muebles desgastados, abrasados por el fuego del tiempo que quema todo tan invisible como inevitablemente. Y sobre la mesa, junto a la vela, un marco finamente labrado, conteniendo la foto de una mujer de singular belleza, elegantemente retratada en blanco y negro por un fotógrafo que ya tiene que estar muerto…<br /><br />Me quedo mirando a la mujer. Sus bellos aunque desilusionados ojos me recuerdan los de Alicia. Vago a través de ellos buscando saber qué estará haciendo en este preciso instante…<br /><br />-Es… Era mi esposa- susurra el viejo, indicándome a Brenda que se ha quedado dormida en el sillón.<br /><br />-Era hermosa- repongo también en voz baja.<br /><br />-Una gran compañera y una gran madre. Lamentablemente, el Señor se la llevó de mi lado hace quince años.<br /><br />-Así es la vida… Así es la muerte…<br /><br />-Sí. Así es. Todos tenemos nuestro tiempo y las dos cosas, caballero, no van por separado. La muerte es parte de la vida desde el momento en que nacemos y es sólo una cuestión de cómo vamos a morir, el cuándo no importa. Lo que sí importa, es lo que hacemos mientras estamos aquí.<br /><br />-Eso también da lo mismo, señor. Todos quienes creen en algún dios optan por pensar que la próxima vida será mejor que esta, así es que no creo que la diferencia sea demasiada.<br /><br />-No se trata de eso. Ni siquiera se trata de Dios o de todas las manifestaciones que queramos darle para nuestro beneficio. Se trata de uno mismo. Es una cuestión de esperanza, no de religión.<br /><br />-No voy a discutir eso a esta hora, anciano. Lo único que quiero ahora es que amanezca pronto e irme de acá.<br /><br />-Lo sé. Usted no es de los que aceptan tan fácilmente un cambio en la vida. Yo tampoco lo soy. El tiempo a uno lo vuelve rígido y porfiado y se niega a aceptar la flexibilidad de los nuevos tiempos. Pero, vaya, cuando ocurre algo como esto, pucha que uno se cuestiona todo lo que cree, todo lo que es, todo lo que ha hecho y todo lo que pretendía hacer más adelante.<br /><br />Ni siquiera lo miro. Cierro mis oídos forzadamente tratando de evitar sus palabras, pero no puedo. Quedan dando vueltas en mi cabeza mientras voy en busca de la mochila por una lata de cerveza y algo de coca. Me da lo mismo lo que el viejo piensa o diga. Le paso una lata que acepta con elegancia discreta y luego, tomo una de las fotos. Hago un par de rayas sobre el vidrio poroso y me las tiro en cosa de segundos para luego limpiarla con la manga de mi chaqueta y dejar el marco donde estaba. El viejo no dice nada. Me mira con una sonrisa resignada y le da un par de tragos a la cerveza segundos antes que una tropa de Scarabaeinae, de inusual tamaño, se cuelen por debajo de la puerta de calle. Ambos, azorados, nos quedamos mirando su avance un tanto inseguro por la piso de la sala. Parecen oliscar el aire, levantando sus mandíbulas demasiado desarrolladas, dirigiéndolas en todas direcciones. Deben ser una centena realizando el mismo gesto explorador. Luego, se concentran en el viejo y en mí, como si quisieran reconocernos y en seguida, se retiran en ordenado batallón por la misma ranura escueta por la cual han arribado. Capto en el anciano cierta desilusión lastimera por aquella partida, pero no digo nada. Me siento en el sillón que he ocupado durante ese pedazo de noche y enciendo un cigarrillo. El anciano le da un par de sorbos más a la cerveza antes de quedarse mirando la foto de su esposa con fijación nostálgica, un tanto amarga, pero aún así, comprometida y enternecida por las circunstancias surrealistas que nos envuelven como una interminable carcajada demoniaca.<br /><br />-Ya está amaneciendo- murmura el viejo, luego de un rato, quizás minutos, quizás horas. Me acerco a Brenda y trato de despertarla con ternura. Ella comienza a desperezarse lentamente hasta quedarse mirándome con una indefinida expresión que mezcla el odio, la compasión y la ternura maternal.<br /><br />-Muchas gracias por todo, don…<br /><br />-Mi nombre no importa, caballero. Vayan con Dios y tengan la esperanza que todo esto ya va a pasar- me responde el anciano mientras Brenda lo abraza con sincero cariño.<br /><br />-Venga con nosotros- invita ella, sin dejar de mirarme, buscando una afirmación que no puedo darle.<br /><br />-No, hija. A estas alturas sólo quiero esperar. Pase lo que pase, voy a estar bien. No se preocupe.<br /><br />Ella busca la insistencia en mí, pero no se la doy. No por egoísmo. Veo en el rostro del viejo la necesidad irrenunciable de esperar lo inevitable. Le echo una mirada a las fotos que tiene repartidas por todos los rincones de la sala y sólo tiendo a imaginar que ha llegado a la última encrucijada de su vida, aquella en la que no tomas decisiones, si no que simplemente esperas que algún poder superior te indique cuál es el próximo paso. Tomo a Brenda de la mano y la llevo suavemente hacia la calle. Ella no dice nada. Parece que ha percibido en el anciano aquella necesidad de enfrentare solo a la muerte… o a lo que venga. Bajamos por los pasajes que se desprenden de Valdovinos hacia el sur. Casi al llegar a Pedro Alarcón, encuentro un Toyota Yaris que al parecer está en buen estado, aunque su conductor no cuidó para nada la forma de estacionarse, dejando sobre la vereda la mitad anterior del auto y la otra, mirando aculatada hacia la calle. Rompo el vidrio con una piedra y no pierdo tiempo en limpiar las diminutas astillas que han quedado en asiento. Descerrajo la chapa con la cacha de mi arma y no tardo en dar con los cables de contacto que echan a andar el motor. Las cortinas de la casa que está frente a mí se mueven constantemente, pero nadie aparece por la ventana ni por la puerta principal. Un ejército de escarabajos marcha rápidamente en dirección norte y se pierde en la esquina siguiente antes que saque el auto de su inusual estacionamiento. Lo llevo lentamente calle abajo, hasta dar con avenida Las Industrias. El panorama es desolador. No hay un alma en las calles y tropas de escarabajos se deslizan constantemente en todas direcciones, en militar orden, pero desprendiendo de sus marchas una extraña algarabía. Avanzo entre los autos desperdigados por la avenida, tratando de evitar las masas informes de coleópteros que van y viene a su regalado gusto, más que amenazantes, jubilosos y juguetones. Santiago nunca lució tan deprimente, tan oscuro, tan muerto. Los frontis de las casas parecen signados por marcas destinadas a conjurar una peste bíblica y las pocas personas que vemos vagando por las calles parecen más zombies de mala película Z que los soberbios habitantes de la urbe que estaba acostumbrado a ver día a día. Brenda no ha vuelto a abrir la boca. Tomamos Departamental en busca de Santa Rosa, pero debemos desviarnos por las estrechas calles laterales, pues los autos abandonados clausuraron el paso en ambas direcciones. Es entonces que, en una de las esquinas, veo a un grupo de perros jugando alegremente, ladrándole al sol, involucrados en persecuciones circulares que terminan en mordiscos suaves y despreocupados. Me quedo mirándolos por un rato antes de seguir mi camino.<br /><br />-¿No te habías dado cuenta?- inquiere Brenda.<br /><br />-¿De qué?<br /><br />-De los animales. Hace rato que los veo. Gatos, ratones, perros, pájaros… Son los únicos que parecen no preocuparse por lo que ocurre.<br /><br />Probablemente tenga razón. La verdad es que no me he fijado. Durante todo el trayecto me he concentrado en buscar algún ser humano que parezca estar medianamente en sus cabales y no lo he encontrado. Quizás debí insistirle al viejo que viniera con nosotros, pero es muy probable que hubiera rechazado una y otra vez la oferta, convencido de esperar a los escarabajos que en algún momento, terminarían con su miseria.<br /><br />Nos es difícil avanzar por Santa Rosa hasta llegar a Observatorio, a pesar de enfrentarnos constantemente a vehículos esparcidos en desorden histérico por toda la avenida. Nos detenemos frente a la casona de Bárbara, pero antes de bajar, Brenda me toma del brazo.<br /><br />-¿Te das cuenta de lo que hiciste?<br /><br />-Sí, maté a una persona, un tipo que no conocía, que nos amenazaba y que nos hubiera asesinado a nosotros de tener la oportunidad ¿Algún problema con eso?<br /><br />-¿No tienes ningún remordimiento, ningún nube oscura en tu conciencia?<br /><br />-No acostumbro a arrepentirme de las cosas que hago… si es que las recuerdo. Y estoy seguro que si no pensamos en algo pronto, no me quedarán muchos días para acordarme.<br /><br />Golpeamos las rejas reiteradas veces. Por momentos, por mi cabeza cruza la imagen certera de Bárbara y Catalina siendo devoradas por espantosos y gigantescos escarabajos que están haciendo un ampuloso festín con sus vísceras. Quizás sea lo mejor para ambas… La puerta de calle se abre. El rostro de Bárbara ha perdido su exagerada femineidad producto de las ojeras y la barba incipiente que le adorna la barbilla temblorosa. Me maldice con la mirada antes de abrir.<br /><br />El cansancio de todas esas horas se abate sobre mí una ve que puedo reposar mi cuerpo sobre el amplio diván de la sala.<br /><br />-¿Me puedes decir quién es ella y qué vamos a hacer ahora?<br /><br />-Ella es Brenda, trabajaba en el boliche de Mendieta… Tenía que ir a buscarla… No me preguntes por qué, pero tenía que sacarla de ahí… Y primero necesito descansar antes de hacer cualquier cosa, porque no he dormido nada y no fue una noche muy tranquila que digamos-. Abro una de las cervezas algo tibias que quedan en la mochila y me lleno la garganta de bilis amarga. Bárbara le indica a Brenda dónde hay un poco de agua para lavarse y en seguida, dónde hay una habitación para que descanse un par de horas.<br /><br />-¿Un par de horas?- replico.<br /><br />-Sí, Aníbal, un par de horas. Ni yo ni Catalina soportamos un minuto más encerradas acá. Si crees que tu noche fue mala, la nuestra fue peor, así es que trata de dormir mientras nosotras terminamos de preparar nuestras cosas para irnos, ¿okey?<br /><br />-No vas a estar más segura allá afuera que acá a dentro. Ya he visto suficiente como para saberlo.<br /><br />-Eso lo voy a decidir yo- espeta Bárbara, con total seguridad antes de dar media vuelta.<br /><br />Me quedo solo en la sala, recostado sobre el diván, con la cerveza en una mano y cigarrillo recién encendido en la otra. Estoy seguro que salir de aquí no será mejor ni peor que quedarnos. Hasta ahora, los escarabajos no nos han hecho nada y no creo que lo hagan, quizás porque existe la posibilidad que todos los escarabajos del mundo sepan que los que yo cuidaba, prácticamente vivían en terrarios cinco estrellas y su matadero era de lo más pulcro y aséptico. Es una probabilidad. No creo que su indiferencia por nosotros sea casual. Javier, yo, los bichos, todo tiene una relación aunque estoy muy lejos de saber cuál. Por eso es que hasta ahora, aún estamos vivos. Por eso es que aún estoy aquí, retozando y pensando estupideces mientras dejo que el agotamiento me impulse muy lentamente a cerrar los ojos y dormir…<br /><br />-¿Cómo estás?-. Es la voz ínfima de Catalina la que me despierta. Me quedo mirándola. A pesar de todo lo ocurrido, se ve hermosa. Ha recuperado el rostro y la postura desvalida de la edad que tiene, dejando atrás aquella actitud un tanto putanesca que tenía cuando llegó a casa. No sé cuántas horas han pasado, pero a través del ventanal que da a la calle, percibo el sol iniciando su retirada, imperturbable y ajeno a todo lo que ocurre en la faz de este asqueroso planeta arrasado por una especie… inferior… Sonrío y pienso en todas las veces a lo largo de la triste historia de la humanidad, en que nuestra soberbia nos ha llevado al borde del abismo de la exterminación y hoy, más que nunca, nos encontramos en el aire, en medio del fatal vuelo sin regreso que pensamos sería con paracaídas o montados sobre una máquina davinciana que nos llevaría con seguridad estólida a un nuevo suelo. Pero no fue así y cualquier pronóstico científico o ficcionado está lejos de todo lo que está pasando a nuestro alrededor. Le acarició la cabeza, sintiendo por fin algo de real ternura por la pequeña. Tras ella, al borde la sala, percibo la presencia de Brenda. No puedo definir la expresión de su rostro, pero supongo que todavía me recrimina por lo ocurrido durante la noche. En fin, algún día se le olvidará… si es que todavía nos quedan días por delante…<br /><br />-Es hora de partir- dice, en voz baja, acercándose a paso lento.<br /><br />-No sé si sea la mejor decisión- sentencio, sintiendo que no soy quien ha movido mis propias cuerdas vocales.<br /><br />-Sería lo más lógico. Bárbara está preparando sus cosas desde hace rato para partir y creo que todos necesitamos un lugar donde estar tranquilos lejos de todo… esto…<br /><br />-Ni siquiera sabemos lo que está ocurriendo fuera de la ciudad- replico. En ese instante, un sonido atronador remece las paredes de la casa. Nos miramos, buscando alguna explicación certera en los ojos ajenos, pero no la hay. Subo atropelladamente al segundo piso y desde la ventana de una de las habitaciones que mira hacia el norte, veo una naciente pero oscura columna de humo que se levanta aterradora, recortándose sobre el atardecer. No quiero imaginar ni deducir razones para aquel desastre que de inmediato, temo se esparza por el resto de la ciudad. Quizás es un motivo más y uno muy poderoso para dejar la ciudad atrás de una vez por todas, pero mientras Bárbara, Brenda y Catalina entran en medido pánico, un pequeño carabus auratus de brillantes élitros verdes, más parecidos a esmeraldas pulidas, me observa desde el otro lado del vidrio, moviendo rítmicamente sus patas delanteras. Me quedo observándolo mientras las primeras llamas de fantasmal altura se asoman sobre los techos chatos de las casas ubicadas a un par de manzanas. Sentimientos que no puedo controlar me ordenan imperiosamente volver a la casa de Ñuñoa, asegurándome a gritos y de rodillas que las respuestas que necesito están ahí, ahora… Pero yo no necesito respuestas, necesito que todo esto termine de una vez por todos, necesito volver a la vida que conocía, con sus defectos y virtudes, necesito ansiosamente recuperar el equilibrio absurdo de mis borracheras, de mi labor como cuidador de escarabajos, del silencio y la inmovilidad mental al que estaba acostumbrado… No necesito respuestas, necesito mi vida de vuelta… Pero aún así, les digo a las mujeres y a Bárbara que preparen sus cosas, que nos vamos a ir, pero que es absolutamente importante que pasemos primero por mi casa. Antes de recibir sus reclamos en mi rostro, invento que es probable que la salida norte de Santiago esté más despejada, que es mejor ir a la playa, a un clima en el que pocos coleópteros puedan vivir. Sé que es mentira, que ellos llegarán a cualquier parte, que ya no importa el fuego, ni el agua, ni los insecticidas, ni la temperatura, ni las oraciones. Ellos son indestructibles. Pero debo intentar tranquilizarlas y regresar a la casa. No sé por qué, pero debo regresar.<br /><br />No demoramos mucho en preparar el auto para el viaje. Bolsos llenos de alimentos, maletas que apenas contienen ropa en desorden, y carteras componen nuestro equipaje. Yo me conformo con llevar una ración de alcohol desmedida y que Bárbara cargue entre sus cosas una buena dosis de cocaína. La convenzo diciéndole que no sólo será para uso personal, si no que también puede servir como moneda de cambio. De todas formas, siento un nudo en el estómago, porque aún no puedo explicar racionalmente esta decisión que a cada momento, me parece de lo más absurda. Iniciamos nuestro viaje lentamente, evitando las tropas de escarabajos que se han multiplicado en voracidad y cantidad. Muchas casas yacen en el suelo, socavadas por el hambre de los bichos que parecen festejar su hazaña desde las veredas, corriendo rápidamente hacia la siguiente vivienda. A lo lejos, avizoramos nuevas columnas de humo espeso. Ni una persona en las calles, ni en las ventanas de las casas que aún permanecen en pie. Algunas bandadas pasan por sobre nuestras cabezas, quizás buscando nuevos lugares dónde instalar sus nidos. Perros y gatos se pasean en libertad, conquistando los terrenos vedados a sus especies por tantos siglos. No quiero arriesgarme a suponer que los visionarios más catastróficos tenían razón y que ha llegado el momento en que la naturaleza, aburrida de tantas advertencias, ha decidido tomar el toro por las astas y poner las cosas en orden, retornar al equilibrio que ella y nosotros necesitamos. Me sorprende estar pensando en estas pavadas. Lo más probable es que se trate simplemente de un mal guión de ciencia ficción, en el que escarabajos mutantes acabarán con toda la humanidad y regirán el planeta a su regalado gusto, convirtiendo nuestras ciudades en gigantescos menhires y los túneles del metro, en nidos subterráneos.<br /><br />Anochece. El avance se hace más complicado. La oscuridad es absoluta. Ellas permanecen en silencio. Bárbara también. Observan el entorno con monstruoso respeto, buscando alguna señal de vida que no llega. Al fin, arribamos a la casa que aún se mantiene en pie. Una cohorte se escarabajos nos recibe. Ellas no quieren bajar del auto, pero las abro la ruta con confianza, avanzando entre los bichos, cargando algunas maletas, esperando que tomen una decisión fatal, o bien, que simplemente permanezcan atentos a mis movimientos como lo han hecho hasta ahora. Abro la puerta y desde ahí, les grito para que bajen. La primera en hacerlo es Catalina. Entre las tinieblas logro divisar el terror cincelado en su rostro, pero aún así, camina entre las masas informes de escarabajos que se mantienen a cierta distancia, permitiendo la aparición de un sendero difuso pero seguro, que parece moverse como un endeble puente de cuerdas y tablas. Brenda y Bárbara no tardan en seguirla, más atemorizadas que la pequeña, que se refugia a mis espaldas, atenta a lo que ocurre afuera.<br /><br />Busco algunas velas en la cocina. Ilumino escasamente la sala y les pido que me esperen mientras voy en busca de los cuadernos de Javier que desprecié en mi anterior visita. Quizás sean el único asidero que tenga para explicar lo que pasó. No a mí, pero si a los probables sobrevivientes de este caos. Aunque hay escarabajos corriendo en todas direcciones, la tranquilidad parece haberse apoderado de ellas y, con las piernas recogidas sobre los sillones, esperan mi regreso.<br /><br />No hay señales de bichos en la planta alta. La habitación de Javier permanece inmaculada y pulcra. Dejo la vela que me acompaña al borde de la gaveta superior del armario, iluminando los lomos de las investigaciones de Kelly. Antes de comenzar a arrojar los libros sobre la cama, percibo ciertos cambios en su orden y que algunos de ellos, que no vi anteriormente, han vuelto a aparecer y otros, que pude revisar, no están. Entonces sé que las respuestas que necesito, están en el subterráneo, escondidas tras una puerta blanca.<br /><br />Amartillo el arma y voy en busca de Javier. Ellas se mantienen en silencio al verme con el arma. Con gestos certeros, les pido calma. Continúo mi camino hacia el sótano. Avanzo mudo y felino entre los terrarios vacíos, apenas iluminados por la vela que sostengo con asfixiante angustia. Siento que cientos de escarabajos me vigilan, pero no puedo verlos entre las sombras que me rodean. La puerta blanca del laboratorio de Javier aparece frente a mis ojos como una interrogante solidificada en pintura descascarada y madera podrida.<br /><br />-Sé que estás ahí. Abre la puerta.<br /><br />Apunto hacia delante, a la altura de mi cabeza, que es la altura de la cabeza de Javier.<br /><br />-Sabía que ellos te harían volver.<br /><br />Su rostro luce pálido. El brillo de sus ojos ha sido devorado por la luz del cirio que ilumina el laboratorio. Sus manos tiemblan. Pero su voz es exactamente la misma.Las Puertas del Deliriohttp://www.blogger.com/profile/03927568272950005092noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-4087909597829724922.post-36418597954910518482008-09-23T14:03:00.002-04:002008-09-23T14:09:08.667-04:00EL BUEN ESCARABAJO (Capítulo 3)MARTES<br /><br /><span style="font-size:85%;"><em>The hole in me<br />That never sleeps<br />Born with me<br />It’s killing me<br />THE HOLE IN ME. BLACKFIELD<br /></em></span><br />El local de Mendieta está lleno. De personas. De alquitrán tántrico cincelado en el aire costrificado. De vasos que se dejan llevar entre sombras y luces difusas. De cuerpos femeninos apenas cubiertos por retazos de telas vaporosas y lentejuelas opacas. De voces, música insípida y sonidos indescifrables, ineludibles, insignificantes. Me sumerjo en aquel miasma multiorgánico con cierto deleite y resignación absorta, buscando sacarme de la cabeza todas las desgracias que me ocurrieron durante el día, empinando vivazmente el primer vodka con tónica que el gordo me sirve entre los hálitos de una decena de borrachos que han convertido la barra en una trinchera indestructible.<br /><br />Por ahí, entre los parroquianos ya eufóricos, logro divisar a Brenda, pero no a Alicia. Por alguna extraña razón, me da lo mismo. Pido otro trago y me quedo mirando a una morena de cuerpo escultural que se empelota al ritmo de de una melódica y desabrida balada de <em>Aerosmith</em>. La muchedumbre grita y jadea catártica, envuelta en deseo morboso de someter a la mujer que sobre el escenario, continúa danzando, pero con los ojos cerrados, para abstraerse de espectáculo cruel que no será nada comparado con lo que le espera en los privados, cuando una decena de ebrios babosos y mendicantes quieran llegar a un acuerdo con ella con el único fin de saber cómo se sentirán con aquellos labios gruesos y húmedos rodeándoles el diámetro moribundo del pene. Prefiero volver mi vista hacia los licores que Mendieta tiene a su espalda y ver una y otra vez las etiquetas, contar las botellas y suponer qué ocurre a mis espaldas sólo guiándome por las voces guturales que llegan densas a mis oídos.<br /><br />-¿Estás esperando a Alicia?- El Humanoide aparece de pronto, sosteniendo un whisky, con los ojos ya enrojecidos y la voz destrozada por el cigarro.<br /><br />-No- respondo con seguridad. -No esta noche. Más bien necesitaba relajarme un rato y al parecer, este no es el mejor lugar.<br /><br />El Humanoide sonríe con sorna gélida. Se queda mirando el escenario con los codos apoyados en la barra y yo continúo la lectura de etiquetas por un rato, hasta que Brenda logra traspasar las diversas barreras humanas que la separan de mí.<br /><br />-Supongo que hoy me contarás lo de los escarabajos- me dice al oído, empinándose levemente sobre los tacos de acrílico.<br /><br />-No creo que sea el momento.<br /><br />-Por lo menos supongo que esperarás a que termine mi turno para acompañarme a la casa.<br /><br />-Sí- miento, mientras termino el segundo vaso. El particular efecto sedante del alcohol ya se me ha metido en las venas y siento que puedo decir cualquier brutalidad sin temor a arrepentirme. Pero Brenda no merece ser víctima de mis arranques individualistas y egocéntricos. La mentira a medias borracha es la mejor opción por el momento.<br /><br />Me subo al Chevette. Abro la cajuela para buscar una superficie que me sirva para jalar. Encuentro un casete de <em>Porcupine Tree</em> que le grabé hace años a Diego, cuando tomamos por costumbre encerrarnos en su casa a fumar pitos y divagar acerca de la inmortalidad del cangrejo y la importancia de la papa en la sopa. Una introducción pinkfloydiana se desliza tenue por el interior entumecido del carro, mientras me destazo las narices con este polvo de mierda convertido en infinitas y minúsculas navajas que me rajan el interior de la nariz. Pienso dónde ir, dónde vagar para evitar que los escarabajos me encuentren, qué hacer para huir sin ser visto ni detectado y ya estoy pasando Plaza Italia en dirección poniente, camino a Estación Central, buscando uno de esos boliches de mala muerte en donde al menos, puedo tomarme una cerveza tranquilo, sin temor a encontrarme con alguien conocido que intente sacarme de la paranoia peregrina que guía mis movimientos, mis pensamientos y hasta la transpiración que se cristaliza en mi espalda, convirtiéndose en escarcha acusatoria que acrecienta esta sensación de compadrazgo con la muerte próxima que al parecer, viene atrás, a bordo de una combi negra y de aspecto sospechoso. Debe ser el mismo delirio megalómano que me obligó a dejar el <em>Magia Negra</em>, el que me hace imaginar esta persecución por las calles oscuras de un Santiago amenazado más que amenazante, silencioso más que festivo. Agónico más que vivo, seducido por coleópteros invisibles y gigantes cuyos ojos están signados por las luces inalcanzables de los postes que pasan junto a mí como esqueletos difusos de un lugar que nunca conocí.<br /><br />No hay muchos tragos en esta barra. Apenas unas botellas medio vacías de pisco y ron y otras tantas de vino. No hay espejos y el suelo hiede a podrido, a porqueriza habitada por cerdos tísicos y famélicos, como los que ocupan las mesas cojas y sucias que me rodean. La cerveza está algo tibia y hasta sin gas, como si hubiese estado abierta un par de horas, esperándome. Me imagino que en unos años más, seré como estos viejos acabados; estaré fosilizado y moribundo sobre uno de estos asientos, frente a un vaso de pisco de mala calidad, casi sin ánimo de pensar o recordar, menos de develar el por qué de ese final tan vano y anónimo, tan silencioso y minimalista. Apuro los tragos y busco otro lugar, uno que no sea capaz de reflejarme, pero a poco andar, dudo que lo encuentre. Es más, estoy seguro que tal territorio ya no existe, que alguna vez tuve la oportunidad de vivir en él, de ser amo y señor de un país maravilloso, verde e iluminado, pero fui yo mismo el encargado de arrasar con aquella belleza, consecuente con la idea de ser relativamente feliz en un despoblado habitado por animales en eterna putrefacción, árboles incinerados hasta sus raíces y océanos secos y erosionados por mis propios pasos.<br /><br />Regreso al <em>Magia Negra</em>, pero no entro. Me empolvo la nariz nuevamente antes de ir a comprar un pack de cervezas a la botillería de la esquina, casi convencido que el furgón que está a una cuadra del boliche es el mismo que vi por el retrovisor mientras iba camino a Estación Central.<br /><br />Me quedo al interior del carro, buscando combatir el frío con algo de alcohol y otro par de rayas aguzadas como lanzas. Sé que estoy esperando a alguien, pero no sé si es a Brenda o a Alicia, aunque casi no he pensado en ella las últimas veinticuatro horas. Más tiempo me ha tomado comprender por qué me sinceré con Brenda y cómo diablos le puedo explicar lo de los escarabajos o cómo hacer que olvide aquel tema que dejé pendiente y del que nunca quise hablar, menos ahora que la situación se ha tornado tan absurda e inexplicable. El casete da vuelta una y otra vez y por momentos, me siento flotar siguiendo las notas largas de la guitarra, ajeno a todo lo que ha ocurrido. Es en uno de esos instantes de ensoñación amarga que alguien golpea el vidrio sobre el que apoyo la cabeza.<br /><br />-Pensé que te habías ido- dice Brenda, una vez arriba del auto.<br /><br />-A decir verdad, me había ido…<br /><br />-Pero volviste. Eso es lo que importa- interrumpe ella, sabiendo que de mi boca rancia surgiría alguna brutalidad. Echo a andar el motor y parto en busca de la casa de Brenda, dejándome guiar por sus indicaciones, mientras por el retrovisor intento averiguar si el furgón que no me pierde pisada es el mismo que he visto toda la noche. Tengo que dejar de jalar… definitivamente…<br /><br />Me recuesto en el sillón de la sala diminuta. Dejo que Brenda me sirva un vaso gordo de vodka con tónica y me quedo mirándola mientras el relajo la hace perder la actitud seductora con la que se pasea entre mesas y sillas en el Magia Negra, dotándola de un aura extrañamente femenino. Puedo ver a la mujer detrás de la cabellera escarmenada, el maquillaje excesivo y el sostén con push up, la verdadera Brenda que bebe con delicadeza distante, agotada, quizás un tanto arrepentida de tanta fantasmagoría nocturna impregnada en sus pupilas difuminadas y su sexo cosificado. Hablamos de ciertos capítulos de mi vida pasada, de mis viajes, lujos, mujeres, autos, carretes, aspiraciones… Ella no dice mucho de sí. Apenas se limita a escuchar con retraída atención mis andanzas y a sonreír cuando la ocasión lo amerita. Aburrido de mover la boca e intentar recordar ciertos capítulos indeseables de aquella banal odisea, le preguntó de su vida antes del <em>Magia Negra</em>. Ella no cuenta demasiado. A diferencia de lo que suponía (guiado por los denigrantes estereotipos del ambiente), tuvo una infancia feliz en el sur, que se vino a Santiago a estudiar, que se enamoró del hombre equivocado y que en lugar de volver con la cola entre las piernas a casa de su familia, optó por seguir el consejo de una amiga y comenzó a trabajar como bailarina y prostituta, vagando por varios locales del centro y la periferia hasta que llegó al <em>Magia Negra</em> donde por lo menos, el Gordo Mendieta le respeta horarios, días libres y le ha sacado de encima a clientes demasiado hostigosos.<br /><br />Me quedo mirándola. Su voz me relaja, me hace olvidar la desaparición de Javier, la estadía de Catalina, la cocaína que cargo en el bolsillo, la muerte de Froilán Alzamora y hasta el crepitar obcecado de los escarabajos. Por momentos, los deseos de acercarme a ella y besarla hasta fundirnos los labios son irrefrenables, pero la desilusión latente que me congela el corazón me contiene aunque con bastante esfuerzo. El vodka continúa trasvasijándose en los vasos empañados y luego, en nuestras gargantas. Las palabras se deslizan por la habitación como pájaros de corta vida que se anidan en nuestros oídos ansiosos de experiencias ajenas y hasta inocentes esperanzas que nos saquen de la rutina dolorosa a la cual nos sometemos diariamente, como si los dioses hubiesen confabulado fuerzas fuera de nuestra comprensión para condenarnos premeditadamente a sufrir el calvario morboso en que han convertido nuestras vidas.<br /><br />Las cortinas filtran la luz de la aurora. Por lo menos por esta noche, los escarabajos no terminaron con mi vida, aunque no dejo de pensar que bien podrían hacerlo cuando se les de la gana. Me despido de Brenda que ya está medio dormida y me enfrento a la helada brisa matinal que algo despeja mis sentidos embotados en vodka. Ahora recuerdo relativamente bien el camino de regreso y no tengo que dar tantas vueltas para llegar a Mapocho y luego, enfilar rumbo a Ñuñoa para ver qué ha sido de la vida de Catalina y de mis escarabajos. Todavía no me explico bien la huida de la noche anterior ni el pánico que sentí hacia los bichos, pero si tengo muy claro que debo reunir todas mis fuerzas y valor para bajar al subterráneo y descubrir pistas de lo que ocurrió.<br /><br />Me detengo un segundo frente a la casa. Todo parece tan normal aún, como si durante las últimas semanas y especialmente, los últimos días, nada hubiese ocurrido. Como si estuviese parado en medio de una fotografía tomada hace cinco años. Tengo la esperanza de encontrar a Javier metido en el laboratorio y descubrir las mismas grietas, las mismas ampolletas quemadas, la misma comida pútrida en el refrigerador y los mismos platos eternamente sucios esparcidos por toda la cocina; las mismas cervezas heladas y la misma pasividad abismantemente quieta en cada habitación, en cada rincón, en cada canal de televisión que observaba como un tarado mientras esperaba que el tiempo pasara para hacer otras rayas de corta vida sobre el vidrio de la mesa de centro, mientras esperaba la noche para sentirme a mis anchas y tomarme las calles en busca de un poco de calor en conversaciones ajenas, tragos infinitos y las tetas de Alicia. Estoy pensando en esa utopía temporal, cuando dos tipos me levantan en vilo y a toda velocidad, me llevan hacia la puerta de calle, azotándome brutalmente contra la madera recia y descascarada. Aún sin entender muy bien lo que ocurre, abro como puedo, sólo para ser arrojado como un trapo viejo, sucio y hediondo sobre la alfombra despellejada. Un tipo vestido de comando elegante, de cabello muy corto y expresión fiera se me para enfrente. Sé que los otros dos tipos que me sacaron la cresta están de pie a mis espaldas.<br /><br />-Ahora, conversemos- dice, con voz ronca y burlesca. Trato de levantarme, pero uno de los secuaces me coloca un bototo en la espalda.<br /><br />-Esto puede ser muy corto y saludable o muy largo y doloroso. Es tu decisión, Gaete.<br /><br />Lo miro como para hacerle saber que ninguna de las dos opciones me incomoda. Supongo que después de todo, no hay muchas cosas que me hagan daño ni que me dejen peor de lo que estoy. El gigante le ordena a los suyos sentarme en el sillón apolillado que mira hacia la calle. Uno de ellos se queda sosteniéndome por los hombros, mientras el otro comienza a pasearse un tanto nervioso por la sala. El que las hace de jefe, se pone frente a mí y acerca su rostro antes de hablar.<br /><br />-¿Dónde está Javier Kelly?<br /><br />-No tengo idea- De inmediato, un puñetazo me adormece la mandíbula, pero no demoro en levantar la vista nuevamente.<br /><br />-Puedo preguntártelo todo el día hasta obtener la respuesta que quiero- amenaza.<br /><br />-Es la verdad. No tengo idea.<br /><br />Otro golpe me remece la cabeza. Siento la masa encefálica dar botes contra el cráneo por varios segundos antes de volver a enfocar las pupilas en el tipo con aspecto de matón de mala película de mafiosos que se queda mirándome con una sonrisa feble por largo rato antes de asestarme otro golpe y me sucede como con los tragos, después del tercero, ya no siento nada…<br /><br />Así pasan los minutos. Lo único que sé es que necesito una cerveza y quizás esa sea la única razón que me convenza de inventar una mentira con la condición que estos brutos me dejen en paz. Pero mi funesto plan se va al carajo, cuando la pobre Catalina baja la escala a tropezones, implorando que no me golpeen más.<br /><br />-De haberlo sabido antes, Gaete…- comenta el líder, mientras el más impaciente de los matones toma a Catalina por los brazos. El otro secuaz me levanta y me obliga a mirar como el mafioso de pacotilla amenaza con cortar el rostro de la niña con una navaja.<br /><br />-Supongo que ahora sí nos vamos a entender.<br /><br />Dudo por unos instantes. Catalina es una desconocida, una pendeja con una vida trágica y desperdiciada, como tantos otros millones de pendejas jodidas por sus padres golpeadores, por tíos pedófilos, por la pobreza congénita del tercer mundo, el hambre y la indiferencia, por una educación bastarda y uniforme, por una sociedad que a pesar de todo, continúa explotando y comerciando con carne tierna. Pero la pendeja que está ahí es Catalina y mal que mal, buscó protección en mí.<br /><br />-Te juro que no sé dónde está Javier… Si lo supiera, lo habría ido a buscar yo mismo para sacarle la cresta por toda la mierda en que me ha metido, de verdad…<br /><br />El gigante continúa paseando el filo de la navaja muy cerca del rostro de Catalina que se ha quedado congelada en brazos del otro invasor, con delgadas lágrimas recorriéndole las mejillas.<br /><br />-No te creo, Gaete… Y la Corporación tampoco te cree. Mira, tú no tienes idea con quién te estás metiendo y sería bueno que pensaras un poco en que muchas cosas que la farmacéutica hace están fuera de la ley, que muchos lo saben, pero no hacen nada por intervenir. Ahora bien, tú eres un pobre huevón que quizás tuvo la mala suerte de estar en el lugar equivocado, en el momento equivocado, junto a la persona equivocada, y estás pagando los platos rotos por culpa de tu amigote. Por lo mismo, comienza a pensar en tu bienestar y en el de la cabra chica porque se me está agotando la paciencia y no me voy a ir de aquí sin una respuesta, ¿está claro?<br /><br />Invento lágrimas.<br /><br />-No sé dónde está Javier, te lo juro…- protesto, con los labios salados.<br /><br />-Te dejaré pensar en eso un rato, pero te tengo otra pregunta… ¿Dónde está Froilán Alzamora?<br /><br />Esa no era tan difícil.<br /><br />-La última vez que lo vi, me pidió ver los escarabajos y el laboratorio de Javier. Lo llevé al sótano y cuando volví para ver si necesitaba algo… ya se había ido.<br /><br />-Qué coincidencia. Dos personas que están en contacto contigo, dos personas que desaparecen y tú no tienes idea dónde están… Me parece demasiado accidental…<br /><br />-Es la verdad… la pura y santa verdad. Si quieres podemos bajar para que veas el subterráneo…<br /><br />-¿De qué me servirá eso?<br /><br />-No lo sé. Lo único que sé es que fue el último lugar donde lo vi… A lo mejor ahí puedan encontrar algo que les sirva.<br /><br />El matón se queda pensativo. Mira a sus compañeros buscando afirmación o negación, aunque yo sé que ellos simplemente acatarán la decisión que él tome. Luego de unos segundos, me pide indicarle el camino hacia el sótano. Entre empujones y señales onomatopéyicas, los llevo hacia la puerta y los peldaños que conducen al subsuelo, primero entre los resplandores prehistóricos de los terrarios, y luego entre azulados pestañeos neuróticos, mientras el otro capataz arrastra a Catalina sin mucho esfuerzo y el líder recorre los pasillos que apenas lo contienen a él y las pistolas que recién percibo en las sobaqueras bajo su chaqueta negra. Lo vemos ir y venir una y otra vez, entre las celdas de cristal que me parecen más inanimadas y silenciosas que nunca, buscando rastros y señas de Javier y Froilán, obviamente, sin obtener resultados, hasta que de pronto, se dirige a mí lleno de ira, empuñando una de sus pistolas.<br /><br />-¿Me estás viendo las pelotas, conche’ tu madre?- aúlla antes de golpearme con la cacha del arma en el pómulo izquierdo que escucho trizarse.<br /><br />-¿Por qué?<br /><br />-Ni siquiera tienes escarabajos en esta mierda, ¿quién te crees que soy?<br /><br />Me quedo mirando las vitrinas que tengo más cerca con mayor detención. Sólo en ese instante me doy cuenta que el tipo tiene razón, que los receptáculos están vacíos, como si jamás hubiese habido un solo bicho en ellos. El gigante se me acerca con el rostro enrojecido y las venas de las sienes a punto de estallar. Me laza un puñetazo en el rostro que me obliga a cerrar los ojos por unos segundos, lo suficiente como para no comprender el aullido tétrico de Catalina ni explicarme qué diablos golpea mi cabeza como una lluvia de cáscaras de nuez. Debe ser una pesadilla, una de esas tantas que me provoca el exceso de cocaína y el trasnoche habitual. Abro los ojos esperando el sutil y triste retorno a la realidad, pero Catalina continúa gritando. Las cáscaras de nuez no son otra cosa que escarabajos cayendo del techo. Cientos de ellos, como cuentas de un infinito collar roto por una celosa diosa olímpica. Los matones, espantados y sorprendidos, nos liberan para defenderse de los diminutos atacantes. Catalina me abraza instintivamente, buscando protección, aunque continúa gritando histérica. La lluvia de escarabajos apenas me deja ver, pero logro dar con la balaustrada enteca que conduce a la planta superior y aunque el temor apremia, volteo para tratar de ver lo que ocurre. Los matones no tienen defensa ante los bichos que se les meten por la nariz y la boca, que horadan sus globos oculares y la piel de sus pechos y espaldas. Algo me indica que debo quedarme a ver el espectáculo, pero puede más el instinto protector de sacar a Catalina de ahí lo antes posible y evitar ser nosotros las próximas víctimas, así es que subo las escaleras tan rápido como puedo, arrastrando a la niña sin ningún cuidado.<br /><br />Cierro la puerta y dejó atrás los gritos de dolor y el crepitar gozoso de los escarabajos. Me quedo sentado en el piso, buscando apagar el llanto de Catalina con caricias frías y mecánicas que, sin embargo, tienen resultado al poco tiempo. O quizás simplemente sea que los gritos que provenían del subterráneo se apagaron lentamente, convirtiéndose primero en agónicos clamores desentonados y luego, en gorjeos guturales, en chirridos casi inhumanos provocados quizás por las mandíbulas o las maxilas de los coleópteros destrozando las cuerdas vocales de los desafortunados soldaditos de la mafia corporativa.<br /><br />Todo ha estado en silencio por largos minutos. Apenas si escucho mi respiración y la de Catalina, aún refugiada en mi pecho. Estoy seguro de percibir el movimiento del sol grisáceo que deja caer unos rayos sobre la alfombra roñosa, viajando impenitente hacia el oeste. Después de todo lo que ha pasado, necesito un trago para volver a recobrar el aplomo y esa es la razón que me motiva a levantarme y arrastrar conmigo a Catalina hacia la cocina. Luego de unos cuantos sorbos extensos de cerveza, creo tener el valor suficiente para bajar al sótano y confirmar lo que creí ver hace un rato.<br /><br />No queda mucho de los tres hombres. Apenas unos girones de piel y otros tantos de tela, sus armas automáticas y algunos huesos que continúan siendo erosionados por los escarabajos hambrientos e insaciables. Me quedo mirándolos intentado pasar inadvertido, pero muchos de ellos voltean sus pequeñas cabezas para mirarme, mientras van y vienen por las baldosas de búnker que ahora, definitivamente, les pertenece. Supongo que no me harán daño. Ya quedó demostrado. Por lo menos no acabarán con mi vida hasta que yo les haga algo y no me voy a arriesgar a ponerlos en mi contra. Me retiro con lentitud y cierro la puerta, como si temiese interrumpir el sueño de un bebé. En seguida, voy en pos de Catalina que ha subido a mi habitación. Antes de decirle algo, la descubro mirando el tele, embebida. Un extra noticioso da cuenta de los salvajes ataques de escarabajos a personas de todo el mundo, incluso en Chile. Y no sólo eso. Las incontenibles hordas de coleópteros han generado caos en las grandes urbes al devorar cables, muros de metal, chips y fibra de vidrio, desmoronando sistemas computacionales completos, acabando con el tendido eléctrico de infinidad de ciudades, con seguridad en bancos, multitiendas y hasta casas particulares, amenazando la seguridad nacional de cada país del mundo. Y aún no se descubre un insecticida que pueda acabar con los bichos… Nada de esto es coincidencia y más que nunca, pienso en Javier, en el hijo de puta de Javier que debió advertirme lo que estaba haciendo. Y también pienso en mí y en mi estupidez congénita y la sumisión muda con que asumí mi labor de cuidador de coleópteros sin siquiera imaginar que esto iba a ocurrir… Bueno, ¿alguien lo hubiera hecho?<br /><br />Le ordeno a Catalina guardar todas sus cosas en un bolso. Yo rescato un par de mudas de ropa, lo que me queda de mote, un pack de cervezas y dos botellas de vodka. Los escarabajos no son de fiar y debo alejarme de ellos lo antes posible. Echo a andar el auto y comienzo a dar vueltas por las invernales y aburguesadas callecitas de Ñuñoa antes de decidirme a partir hacia la fortaleza de Bárbara que en este momento, se me hace el lugar más seguro del mundo.<br /><br />Nuestra llegada es atropellante y desbocada. Nos instalamos en la sala y de inmediato, me echo un taco de vodka al gaznate para iniciar el monólogo que justifica nuestra visita y el rostro aún estreñido de Catalina. Pero aunque me esfuerzo por hacer la historia creíble, los años de consumo indiscriminado de drogas y alcohol convierten mi narración en un cuento de hadas, en una alucinación cáustica de adicto ferviente antes de cerrar los ojos para pasar la volada. Es cuando el rostro de Bárbara adquiere su mayor expresión de rabia y desagrado, el momento en que Catalina irrumpe en llanto y palabras y gritos que corroboran todos mis dichos y poco después, Bárbara, convertida en una madre, está junto a la niña, prodigándole caricias que logran sofocar el incendio desesperado de sus lágrimas ígneas. Luego de servirle un vaso de agua a Catalina, Bárbara me toma fuertemente de un brazo y me lleva a un rincón dela sala.<br /><br />-Mira, huevón, entiendo la mitad de los que está pasando y la otra mitad, no me interesa entenderla, pero los dos pelotudos me tienen muy asustada, así que nos vamos a ir de Santiago ahora mismo. Vamos a tomar la mayor cantidad de cosas que podamos y nos vamos a instalar en la punta del cerro más pelado y solitario que encontremos…<br /><br />-No, Bárbara. No es para tanto. Escúchame… Los escarabajos no atacan a cualquiera. A mí y a la Cata no nos han hecho nada. Me fui de la casa porque ella está asustada, pero no hay para qué alarmarse tanto…<br /><br />-¿Cómo que no? ¿Y los otros escarabajos, los que se están comiendo a la gente en todas partes? No, huevón, nos vamos de acá ahora mismo…<br /><br />-Bárbara, confía en mí. Tomémonos unas horas para descansar. No he dormido nada desde ayer y antes de hacer cualquier cosa necesito despejarme. Por favor. Te juro que no va a pasar nada…<br /><br />Ella me escruta con ojos de guadaña por largo rato. Luego, suspira resignada y me da a entender que acatara mis deseos. Me guía lentamente hacia una de las habitaciones multiplicadas en el segundo piso de la casona, hasta dejarme caer como una hoja seca, en un colchón fétido y estriado por manchas de las que prefiero no saber su procedencia. En el mismo instante en que me cubre con una frazada, cierro lo ojos y dejo que el agotamiento haga lo demás.<br /><br />Veo a Javier en el laboratorio, trabajando incesantemente, tan concentrado y cejijunto como siempre. Me acerco para obtener todas las respuestas que estoy buscando desde hace tantos días, pero él parece no sentir mi presencia. Trato de tocarlo, pero mis manos lo traspasan como si se tratara de un fantasma. Trato de gritar, pero no hay sonido que emerja de mi garganta seca y siempre hipnotizada por el alcohol. Es entonces que sobre sus hombros veo en la pequeña mesa de operaciones, un escarabajo de dimensiones monstruosas, moviendo sus patas como si tratase de huir de las crueles torturas a las que es sometido. Tiene el vientre abierto y desde ahí, Javier extrae las crías vivas y aullantes. En mi mente, traduzco sus súplicas y siento su dolor exacerbado por bisturís y sondas que extraen líquidos desde todos sus órganos mucosos y palpitantes, hasta secarlos. El escarabajo gigante se convierte en una especie de cáscara fosilizada, de corteza intoxicada que se deshace apenas Javier entra en contacto directo con ella, disolviéndose en una pequeña tormenta de polvo que de pronto, se apodera del laboratorio hasta cegarme. Mis gritos se repiten hasta el hartazgo, pero aquella súplica obsesiva se pierde entre el polvo que me quita toda capacidad de reacción, anulando mis sensaciones hasta el punto extremo del dolor y la desesperación concreta. Y tan repentinamente como se formó, la tormenta de cenizas mortuorias del insecto se disuelve. Entonces abro los ojos y me encuentro junto al cuerpo de Alicia, en la misma e insana posición física y mental del domingo pasado.<br /><br />Sí. Quizás todo no fue más que un mal sueño, una pesadilla buñuelesca recreada por un artista menor y en ácido, abrumado por su inherente falta de creatividad. Me apoyo sobre los hombros y la veo tan tranquila y relajada que me gustaría conservarla así para siempre, pero de inmediato pienso también en Brenda y en la imposibilidad de saber tanto de ella si aquello realmente fuese un sueño. Maldigo el mote que me injertado en la nariz y de inmediato soy rodeado por decenas de tipos macizos, vestidos de negro, insensibilizados por lentes oscuros e impenetrables que me sacan de la cama con brutalidad impune, arrastrándome hacia un pasillo cuyas paredes ondulantes atrofian una vez más mis sentidos, obligándome a cerrar los ojos y contener los deseos de vomitar, rogándole a mi cerebro despertar, emerger victorioso de esta especie de crisis de pánico, de imitación grotesca de esquizofrenia. Me encierran en una habitación de muros verdes muy brillantes, poblada de cámaras y luces a las que poco a poco me acostumbro. Es entonces que me doy cuenta que estoy en un set de televisión y que más allá de las cámaras y de las luces hay una cantidad infinita de público en graderías que se extienden en direcciones y ángulos sobrenaturales. La gente me abuchea. Escupe, aplaude, grita y se emociona como con cualquier otro imbécil víctima del estrellato deseado o casual. Una entrevistadora muy oxigenada y estirada me pregunta si alguna vez participé de películas pornográficas y yo respondo que no, jamás. Pero lo que la gente ve en pantalla son imágenes añosas de mis encuentros con Alicia, reflejadas en la pantalla verde que está a mis espaldas. Luego me pregunta por Catalina y trato de explicar lo que ocurrió mientras un enlace en vivo muestra a Marambio desde la cárcel, culpándome de haberme robado a la niña para hacer mi propio negocio. Vuelvo a negar. Veo a Brenda entre el público, llorando desilusionada. Veo a Alicia llorando junto a la animadora, culpándome de haberla violado, de haberle quitado su inocencia y sus sueños. Otra pantalla muestra a Mendieta arrastrado por los pacos que han clausurado su local por mi culpa, por haberlo convertido en un antro de trata de blancas y de tráfico de estupefacientes… Estupefacientes, huevón, qué palabra tan linda para hablar de drogas, pienso y sonrío sin querer y entonces la gente vuelve a abuchearme. Brenda se levanta de su silla y abandona el set. Sin preocuparme por nada más, la sigo, entre escupes, puñetazos e insultos, pero al salir del estudio, me encuentro otra vez en la sala de mi casa. Nada rompe el silencio de aquel espacio que se ha convertido en mi sacrosanto refugio de la sociedad, de las emociones, de los sentimientos, de mis virtudes, defectos, pasiones y errores. Aliviado, me dejo caer sobre la alfombra y cierro los ojos. Absolutamente nada interrumpe la paz y el silencio del lugar. Una vez más, pienso que todo no es más que una pesadilla y que lo mejor que puedo hacer es llenarme otra vez el estómago de cerveza y vodka. Quiero dirigirme a la cocina para buscar un vaso, hielo y algo de trago, pero al abrir los ojos, me encuentro en una habitación oscura y desconocida. Definitivamente, desperté. Definitivamente, tampoco es un sueño.<br /><br />Me levanto en medio de temblores involuntarios producidos por la resaca acumulada. Encuentro a Bárbara y Catalina en otra habitación, viendo tele, ambas conversando alegremente.<br /><br />-Tengo que salir- digo, con la voz seca y exhumada.<br /><br />-Ten cuidado- replica Bárbara. Catalina simplemente se queda mirándome con los ojos vidriosos, como si temiera no verme nunca más. Le mando un beso a través del aire frío, teñido por los colores pastel del cuarto de Bárbara y doy media vuelta. Necesito una cerveza para recuperarme de aquella pesadilla dantesca y la cabalidad de mis sentidos abrumados por la caña penitente y los golpes que ahora, están surtiendo el efecto que los matones deseaban.<br /><br />Me miro en el retrovisor antes de partir. Tengo los ojos y los labios hinchados y los pómulos maquillados por sendos hematomas. Hacía tiempo que no me golpeaban de esa manera, desde aquella vez en que un montón de narcos me dieron caza luego de haberles hecho una mexicana. Y en esa ocasión, tal como ahora, valió la pena el dolor. Echo a andar el motor y voy en busca del Magia Negra. Tengo que advertirle a Alicia de lo ocurrido. Tengo que contarle todo lo que ha pasado y convencerla de dejar la ciudad. Ya nadie está seguro. Ni siquiera yo. La histeria parece apoderarse de todos o quizás sea mi imaginación. Los vehículos no respetan señales, las puertas y las ventanas de las casas parecen reforzadas con palos y tablas para impedir el ataque de los coleópteros y los apagones se multiplican a mí alrededor, dejando que la luna en cuarto creciente ilumine mi camino parsimonioso. Entre tanta paranoia, pienso que debo relajarme y me detengo en la primera botillería que encuentro.<br /><br />-Estos bichos de mierda están dejando la cagada- me dice el tipo detrás del mesón, masticando obscenamente su chicle.<br /><br />-¿Sí?- le digo, como si no estuviera al tanto de nada.<br /><br />-Sí, pues. Están comiéndose todo y parece que ya llegaron a Santiago… En Estados Unidos ya no quedan cultivos y los chinos ya no tienen ni arroz para echarse al buche… Hasta misiles les han tirado y nada, no pasa nada…<br /><br />Tomo las latas de cerveza y lo dejo masticando su chicle, viendo su tele en blanco y negro, cubierta de grasa y polvo, estancado en el mesón donde supongo los escarabajos lo encontrarán para devorarlo. La iluminación artificial se extiende por un par de cuadras. Luego, caigo en las sombras otra vez, así es que detengo el auto y aprovecho la ocasión para bajar media lata y encender un cigarrillo que me acompañe hasta el boliche de Mendieta que, como siempre, esta casi lleno. Imagino que sin importar lo que pase, siempre habrá gente ansiosa de sexo, alcohol y drogas que ocupe estos locales, que no importa si se desata una guerra nuclear o si la mitad del mundo muere de lepra, el <em>Magia Negra</em> y otros tantos sucuchos similares siempre estarán abiertos y plagados de gente, de hombres y mujeres ajenos al normal curso de la vida, a los vaivenes grotescos y violentos de la realidad que atemoriza y subyuga como un ancestral emperador caníbal de un mundo que no es para nada imaginario.<br /><br />Me instalo en la barra, como siempre. Mendieta sonríe porque el negocio va de maravillas. En el escenario, Jocelyn recoge las prendas de las que se despojo durante el baile. Jocelyn es un negra colombiana con un culo tremendo como zapallo y duro como fe de musulmán que provoca la algarabía calentona de los tipos que ocupan las mesas frente al escenario. El Chupete deja los interruptores por unos momentos para anunciar el siguiente show. Apenas escucho sus palabras, pero la reacción catártica de los espectadores me indica que es el turno de Alicia… Milena… Tan salvaje como de costumbre, demora sólo segundos en apropiarse de las tablas, en concentrar todas las luces, miradas y reacciones en ella, en su danza, en sus ojos feroces y su boca ardiente, en cada uno de sus movimientos cuneiformes y sus jadeos mudos, su boca convertida en manzana bulbosa, sus pechos levantados hacia el olimpo, su entrepierna como condena infernal pero necesaria y deseable hasta el hartazgo.<br /><br />Me quedo mirándola también, un tanto abrumado pues no percibo en mi interior aquel flujo de magma que emergía en mis entrañas cada vez que la veía. Trato de forzarlo, de obligarlo a emerger de mis tripas ya remojadas en alcohol (lo que debería facilitar mi trabajo), pero aún así, veo a Alicia como si se tratase de una viejo video casero olvidado en alguna caja de cartón, con la cinta arrugada y la imagen ya decolorada. Me empino el último sorbo de vodka y me encamino al pie del escenario. Sin importar lo que sienta o no, debo advertirle lo que ocurre. Al fin y al cabo, su vida es más importante que la mía. En general, cualquier vida es más importante que la mía, incluyendo la de Brenda que, entre las sombras y la gente, viene a mi encuentro.<br /><br />-¿Nos iremos juntos de nuevo?- me dice al oído. Le respondo que sí, que la esperaré, aunque no es un buen momento y tengo muchas cosas que contarle, cosas que ella ni siquiera se imagina y que ni siquiera yo me imaginaba hasta hace tan solo unos días. En seguida, la dejo atrás. El lento de Europe va a terminar y necesito imperiosamente decirle aquellas palabras a Alicia, pues quizás sean las últimas que le dirija. De eso, estoy seguro.Las Puertas del Deliriohttp://www.blogger.com/profile/03927568272950005092noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-4087909597829724922.post-13864127690749261982008-08-14T20:06:00.003-04:002008-08-18T12:24:54.816-04:00EL BUEN ESCARABAJO (Capítulo 2)LUNES<br /><br /><em><span style="font-size:85%;">Now I walk alone out here in the cold...</span></em><br /><em><span style="font-size:85%;">Wandering astray</span></em><br /><em><span style="font-size:85%;">Where's my future?</span></em><br /><em><span style="font-size:85%;">BUG EYES. DREDG<br /></span></em><br />Sobresaltado, abro los ojos. Definitivamente, esta no es mi habitación ni ninguna de las de mi casa. Dejo atrás la suavidad tibia y avasalladora de estas sábanas desconocidas incorporándome con rapidez, sólo para darme cuenta que hay otro cuerpo en la cama. De inmediato sé que es Brenda. Reconozco su cabello almidonado, su fragancia fresca entre las costras de mis fosas nasales, las curvas sacras de su cuerpo lechoso y moldeado. Me maldigo con rabia y resignación, pero pronto recupero la calma. Ambos estamos vestidos y si bien hay partes de la opereta de ayer que olvidé, estoy seguro que no crucé la línea que nos convierte en simples oferentes y demandantes de placer noctámbulo.<br /><br />Me coloco los zapatos y la chaqueta y dejo su departamento antes que despierte. No sé si sólo me hablará con la ternura que la caracteriza o si me recriminará por no haber aprovechado la oportunidad de estar juntos, de unirnos en éxtasis catártico de amor borracho y drogado. Por el momento, prefiero no descubrirlo.<br /><br />Echo a andar el Chevette aún sin saber muy bien dónde estoy. Doy algunas vueltas despistadas antes de darme cuenta que navego aún algo borracho por las calles quietas y vetustas de Independencia. Enfilo rumbo a casa, sin dejar de pensar en lo necesaria que es una cerveza a esa hora y en la serie de testarudos pasos que me llevaron a terminar junto a Brenda en vez de Alicia. Como suponía, su rostro se desdibujo en una mueca de desprecio indescriptible cuando me vio en la barra. Ni siquiera se acercó a saludarme, en una actitud que me pareció bastante divertida e infantil y aunque las tripas se me apretaban cada vez que paseaba frente a mí con un cliente, camino a los privados, intenté tomármelo a la ligera y no dejar que sus miradas lascivas, las sonrisas tentadoras ni el movimiento ardiente de su culo en despedida, me quitaran la actitud despreocupada y hasta fría que había adoptado como sumiso escudo en ese desigual combate.<br /><br />La llegada de Wilfredo, Diego y el Humanoide me desligó definitivamente de la presencia de Alicia. Nos apoltronamos en una mesa distante del escenario y nos rodeamos de tres chicas, entre ellas, Brenda. Pedimos una ponchera de pisco y un par de tablas de carne y comenzamos a hablar de cualquier estupidez, con tal de hacer la noche entretenida. Entre espesas nubes de humo gris, recuerdos de viejos tiempos, las pujas de Wilfredo por desnudar a la mina que lo acompañaba, unos cuantos viajes al baño más necesarios para llenarnos la nariz de polvo que para orinar, y los paseos indolentes de Alicia buscando saber cuáles eran los temas de nuestras conversaciones, las horas se convirtieron en quebradizas alas de polillas. Ya no tenía ganas de hablar y menos de escuchar las mismas viejas anécdotas que hasta hace un rato me divertían como si jamás las hubiese oído. Brenda se quedó sentada sobre mis piernas, también observante y en silencio, imbuida en sus pensamientos, desgracias y ensoñaciones de desenfocada medianoche. Los parroquianos comenzaron la retirada y sólo nosotros permanecimos ahí, entre risotadas y palabrotas, obnubilados por nuestros propios sentidos apernados a botellas sin fondo.<br /><br />-Terminó mi turno- dijo Brenda, levantándose delicadamente.<br /><br />-Entonces es hora de irse- murmuré, sintiendo la lengua como un trapo mojado y sucio.<br /><br />-¿Me acompañas al paradero?- pidió ella, con cierta indiferencia. Asentí con la cabeza, olvidando los comentarios celestinos de Mendieta, y me despedí de mis compadres. La espera en el exterior anormalmente gélido duró apenas unos minutos, lo suficiente como para permitir que el alcohol se apoderara de las sinapsis escasas que a esa hora lograban conectarse en mi cabeza. Lo suficiente como para ver salir a Alicia, quedarme mirándola con media sonrisa pánfila y desechar la idea de dejar sola a Brenda e irme con ella, otra vez a lo mismo, nuevamente al siniestro purgatorio en el que repetíamos vicios y pecados que no queríamos olvidar… Lo suficiente como para comprar una promoción de pisco y bebida y posibilitar una conversación más íntima con Brenda que aceptó la oferta con una sonrisa cómplice.<br /><br />Hacía mucho tiempo que no hablaba de mi pasado con alguien. La última vez que lo hice fue con Alicia y no sé por qué decidí hacerlo también con Brenda. O quizás sí lo sabía. Pretendía espantarla, desilusionarla, abatirla con la patética historia de una vida desperdiciada y sin sentido. Entre trago y trago, relaté que había sido un exitoso publicista, una animal de las comunicaciones corporativas, con los bolsillos llenos de dinero y rodeado de los más inútiles y superfluos lujos imaginables. De pronto, un día, desperté y sentí que mi corazón no latía. El vacío se apoderó de mis acciones. Hasta hoy no tengo una idea clara de cuál fue el motivo de ese despertar sórdido y espantoso que me convirtió en una especie de muerto en vida. Lo que sí sé es que lo dejé todo, absolutamente todo para ir en busca de algo que tuviera sentido, que realmente me motivara a levantarme cada mañana y fue así como las drogas y el alcohol se convirtieron en el sucedáneo de esa búsqueda intrascendente y destinada al fracaso. Y cuando creí hallar una luz en los ojos aleonados de Alicia, lo que realmente había encontrado no era más que un espejismo y la confirmación del absoluto fiasco en se que había convertido mi vida. Pero ya no había vuelta atrás. Ya estaba metido hasta el cuello entre mis absurdas contradicciones, los experimentos de Javier y mis escarabajos.<br /><br />-¿Qué escarabajos?- preguntó ella.<br /><br />-Nada importante… Otro día te contaré esa parte de mi vida- dije, antes de cerrar los ojos con la intención de descansar unos segundos, sin saber que me quedaría profundamente dormido.<br /><br />Jamás Javier me había pedido que callara acerca de lo que hacíamos en la casa, pero nunca me había atrevido a contarle a nadie de los coleópteros que retozaban en el subsuelo. Una cuestión de respeto, pero también de compadrazgo con los bichos que me recibían alborozados cada vez que acudía a alimentarlos, a revisar todos los detalles que los mantenían vivos y a sus anchas en aquella cómoda prisión, como cerdos camino al matadero que en vez de ser devorados un domingo cualquiera, apenas si serían cercenados en minúsculos pedazos que se convertían en anotaciones infinitas en los libros de apuntes de Javier y bien empaquetados y asépticos envíos a Estados Unidos.<br /><br />Cierro la puerta del auto como si hubiese terminado el capítulo de una novela que no me gustó, pero de inmediato me doy cuenta que apenas si empiezo a leer otro peor. Catalina, la pendeja que protagoniza las porno de Marambio, está sentada en la puerta de la casa.<br /><br />-¿Qué haces aquí?- la regaño, empujándola hacia el interior de la casa.<br /><br />-No sabía dónde más ir, Gorgojo- responde ella, entre lágrimas demasiado abundantes e incómodas. Demoro un rato en convencerme que está realmente afectada, que algo muy malo debió haber pasado y es entonces que le traigo un vaso con agua que la niña apenas prueba antes de seguir sollozando. Me siento frente a ella y le pregunto una vez más qué ocurrió.<br /><br />-Los pacos llegaron hoy día en la mañana. Rompieron las puertas y las ventanas, las cámaras, los trípodes, las luces; se llevaron las cintas y agarraron a Félix y varios actores y niñas que se habían quedado a pasar la noche, después de terminar de grabar ayer… Yo alcancé a esconderme en el garaje, estuvieron a punto de pillarme, pero para ellos era más importante Félix y cuando lo detuvieron y encontraron las cintas y las drogas, lo demás dejó de preocuparles… De verdad que no tengo a quién más recurrir, Gorgojo…<br /><br />-No me digas así. Ese es un apodo de mal gusto que me dio Marambio.<br /><br />-¿Cómo te digo, entonces?<br /><br />Lo dudo por unos instantes. Mientras menos sepa yo de ella y ella de mí, es mejor. Debo pensar una forma rápida, sencilla y perfecta para deshacerme de Catalina… pero aún así, y como suele ocurrirme, hablo sin pensarlo muy bien.<br /><br />-Dime Aníbal.<br /><br />Ella sonríe, como si agradeciera honestamente aquel gesto de confianza, pero debo desilusionarla lo antes posible.<br /><br />-Mira, Catalina, quiero que me respondas dos cosas. Una es por curiosidad, ¿cómo mierda fue que llegaste acá? La otra es más seria y nos va a ayudar mucho a superar este entuerto, ¿dónde vive tu familia?<br /><br />Ella palidece antes de responder con palabras lentas y enronquecidas.<br /><br />-Muchas veces pasé por acá en el auto de Félix y él me decía dónde vivías, cada vez que hablaba de lo mucho que le gustaría que actuaras en las películas… ¿Y por qué quieres saber de mi familia? Yo no quiero volver a mi casa, si es que todavía existe. Yo…<br /><br />-¡Pero no te puedes quedar acá, Catalina! Este no es lugar para una niña y yo no te puedo cuidar.<br /><br />-¿Me vas a decir que la casa de Félix era lugar para una niña?<br /><br />-No, claro que no, pero aquí tampoco lo es… Mira, lo mejor será que juntos pensemos dónde te puedes ir, un tío, un primo, tus abuelos, quién sea, pero tiene que haber alguien que te pueda acoger.<br /><br />-Es que no hay… Y yo no voy a volver a casa de mis papás. Prefiero mil veces trabajar con treinta hombres todo el día antes que ver a mi papá otra vez.<br /><br />Me quedo mirándola tratando de comprender sus palabras, sin atreverme a imaginar qué puede ser tan terrible para Catalina que prefiere soportar aquella aberración antes que volver a su casa. En cosa de segundos, su actitud cambia diametralmente. Se para frente a mí y comienza a sacarse la ropa.<br /><br />-Yo sé cómo convencerte para que dejes que me quede acá…<br /><br />Me levanto y le sostengo los brazos, evitando que continúe aquel espectáculo patético y denigrante. Le tomo las manos con fuerza y la miro fijamente a los ojos.<br /><br />-Está bien, está bien… Puedes quedarte, pero vamos a buscar una solución, ¿te parece?- Ella sonríe. Su rostro vuelve a convertirse en el de una niña y su mirada iluminada expresa un intangible y profundo agradecimiento. En ese preciso momento es que la puerta de calle es agitada por violentos y rítmicos golpes. Le indico a Catalina que suba las escaleras y me espere arriba, en silencio.<br /><br />-Buenos días- saluda el hombre de impávido terno gris, lentes de marco grueso, calva pronunciada y voz engolada.<br /><br />-¿Qué se le ofrece?<br /><br />-Mi nombre es Froilán Alzamora y represento a Kingdom Pharmaceuticals. Busco al señor Aníbal Gaete.<br /><br />-Con él.<br /><br />El tipo se queda mirándome con las cejas levantadas. Ante la impertinencia, no tengo otra opción que hacerlo pasar a la sala que observa a la rápida, pero con notorio desagrado.<br /><br />-Bien, señor Gaete, demás está decir que mi interés radica simplemente en saber dónde está el señor Javier Kelly. Hace una semana que no tenemos noticias de él y nos urge ubicarlo para resolver una gran cantidad de problemáticas que han surgido en torno a su… desaparición y por supuesto, que tienen directa relación con las investigaciones que ha llevado a cabo para nosotros en el último quinquenio.<br /><br />No puedo evitar una sonrisa. El tono de su voz es bastante divertido y sus frases suenan como salidas de una radio a transistores.<br /><br />-La verdad, señor Alzamora, al igual que usted, no tengo la más remota idea de dónde pueda estar Javier.<br /><br />-Me sorprende, pues usted trabaja con él y es prácticamente su único amigo. Le insisto que necesitamos ubicarlo con suma urgencia para resolver varios asuntos pendientes en torno a su notable investigación.<br /><br />-Mire, hace una semana Javier salió de la casa mientras yo estaba fuera, en una… reunión. No dejó ninguna nota ni me hizo ningún comentario antes de partir; no contesta su celular ni ha respondido mis correos electrónicos y créame que estoy tan preocupado como usted pues no tengo idea qué diablos hacer con los escarabajos si es que este infeliz no aparece.<br /><br />Alzamora se queda mirándome con recelo y suspicacia. Mantengo mis ojos adoloridos firmes, pegados en los suyos, apenas visibles tras el vidrio grueso de sus anteojos.<br /><br />-Lamento decirle que en este momento usted es el único contacto que tenemos con Javier. Pero más lamento decirle que su discurso no me convence. No es conveniente para usted encubrir las excentricidades ni las pataletas de su amigo.<br /><br />-Eso me pareció una amenaza.<br /><br />-No señor, no es una amenaza. Es una observación.<br /><br />-Siento mucho no poder ayudarlo, pero la verdad no tengo idea dónde pueda estar Javier.<br /><br />-La Farmacéutica va a estar muy desilusionada. De seguro tomarán otras medidas, así es que le recomiendo averiguar dónde puede estar metido el señor Kelly. Y ahora, si no fuera molestia, me gustaría ver en qué estado están los coleópteros y el laboratorio. Le recuerdo que represento a Kingdom Pharmaceuticals y que todo lo relacionado con las investigaciones y experimentos del señor Kelly nos pertenecen y que nuestros intereses…<br /><br />-Sí, sí, sí… Ya lo sé. Venga por acá.<br /><br />Lo llevo hasta el sótano. Prendo las luces y por un momento pienso en quedarme y acompañarlo, con la única idea de cuidar que su torpeza burocrática no le haga daño a los escarabajos, pero su presencia me es tan insoportable que prefiero cerrar la puerta y dejarlo solo, con una libreta y su pluma, mientras observa los terrarios con mal actuada concentración.<br /><br />Voy a ver a Catalina. Se ha quedado dormida sobre mi cama, con el tele encendido aunque sin volumen. Me siento junto a ella, tratando de no perturbarla. Supongo que por primera vez en mucho tiempo, duerme tranquila. Ni siquiera me atrevo a imaginar por lo que pasó en la casa de Marambio, pero no puedo levantar banderas de lucha. Siempre supe lo que ahí ocurría y nunca hice nada. Es más, nunca he hecho nada en mi vida de lo que pueda sentirme relativamente orgulloso, algo por lo que la posteridad me mencionará en libros o reportajes del cable. Abro el cajón del velador sólo para comprobar que no me queda coca. Por el momento, no la necesito, pero sospecho que esta noche me hará mucha falta, tal como durante los últimos años. Pero aún no es momento. Debo esperar que Alzamora termine su ridículo inventario de bichos para despacharlo y recién, cumplir con el oráculo fatal y predeterminado, cual funesto héroe griego.<br /><br />Me recuesto. Subo un poco el volumen del tele. Imágenes impactantes de un sembradío de algodón en Estados Unidos invadido por una plaga de escarabajos picudos, hecho que al parecer se ha repetido desde hace unos días en distintos lugares de Norteamérica. Sonrío. No es para menos, dado que los Anthonomus Grandis que tenemos en el sótano lucen de los más tranquilos e inocentes. De ahí, la conductora anoréxica pasa al deporte y luego, a un par de panoramas culturales… Y en seguida, en algún momento indefinible, me quedo dormido, entre imágenes de los posibles presentes alternativos de Javier pasando por clandestino, Marambio encerrado en una celda y Alicia bailando desnuda en el “Magia Negra”, sólo para mis ojos.<br /><br />Despierto un par de horas más tarde. Catalina ni siquiera se ha movido de su posición. Alzamora ya debe haberse ido, pero de todas maneras prefiero cerciorarme y desciendo al sótano con actitud pedante, buscando el enfrentamiento que justifique sacarlo de mi casa si es que aún anda jodiéndole la vida a mis escarabajos… De la corporación, sí, seguro, como si ellos se desvivieran día y noche por ellos… Pero todo se me da vueltas cuando encuentro a Froilán Alzamora tirado en el piso, en decúbito dorsal, con los ojos bien abiertos y las pupilas dilatadas fijas en el falso cielo gris, las manos engrifadas sobre las baldosas rojas y negras, el estómago increíblemente hinchado… y varios adéfagos e histéridos paseándose por su boca horriblemente abierta, entrando y saliendo a su regalado gusto. Me quedo mirándolo por largo rato, como si esperase que aquello fuera una broma de mal gusto, pero los escarabajos en febril movimiento aumentan en cantidad constantemente. Ahora, son los necrófagos quienes comienzan a ocupar el lugar de los pequeños depredadores que al parecer, le quitaron la vida a Alzamora. Busco una forma racional de reaccionar, pero el siseo alegre de los escarabajos aún en sus terrarios me hipnotiza, obligándome a sentarme en los peldaños de la escalera que lleva a la planta superior, para observar con detención absorta y fría como el cuerpo de Alzamora es devorado con paciencia sibarita.<br /><br />Soy testigo de cómo el cadáver desaparece lentamente antes mis ojos, hasta que pasos en la escalera me alertan. Sé que es Catalina y debo evitar que presencie aquel acto de inusual canibalismo. Cierro la puerta del sótano tras de mí en el preciso instante en que ella arriba al primer piso.<br /><br />-Me asusté- dice con un hilo de voz. -Pensé que me habías abandonado- En seguida, se abalanza a mis brazos congelados, conmovida por algunas lágrimas involuntarias que se diluyen en mi polera.<br /><br />-Acompáñame- le digo. -Debo ir a la casa de una amiga-. Ella se queda mirándome inquisitiva. Es entonces que recuerdo que no tiene con qué vestirse, que llegó hasta mi casa apenas cubierta por la misma bata con que la había visto ayer y unas pantuflas que asemejan la caricaturesca cara de un oso.<br /><br />-No importa. Te quedas en el auto y después te voy a comprar algo de ropa. Vamos.<br /><br />La tomo de la mano y me la llevo al Chevette. Trato de simular que nada ha ocurrido, pero siento todo mi cuerpo temblar y la piel obscenamente helada y quebradiza. Echo a andar el motor y aplasto el acelerador como si nunca más fuera a volver atrás. Por el momento, aquella acción desesperada me sirve para volver a poner en orden mis pensamientos y confiar nuevamente en mis sentidos.<br /><br />La Bárbara en realidad no es la Bárbara. Jamás le he preguntado su nombre verdadero (me parece una descortesía imperdonable) pero sí se que como transexual se dedicó muchos años a la prostitución hasta que descubrió que vender droga era mucho más redituables y menos esclavizante. Además, después de un par de décadas de comercio carnal, ya tenía en las palmas de sus manos a una nada despreciable cantidad de pacos, tiras, abogados y jueces que por nada del mundo se meterían en su nuevo negocio, so pena de descubrir sus oscuras aficiones sexuales que por lo general, involucraban mucha pasividad, juguetes de extraordinario uso y por supuesto, groseras dosis de drogas y alcohol.<br /><br />Así, Bárbara se convirtió en una notable traficante, con una clientela bastante exclusiva y no muy numerosa. Sé que me tiene un cariño especial, porque las cantidades que le compro son irrisorias en relación a sus respetables y derrochadores clientes habituales. El por qué, no lo sé, pero probablemente se deba a una de esas conversaciones largas y profundas que sostuvimos en cada carrete que nos encontrábamos.<br /><br />-¿Quién es?- es lo primero que pregunta al ver, por sobre mi hombro, a Catalina.<br /><br />-Una sobrina- respondo mecánicamente, antes de entrar a la fortaleza que Bárbara tiene por casa, enclavada en medio de Observatorio.<br /><br />-No sabía que tenías familia- me dice Bárbara, con la voz enronquecida por el tabaco. Se desliza como si no moviera los pies sobre la cerámica de la sala, contoneando sus caderas rotundas, descubriendo brevemente sus piernas largas y sinuosas entre los pliegues del vestido largo que acrecienta las formas regulares de su talle erosionado por la transformación forzada y costosa.<br /><br />-Estás lleno de sorpresas- dice, mientras me prepara una bolsa gorda como pelota de béisbol. Se voltea hacia mí y extiende el paquete, pero antes que logre alcanzarlo, lo oculta tras su espalda.<br /><br />-¿En qué malos pasos andas, Aníbal?<br /><br />-En nada, Bárbara, ¿por qué lo preguntas?<br /><br />-No me digas que esa es una de las cabras chicas de Marambio…<br /><br />-No, cómo se te ocurre.<br /><br />-Fíjate que se me ocurre. Nunca te has caracterizado por hacer lo correcto, así es que esto no sería una excepción.<br /><br />Es en ese instante que se me ocurre qué hacer con Catalina.<br /><br />-Tienes razón, es una de las pendejas de Marambio, pero está conmigo por una razón muy poderosa. Esta mañana se lo llevaron detenido y ella corrió a esconderse en mi casa. Eso es todo. El problema es que ahora no sé qué hacer con ella- Intento simular frustración, tristeza y preocupación. Mis ojos se enrojecen voluntariamente y con los párpados a punto de ser superados por lágrimas de fantasía, me quedo mirando a Bárbara. -¿Tú… Tú podrías quedarte con ella mientras busco dónde dejarla definitivamente?<br /><br />Ella ríe a carcajadas.<br /><br />-¿Estás loco? ¿Cómo se te ocurre que voy a tener una niña aquí en la casa? Tú sabes que tengo droga en todas partes y el tipo de gente que viene acá a comprar y a carretear… No, Aníbal, olvídalo. No te puedo ayudar.<br /><br />-Por favor, no tengo a quién más recurrir… Por lo menos un par de días… Sé que puedo ubicarla en la casa de algún pariente pronto, pero debes darme dos días, si no, la vengo a buscar y me la llevo.<br /><br />Bárbara me mira con recelo. Trata de descubrir la mentira, trata de escrutar dónde está la debilidad de mi defensa, pero al parecer, no la encuentra.<br /><br />-Está bien. Dos días. Eres una persona confiable y además no creo que quieras perder la mejor mano que tienes de coca. Pero el miércoles en la tarde te quiero acá, ¿entendido?<br /><br />La abrazo en señal de sincero agradecimiento y suelto un par de lagrimones áridos. En seguida, tomo el mote, pero antes de cerrar la puerta, me dirijo una vez más a Bárbara.<br /><br />-De verdad, muchas gracias… Prometí ir a comprarle algo de ropa, así que voy a ver qué le encuentro y te la traigo de vuelta, ¿vale?<br /><br />Bárbara asiente silenciosa antes de devolverme al exterior helado y demasiado gris. Las nubes en el cielo presagian un vendaval violento y déspota.<br /><br />-Ahora sí, vamos a comprarte un poco de ropa- le digo, esbozando una sonrisa con pretensiones paternalistas, algo que definitivamente no debe verse muy bien en mi rostro, tan poco acostumbrado a lucir sano y virtuoso. No le voy a hablar del trato con Bárbara hasta que regresemos. Así me evito un buen drama y concentro mis energías en resolver el dilema de los escarabajos y Froilán Alzamora, mientras Catalina pierde tiempo buscando algo que le agrade. Es entonces que siento en mis entrañas la necesidad absurda de tomarme un gran y frío vaso de vodka tónica, para ayudar a mi cerebro a ver las cosas con más claridad y descubrir qué diablos fue lo que pasó en el sótano, cómo fue que los escarabajos salieron de sus celdas, cómo es que de un momento a otro se convirtieron en feroces y regocijados caníbales de interiores humanos. La sospecha es obvia y recae en los experimentos de Javier, en estos últimos cinco o seis años de ensayos y errores, en la concentración esmerada de su trabajo y en el miedo en su mirada cada vez que se contactaba con la Farmacéutica para enviar o recibir información.<br /><br />Javier Kelly fue una especie de niño prodigio. Luego de estudiar Medicina, concentró su curiosidad en los insectos y fue así que continúo haciendo varios cursos y diplomados en el extranjero, todos ellos centrados en profundizar sus conocimientos entomológicos. El por qué su interés un tanto obsesivo por los escarabajos, jamás lo comprendí totalmente, pero algo había entre medio de religioso y sagrado, relacionado con antiguas costumbres de los cristianos paganos de comienzos de esta era señalada por la crucifixión de un tal Jesús, un tipo revolucionario que hablaba de un mundo imaginario y perfecto que, por supuesto, no era este ni jamás lo sería; una de esas utopías desenfrenadas a las que muchas personas se aferran para justificar y asumir todas las desgracias con las que jamás aprenden a convivir ni superar.<br /><br />-¿Te gusta?- pregunta, saliendo del probador. Se ve bien de jardinera, zapatillas y sweater rosado. Asiento con la cabeza y ella me sigue por los pasillos laberínticos de la multitienda, cargando media docena de bolsas, con el rostro rozagante y los pasos un tanto torpes e inseguros.<br /><br />Lo primero que pienso una vez de regreso al auto es en ir a dejarla donde Bárbara, pero algo me contiene. No sé si es imaginarla en el jardín de la casa, con las bolsas colgándole lánguidas de los brazos y la lluvia disolviéndola como un mal recuerdo o si simplemente se trata del frío que me instiga a regresar pronto a la casa, a echarme un poco de vodka al cuerpo, tirarme unas rayas y acostarme a ver tele. De todas maneras, no le digo nada y enfilo rumbo noreste, buscando la protección de mi techo.<br /><br />Dejó a Catalina con el tele encendido en mi habitación, combinando la ropa que le he comprado, jugando a modelar. Con la excusa de ir a servir algo para beber y comer, me deslizo primero al sótano, sólo para descubrir que quizás fue sólo una alucinación la que me hizo creer que un tal Froilán Alzamora estuvo frente a mí hace unas horas, pues en el suelo, en el mismo lugar donde lo vi muerto y comenzando a ser deglutido por alegres escarabajos, no hay absolutamente nada. No hay restos de carne o huesos, no hay jirones de tela, no hay señales de documento alguno que pruebe su existencia, que conversó conmigo, que me amenazó, que representaba elegantemente a Kingdom Pharmaceuticals… No hay nada. Ni siquiera el constante crepitar de los escarabajos. Todos permanecen en sus terrarios casi inmóviles, con sus rostros indescifrables pegados a los vidrios, dirigidos a mi figura, como si ya estuvieran pensando en echárseme encima para probar mi piel, mi sangre, mis entrañas remojadas en alcohol barato. No tengo el ánimo ni el valor para revisar sus jaulas y realmente atemorizado, abandonó el subsuelo, sin quitarles los ojos de encima.<br /><br />Catalina entra y sale de la habitación, probando distintas tenidas. El primer sorbo de vodka sube inmediatamente la temperatura de mi cuerpo y me siento mucho más cómodo y relajado. Los noticieros se centran en el hecho que temprano había sido casi una anécdota y que ahora se había convertido en titular obligado, la invasión de plagas de coleópteros en plantaciones y cultivos de distintos lugares del mundo. Estoy seguro que Javier y yo, por supuesto, tenemos que ver con aquel desastre, con las nubes oscuras de escarabajos cayendo feroces sobre algodoneros, maíz, cocoteros, arrozales… Ahora comprendo por qué Kelly desapareció e incluso, por qué Alzamora está muerto. O por lo menos creo entenderlo. Alarmados, los anclas destacan que se han usado una gran cantidad de pesticidas para eliminar las plagas, sin resultados positivos, y que éstas se muestran particularmente numerosas, voraces y hasta organizadas. Incluso, se han registrado ataques contra seres humanos que han obligado el pasmo de la comunidad científica mundial.<br /><br />Me retuerzo sobre las cubiertas, buscando sueño y más comodidad. Nada de lo que veo me sorprende demasiado. Los últimos días han sido demasiado extraños como para simular asombro por los acontecimientos que veo en pantalla y menos, por la presencia de Catalina en mi habitación, todavía probándose la ropa que le compré.<br /><br />-¿Te gusta?- pregunta, mostrándome una nueva mezcla de tenidas. Sonríe y posa exageradamente, burlándose de las modelos profesionales. Yo también sonrío por qué se ve muy divertida con los labios y los ojos desordenadamente pintados y debido a sus gestos sobreactuados. Al final, me despego del televisor y me quedo pegado en las excentricidades de Catalina que aparece una y otra vez tras la puerta de la habitación, inventando modas ridículas y colorinches y otras, audaces y seductoras.<br /><br />Al rato, se aburre. Se recuesta a mi lado, apoya su cabeza y mi hombro y me rodea el pecho con su brazo derecho.<br /><br />-¿Quieres que haga algo por ti?- susurra.<br /><br />-¿Cómo qué?<br /><br />-No sé… Un mamón, una pajita…<br /><br />-¿De qué estás hablando?<br /><br />-Es una forma de agradecer todo lo que has hecho por mí hoy día.<br /><br />-Hay muchas formas de agradecer, Catalina, no solamente con favores sexuales.<br /><br />-Es que es lo único que sé hacer bien… ¿vas a querer o no?<br /><br />-No, no voy a querer. Puedes hacer otras cosas para darme las gracias, como por ejemplo decidirte volver a tu casa. Eso me haría muy feliz.<br /><br />-Es que no puedo… No quiero…- Ella se larga a llorar, humedeciéndome al poco rato la polera. Me quedo quieto, abrumado por aquella sencilla situación ante la que no sé cómo reaccionar. Otra vez supongo que no es el mejor momento para preguntarle por qué no quiere volver a su casa.<br /><br />-¿Sabes? Hay otras cosas que puedes hacer para ayudarme. Podrías limpiar el primer piso, echarle una mano al jardín, cocinar… No sé. Hay muchas cosas qué hacer en la casa…<br /><br />Ella se levanta y se queda mirándome con los ojos hinchados y las mejillas enrojecidas. Aún así, sonríe y vuelve a refugiarse en mi pecho, ahogando los sollozos postreros y moquillentos.<br /><br />Catalina se duerme. Yo pretendo hacer lo mismo, pero la película es constantemente interrumpida por algunos extras noticiosos que anuncian ataques de voraces escarabajos en el sur de Chile y Argentina. Ni la lluvia incesante, ni los pesticidas prohibidos ni el inútil empeño de matarlos a pisotones uno por uno eran soluciones para la terrible plaga que amenazaba con seguir su infausto camino hacia el norte. Más noticias en la edición de medianoche de nuestro informativo.<br /><br />La película sigue, pero ya perdí el hilo conductor y la trama me parece de lo más absurda. Me levanto tratando de no interrumpir el sueño de Catalina y parto a la cocina a llenar el vaso de vodka y hielo y mi nariz, con unos puntazos de coca. Estoy a punto de subir, cuando un deseo irrefrenable, masoquista y hasta morboso de ver a los escarabajos me sacude, obligándome a descender a la planta subterránea.<br /><br />Enciendo las luces y bajo por la escalera estrecha. Me quedo parado frente a las vitrinas suavemente iluminadas y siento escalofríos recorrerme la espina dorsal cuando sospecho que disimulan seguir su despreocupada vida normal; que previo a mi llegada planificaban cómo huir, cómo asesinarme esa noche, cómo reunirse con sus camaradas invasores que venían desde el sur. Deseo matarlos, destruir los terrarios y aplastarlos con mis pies antes que ellos hagan el primer movimiento en este tablero de vidrio que parece tener demasiadas piezas. Pero me contengo. En cierta forma agradezco lo que hicieron con Alzamora y mientras no hagan nada en mi contra, todos esos miedos si bien justificables, son infundados… Por el momento…<br /><br />No quiero estar en la casa. De verdad, me importa bien poco lo que ocurra con Catalina, pero de todas maneras le dejo una nota sobre la cama, avisándole que volveré temprano, que la casa está a su disposición. Me calzo una gabardina horriblemente hedionda a naftalina, tomo la droga y me cercioro de tener suficiente dinero para pasar la noche en el <em>Magia Negra</em>. Salgo a la calle y recibo la lluvia desgarradora en mi cuerpo, pero ya nada puede limpiarme. Me quedo bajo el agua un buen rato, buscando explicaciones rápidas y baratas a todo lo ocurrido durante el día, pero sé que la suma de las decisiones viene desde hace mucho tiempo y que un análisis somero de mi vida y acciones no bastará para aclararme la mente en esos momentos en que lo único que deseo es olvidar el miedo al próximo amanecer. Al futuro. A los escarabajos…<br /><br />Y yo que hasta hace sólo unas horas deseaba con ansias que ocurriera algo que me arrancara de este mundo de mierda…Las Puertas del Deliriohttp://www.blogger.com/profile/03927568272950005092noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-4087909597829724922.post-46136298550413963522008-07-25T13:55:00.004-04:002008-07-25T14:04:39.223-04:00EL BUEN ESCARABAJO (Capítulo 1)DOMINGO<br /><br /><span style="font-size:85%;"><em>I've tried to make self-portraits before<br />Through my eyes<br />Just see myself<br />Now I know<br />I'm not in denial<br />That I need someone else<br />To see me<br />PANIC ROOM. RIVERSIDE<br /></em></span><br />Despierto de improviso, como huyendo de una pesadilla, pero no abro los ojos. Me quedo bajo las cubiertas, inmóvil y cataléptico, sintiendo los pliegues de las sábanas como navajas en mi piel erosionada, deseando fervientemente que una repentina trombosis, un cataclismo a escala mundial, una ponzoñosa serpiente o hasta un asaltante atolondrado y de gatillo escurridizo haya cumplido con la escueta y asertiva misión de acabar con mi vida, de llevarme a otro mundo, ni mejor ni peor, pero llevarme… Qué huevadas pienso de repente. Ni siquiera creo en la reencarnación o universos paralelos, menos en la patética idea de recompensa edénica o castigo infernal. Me muevo levemente, sólo para confirmar con resignación que todavía estoy vivo, que no sufro de parálisis del sueño, que el pedazo de colchón a mi derecha está totalmente helado. Es entonces que percibo otra espalda pegada a la mía. Debe ser Alicia. Aguzo el oído para escuchar su respiración entre el tráfico creciente que se desliza por la avenida cercana y descubro sus suaves y prolongadas exhalaciones. Aún no quiero abrir los ojos. Sé que todavía no amanece y me repito que dejaré de jalar coca, como tantas otras mañanas de despertar impávido, repentino y amargo. Lo dije ayer. Lo dije antes de ayer. Lo pienso y lo repito como una flagelante oración medieval casi todos los días desde hace quince años, pero jamás hago caso de mis propias palabras. Ni en este asunto ni en tantos otros.<br /><br />Trato de recordar lo ocurrido ayer. Me deslizo por imágenes tránsfugas que me llevan desde Plaza Ñuñoa a Bellavista en una desenfrenada y cacofónica carrera por Avenida Grecia y luego, por Vicuña Mackenna, y de ahí, después de varias rondas abundantes y rayas refulgentes y gigantes como lomos de toro, a la casa del Carroña Baeza en Peñalolén. Luego de decenas de tragos de vodka, ron y whisky, el recorrido penitente me lleva una vez más al “Magia Negra”, el boliche rancio que regenta el Gordo Mendieta. Sus puertas están abiertas veinticuatro horas del día, siete días a la semana, con lo más bizarro de la fauna toplera femenina que usted puede encontrar en todo Santiago y probablemente, en todo Chile. A esa hora, ni siquiera pienso que Javier lleva desaparecido una semana. Simplemente quiero ver a Alicia seduciendo el caño aún brillante a pesar del infinito manoseo que sostuvo el cuerpo de incontables bailarinas y el de sus familias, quizás con algún leve aroma que mezcla el hierro pulido con secreciones vaginales dejadas ahí por las cientos de mujeres que han pasado por aquel escenario turbio, indecente, decadente y denigrante, pero hipnotizante y casi tan adictivo como los motes que me vende la Bárbara. La veo aparecer entre ampolletas acuareladas, cortinas de raso leprosas y desgarradas, el humo elefantesco de los cigarrillos y palmas batientes que le ruegan rabiosas quitarse la poca ropa de fantasía que lleva puesta. Yo me quedo en la barra, cansado ya de tanto tomar y jalar, pero no tanto como para no echarme otro trago más de Stoli con tónica. La veo apropiarse del escenario con actitud felina, dominante y feroz, son su rostro recio y angulado recortado por los halógenos entecos que cuelgan del techo y que el Chupete, uno de los garzones, prende y apaga con sus manos para darle algún efecto al baile frenético de Alicia que ahí, sobre las tarimas, no es Alicia. Para todo el público presente, estoicamente trasnochado, se trata de Milena, la fiera de cabellos oscuros y desgreñados que explota extática entre lentejuelas desahuciadas y que a modo de gran y operático final, abre sus piernas gloriosamente, mientras introduce casi totalmente la mano izquierda en la flor rosácea de su entrepierna, justo cuando Sam Brown termina la última estrofa de <em>Stop!</em>.<br /><br />Me quedo ahí, en aquel estado de paraplejia redundante que se apodera de mis sentidos cuando ya no me cabe alcohol en las venas ni mote en la nariz, cuando realmente espero que un paro cardiaco me saque las raíces que me amarran a aquella mala imitación de la vida, desprendiéndome del taburete cojo que no tiene ganas de sostener mis posaderas ni mis penas. Alicia se pasea entre los clientes, ofreciendo sus espléndidos atributos apenas contenidos por un colaless negro, un vaporoso pareo del mismo color y un sostén diminuto, que realza gloriosamente los globos inmensos de sus tetas y gran parte de sus pezones oscuros, aguardentosos y cárneos. Me quedo mirándola mientras se lleva a varios viejos a los privados apostados tras el escenario. Alicia escoge a los más borrachos porque además de cobrarles diez mil pesos por media hora de innegable placer, aprovecha la ocasión para hacerse de algunas lucas demás, las que roba con desenfado impávido mientras te susurra las cochinadas más perversas y retorcidas al oído, mientras te acaricia con una mano que sabe perfectamente dónde tocarte, dónde provocarte escalofríos de rotundo placer. Descarada. Pero a uno no le quedan ganas de reclamar después de acabar en su boca o en sus pechos titánicos. A mí me hizo la misma talla muchas veces, antes que la noche nos uniera por algunos meses de incongruente convivencia.<br /><br />Nuestra relación no duró mucho. Apenas alcancé a sentir por Alicia algo más que calentura, quizás un poco de cariño y hasta lástima antes que decidiera tomar sus cosas y volver a la pensión infame de donde la saque y yo, darme cuenta que ella no sentía por mí más que calentura, un poco de cariño y hasta lástima; que nuestros corazones ya se habían secado y que éramos incapaces de compartir nuestro pasado, el presente o el futuro. Que nuestra unión se basaba en el traspaso de fluidos corporales más que de palabras y que era un chiste de mal gusto creer que ambos, algún día nos someteríamos a la rutina de una sórdida mascarada de matrimonio, esa puesta en escena que soñamos cuando estábamos en colegio, esa que se ve en algunas teleseries o las revistas caras que compra la gente bonita y que a mí me sirven para hacer papelillos cuando me da por vender yerba o mote.<br /><br />Por fin abro los ojos y me quedo de espaldas, con el brazo derecho sirviéndome de respaldo y los ojos aún legañosos absortos en el cielo delimitado por manchas grisáceas y grietas sinuosas, como el mapa de alguna recóndita región marciana. Mi brazo izquierdo queda pegado a la espalda de Alicia. Así percibo el vaivén constante de sus pulmones buscando instintivamente desintoxicar con algo de aire fresco sus entrañas, sus células revenidas, purificar el hálito que mezcla tequila, ron, cerveza y vino blanco que se apropia de la atmósfera, llegando hasta mi nariz como el perfume perfecto de todas las noches de mi vida. Me gustaría que el tiempo se retrocediera. Volver a aquellos meses de absurda rutina con ciertos y apasionados capítulos de indecorosa pasión y actuar de otra manera, quizás hasta ofrecerle eso que llaman esperanza, un futuro, no mejor, pero futuro al fin y al cabo. Pensar en cada palabra que dije y en cada palabra que callé; apagar las primeras y pronunciar sin miedo las últimas. Qué se yo… Probablemente se trataba sólo de dar vuelta la página y mirarla a los ojos con algo de sinceridad. Pero ya es tarde. Es hora de alimentar a los escarabajos.<br /><br />Me levanto con precaución. Es probable que Alicia ni siquiera recuerde que una vez más, terminó encamándose conmigo. La esperé hasta que su turno terminó. Ya estaba medio borracha; el momento ideal para ambos de recordar viejos tiempos, de revivir el salvajismo incontenible de nuestras noches de lujuria deletérea y pasión drogada, porque, mal que mal, era lo único que hacíamos bien cuando estábamos juntos y, qué más da, la carne llama… y su llamado es como canto de sirenas ninfómanas.<br /><br />Alicia no se mueve. Me visto a medias, percibiendo la vaga claridad del nuevo amanecer filtrándose insana a través de las cortinas apolilladas. Desciendo a la planta baja descalzo, acosado por el frío, con la piel de gallina, sintiendo los crecientes efectos de la resaca. Abro una cerveza y me mando tres tragos voluptuosos. En seguida, continúo mi descenso hacia el sótano, mientras busco la cajetilla de cigarrillos en el bolsillo del pantalón. Prendo las luces fluorescentes y ante mis ojos, como todos los días desde hace cinco o seis años, aparece el inmenso espacio del subterráneo, empequeñecido por la acumulación de terrarios empotrados en los muros y vitrinas de vidrio que contienen decenas de especies de escarabajos, todos ellos temperados de acuerdo a su hábitat original, alimentados con dietas estrictas y específicas, todos ellos silenciosamente bulliciosos y trabajadores, ignorantes del destino que les espera… o que les esperaba, porque si Javier no vuelve, no tengo idea qué haré con ellos.<br /><br />Los observo detenidamente mientras avanzo por los estrechos pasillos dejados por los cubículos en perfecto y lineal orden, extendiéndose como abrumadoras e iluminadas carreteras a lo largo del subsuelo, aún envuelto en frío, con la garganta algo amarga y gelatinosa. Reviso los termostatos, los minúsculos ventiladores y trato de calcular cuánta comida queda en cada celda. No es tan difícil alimentarlos. La mayoría de ellos vive y deglute lo mismo, algunos semillas, otros hojas; algunos madera, otros frutas y hasta tenemos Scarabaeinae que se refocilan con mierda de animales y hasta humana. Cada uno de los terrarios está climatizado de acuerdo al origen de las especies que tenemos, las que Javier escogió para sus estudios y experimentos. Hay vitrinas especialmente adaptadas para los xerófilos que Javier trajo de contrabando desde África y también las hay adecuadas para los coprófagos peloteros que viven en la mierda que conseguimos en la Vega, el Hipódromo, en la plaza que está dos cuadras de la casa y en nuestro propio baño. También hay ambientes diseñados para la reproducción y desarrollo de los Chrysomelidae, los Curcolionidae y los Anobiidae que abundan en el último tercio del bunker que crepita todo el día y toda la noche, antes de llegar a la puerta que conduce al laboratorio de Javier.<br /><br />No sé mucho acerca de sus experimentos. Aunque nunca me lo prohibió, es poco y nada el tiempo que he desperdiciado en aquel lugar aséptico, frío y demasiado albo para mi gusto. La mayor parte de las ocasiones en que he estado ahí es para registrar fotográficamente algunos de los experimentos de Javier, los bichos vivisectados, los especímenes que llegan envueltos en extraños embalajes, procedentes de los lugares más exóticos del mundo, los escarabajos deambulando en sus pequeños dominios, deglutiendo vegetales, mierda y madera. En cambio, Javier es capaz de pasar hasta quince horas seguidas concentrado en sus experimentos, metido entre pipetas, probetas, buretas, gradillas, quemadores, matraces, tubos de ensayo, microscopios, una docena de máquinas que zumban como mosquitos rabiosos e interminables notas que acumula en los estantes de su habitación en estricto orden y esquizofrénico cuidado. Aún así, Javier es un buen tipo, bastante amigable y conversador cuando está de humor y lejos del laboratorio.<br /><br />La puerta ha permanecido cerrada por seis días. Me quedo mirándola y me pregunto dónde diablos estará Javier. Siempre que viaja obedeciendo el llamado de la compañía gringa que lo contrató, me avisa con anticipación, para coordinar el celoso cuidado que debemos tener con los escarabajos, Mal que mal, no es poco el dinero que él ha invertido en los bichos. Yo sólo puse el sótano y mis servicios como asistente, cuidador y fotógrafo por los que Javier me paga bastante bien, lo suficiente como para cubrir los gastos de la casa y todos mis vicios. Pero debo reconocer que hubo un cambio en su actitud días antes de su desaparición. Las llamadas de la compañía que lo había contratado se multiplicaron y después de colgar, regresaba a su trabajo más pálido, silencioso y preocupado que de costumbre. Nunca le pregunté nada. La borrachera constante y la obligación que tengo de ver el mundo que me rodea con los sentidos alterados me impidieron acercarme al amigo quizás en desgracia y respetar el silencio de investigador serio y pragmático que seccionaba coleópteros como si los fuese a cocinar y que al menos una vez al mes, se preocupaba celosamente por enviar informes y muestras de tejido a sus misteriosos contratistas.<br /><br />Estoy a punto de volver al primer piso cuando escucho el delicado y cuidadoso descenso de Alicia. Me detengo como si fuera un fantasma, antes de arribar al primer piso. La escucho avanzar silenciosa por el pasillo que lleva a la sala y de ahí, a la puerta de calle, que cierra con extrema precaución, casi con vergüenza, quizás preguntándose por qué diablos se encamó conmigo otra vez, prometiéndose nunca más volver a hacerlo.<br /><br />Me siento frente al tele enmudecido. Tras él, veo el ventanal que da a la calle y a través de los vidrios sucios, a los predicadores evangélicos que ya recorren la manzana de enfrente jodiéndole la mañana al prójimo dormilón y agnóstico. Algunos niños persiguen una pelota, poniéndose el nombre de famosos jugadores europeos. En la pantalla, dibujos animados inaudibles. En mi mano izquierda, una nueva lata de cerveza y en la derecha, un cigarrillo. Pienso una vez más en Alicia y en las borrachas razones que de vez en cuando nos llevan a tener sexo como si fuéramos animales en celo, y no encuentro lógica alguna en nuestro comportamiento.<br /><br />No sé si es la resaca o simplemente el aburrimiento, pero el encierro me agobia. Termino por vestirme con lo primero que encuentro en el armario, le echo un último vistazo a los escarabajos y enfrento con algo de alivio el exterior helado y grisáceo, rodeado de árboles dormidos, veredas indolentes y escenas rutinarias y pasajeras.<br /><br />A bordo de mi destartalado Chevette, me dirijo al “Magia Negra” en busca de un trago. El Gordo Mendieta me recibe cómplice, aunque sólo se limita a servirme un vodka tónica sin decir nada. Me imagino que tiene perfectamente claro lo ocurrido la noche anterior y si bien las dudas son muchas y corrosivas, prefiero quedarme con ellas.<br /><br />No hay mujeres en el escenario, pero si algunas chicas intentando sacarle tragos a la decena de clientes esparcidos entre las mesas, todos ellos tan solos como yo, buscado respuestas en el reflejo obtuso del vidrio y el licor. Brenda se me acerca.<br /><br /> -Y tú, ¿qué haces por acá a esta hora?<br /><br /> -Inventándome una realidad alternativa- respondo, intentado ser chistoso. Ella sonríe con tristeza y se queda con los codos apoyados en la barra, con un ademán intenso cruzándole el rostro. Sé lo que sufre, sé por lo que pasa día tras día. También sé gracias a Mendieta que le atraigo, que se aguanta el llanto y la rabia cada vez que me ve con Alicia, que la ha encarado un par de veces, convencida que ella es la que juega a ser seductora, sin querer creer que soy yo el que regresa penitente a sus brazos llameantes. Pero nunca me ha dicho nada. Jamás ha salido de su boca una insinuación, una alerta, un llamado. Y aunque Brenda es una mujer bastante atractiva, prefiero no traspasar la línea que nos limita como oferente y demandante.<br /><br /> -Me contaron que ayer anduviste por acá.<br /><br /> -A mí también. No recuerdo mucho de lo que pasó- digo, antes de llenarme la garganta de vodka. Ella ríe. Sé que quiere saber más de lo ocurrido, pero la verdad es esa, es poco y nada lo que puedo afirmar ocurrió la noche de ayer.<br /><br />Pago el trago y dejó el local y a Brenda, que al fin, se decide a abordar a un anciano de rostro canceroso sentado en primera fila, junto al escenario fosilizado. Me subo al auto sin tener claro dónde ir, hasta que recuerdo que Marambio me debe cincuenta lucas, así es que enfilo rumbo a su casa, que es una belleza, por lo menos por fuera. Pintada de colores pastel que realzan las líneas clásicas y como de palacete de su fachada, está cercada por un glorioso jardín selvático donde imagino que algunos de mis escarabajos serían muy felices. Me responde a través del citófono, un tanto urgido, siempre paranoico. No es para menos, pues la belleza de su hogar es sólo externa. Adentro, Marambio ha convertido casi todas las habitaciones en escenarios para las películas porno que le gusta grabar con niñas que aún no cumplen dieciocho.<br /><br />La pesada reja de hierro pintada de negro se abre con estruendo. Avanzo entre el jardín con tintes cámbricos sin dejar de pensar que sería el lugar ideal para liberar varios de mis coleópteros. Cierro la mampara y me quedo de pie en el pasillo, rodeado de cables, algunos focos y trípodes regados sobre el piso alfombrado y pantallas hechizas de tela y plumavit amontonadas a lo largo de los muros. Escucho algunos jadeos pretenciosos desde el segundo piso, voces casi infantiles, risas y carreras rápidas de una habitación a otra. También escucho órdenes de directores sin talento, violentas voces masculinas obligando actos innombrables, llantos, transas infames que exigen posiciones limítrofes, fellatios múltiples y masivas acabadas faciales a cambio de más dinero… Marambio baja la escalera, vestido con una bata sucia, fumándose un porro inmenso de hiriente aroma, despeinado y con la barba de tres días. Aunque durante unos segundos parece una especie de dios olímpico descendiendo desde las alturas, no tardo en volver a la realidad y darme cuenta que Marambio no mide más de metro y sesenta, que la estampa tonificada y deportiva con que lo conocí ha desaparecido hace una década y que sus aires de proxeneta son más bien producto del consumo constante y excesivo de drogas duras que han dejado en su cerebro una severa malformación mesiánica con la que trata a sus pequeñas actrices, actores y hasta sus amigos.<br /><br /> -Qué te trae por acá, Gorgojo- pregunta con voz estruendosa.<br /><br /> -Venía a cobrarte las cincuenta lucas que te presté el mes pasado. Ando medio apretado y bueno, tú sabes…<br /><br /> -Es que deberías dejar de ir a encamarte con las maracas de Mendieta y venir a buscar carne joven acá. Además, te pagaría bastante bien…<br /><br /> -No. Tú sabes que no es lo mío…- Marambio se queda mirándome como si sus poderes mentales fueran a convencerme de trabajar para él. Luego de unos segundos, ríe a carcajadas.<br /><br /> -Espérame. Te las traigo al tiro.<br /><br /> Vuelve a subir. Apenas se pierde tras la balaustrada, entre luces que cortan los muros y el cielo, enciendo un cigarrillo.<br /><br /> -Hola.<br /><br />Bajo la mirada. En algún momento, Catalina ha aparecido por el pasillo, deteniéndose frente a mí. También viste una bata, pero ésta es de seda brillante y primorosa, y moldea su pequeño cuerpo seductoramente, haciéndola parecer mayor de lo que es. Sus rizos castaños caen libres sobre los hombros enmarcando un rostro que perfectamente podría estar jugando a las muñecas en el parque a esa hora de la tarde.<br /><br /> -Hola- le respondo. Me quedo mirándola con ganas de invitarla a dar un paseo y a comer helado. A pesar de su actitud fría y casi desafiante, es fácil descubrir tras aquel escudo quince escasos y sufridos años. Catalina es la estrella de las películas de Marambio desde los trece y actualmente su pareja, aunque sólo entre las paredes de la casona, el lugar que se ha convertido en su propio y claustrofóbico mundo.<br /><br /> -Hace tiempo que no venías por acá- dice ella, despreocupada, encendiendo un cigarrillo.<br /><br /> -No había motivo.<br /><br /> -¿Te quedarás un rato?<br /><br /> -¿Para qué?<br /><br /> -No sé… Nunca me has visto actuar- replica ella con tal inocencia que mi cuerpo se congela.<br /><br /> -Ahí está tu plata- interrumpe Marambio, entregándome un fardo de billetes de diez mil pesos. No alcanzo a replicar nada.<br /><br /> -Con intereses incluidos- aclara él y empuña mi mano, obligándome a aceptar. No me resisto. La plata nunca está demás.<br /><br />Dejo la casa. Me subo al auto, no sin antes pensar en que podría irme a pie, respirar el aire oscuro de Santiago, ese que te mata más que te revive, pero echo a andar el motor para recorrer las pocas cuadras que separan el palacete morboso de Marambio de mi cuchitril.<br /><br />En pantalla está Bette Davis. No sé qué película es, nunca he sido muy bueno para memorizar sus nombres, pero estoy seguro que la he visto muchas veces antes. Me lleno el estómago de cerveza y pienso de vez en cuando en Alicia y en Javier y su repentina desaparición. No sabría que hacer con los escarabajos ni con el laboratorio. Supongo que no los mataría. Seguiría alimentándolos, engordándolos, vería crecer sus salvajes familias y dejaría que se reprodujeran hasta superar las barreras de sus terrarios incómodos. Los dejaría tomarse la casa, los dejaría alimentarse de mis heces y de mis entrañas, los dejaría invadir las manzanas de Santiago como una plaga y destruir todo a su paso, pero supongo que sería mejor una eutanasia digna y certera y fumigarlos con algún efectivo pesticida. Es lo mismo que debería hacer conmigo antes de ponerme la chaqueta y enfilar rumbo al “Magia Negra” una vez más, en busca de Alicia y de vodka que llene el vacío cáustico que me corrompe y que me arrebata el sueño, el aire y la cordura.<br /><br />Pero antes, los observo. Chequeo los termostatos, la calidad del aire que respiran y les dejo algo de comida en una labor lenta y repetitiva que, sin embargo, me relaja. Ahí van algunas semillas, otras tantas papas, algunas hojas tropicales, restos de mierda de caballo, de perro y mía. Una vez que los veo refocilarse en sus banquetes, apago las luces principales y convierto el sótano en un extraño mundo regido por pequeños focos que iluminan tenuemente las vitrinas, convirtiendo el espacio en una caverna prehistórica. Doy media vuelta y voy en busca de Alicia, sólo para verla bailar una vez más, para ver su rostro furibundo al recordar que hace un día, nuevamente fue mía, quizás sin quererlo, más borracha que cuerda, dejándose llevar por otra de sus tantas decisiones equivocadas, pero mía al fin y al cabo. Y yo la miraré y me deleitaré con sus movimientos ofidios y sus ojos fatales, buscando la excusa, el momento, la situación idónea para llevármela otra vez a la casa y saciar mi sed de ella, de sus besos, de sus jadeos, de su indiferencia indómita y de su carne sabor a sal y lentejuelas podridas.Las Puertas del Deliriohttp://www.blogger.com/profile/03927568272950005092noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-4087909597829724922.post-75622022132968422582008-04-29T14:00:00.003-04:002008-04-29T14:09:58.526-04:00El Aroma del Miedo<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiDc9ebDQG9VSrRwRzMKg9Auo0B0h2ntKKijqTOlPUNum8pY3D1lt3R2RgHKaz_Nv-i0kREh4F7VoeU1IjQ9isvvaNJ42hZmyoF0gsjiBAX8vX7H-DRqgeF9M1YpyomhpQp2iD0IozO0uLz/s1600-h/pistola.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5194731022458483458" style="FLOAT: right; MARGIN: 0px 0px 10px 10px; CURSOR: hand" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiDc9ebDQG9VSrRwRzMKg9Auo0B0h2ntKKijqTOlPUNum8pY3D1lt3R2RgHKaz_Nv-i0kREh4F7VoeU1IjQ9isvvaNJ42hZmyoF0gsjiBAX8vX7H-DRqgeF9M1YpyomhpQp2iD0IozO0uLz/s320/pistola.jpg" border="0" /></a><br /><div>El asesino sabe cuando atacar. Percibe el olor del miedo desprendiéndose impúdico de la piel de su víctima. El asesino sabe que es el momento, que el pánico paralizará a la presa y que la bala entrará sin ninguna resistencia en la nuca servil del sacrificado. El asesino lo sabe y es por eso que deja que aquel hedor impronunciable lo embriague, lo posea, lo guié entre tinieblas como un murciélago en constante búsqueda de sangre. El asesino deja que sus manos sean guiadas por aquellas señales límbicas y certeras que rasgan piel y sentidos muertos hasta que de pronto, vuelve a la realidad pobre y bidimensional de sus propios sentidos otra vez conturbados por escasas señales de orgiástica catarsis.</div><br /><div>El asesino lo sabe. Sabe que aquel aroma es inconfundible y concreto. Sabe que siempre sus víctimas despedirán aquel olor aunque sus ojos indiquen lo contrario. Sabe que es un sabueso condenado a probar aquel elixir violento y brutal que lo hipnotiza. Pero el asesino también teme. teme que algún día, su propia piel sea la expela aquel aroma fantasmagórico y encandilante...</div>Las Puertas del Deliriohttp://www.blogger.com/profile/03927568272950005092noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-4087909597829724922.post-31336702229754641282008-04-27T12:22:00.005-04:002008-04-27T12:45:25.450-04:00Las sorpresas de Myspace...<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhLmSjOliI7UI0HbTm3ic5AfQMZwtYMf4uWsQ4GV1DMfNI4_rygOxYbzpoMgSS8KfyR3a7i4DN1VwE32Ge3p1pTG4Bp4XVbbhjhcOzjdqAGwizIaJGvlkEwOEIdyON-VVS_pqFN_D0ddxow/s1600-h/m_6121c7c9f5e50ab87fd2bf5451a152c3.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5193966990726198002" style="FLOAT: right; MARGIN: 0px 0px 10px 10px; CURSOR: hand" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhLmSjOliI7UI0HbTm3ic5AfQMZwtYMf4uWsQ4GV1DMfNI4_rygOxYbzpoMgSS8KfyR3a7i4DN1VwE32Ge3p1pTG4Bp4XVbbhjhcOzjdqAGwizIaJGvlkEwOEIdyON-VVS_pqFN_D0ddxow/s320/m_6121c7c9f5e50ab87fd2bf5451a152c3.jpg" border="0" /></a><br /><div>Pucha, chiquillos y chiquillas, hoy día tenía pensado escribir algo completamente diferente, pero sopresas te da la vida, y mientras pensaba como comenzar esta nueva página de mi público e impúdico diario de vida, me contacté con mi vieja amiga y ex-compañera de carrera Paulina Tala que tiene un proyecto musical llamado <strong>Tigermilk</strong>... Curioso, es obvio que ingresé a su sitio Myspace (<a href="http://www.myspace.com/tigermilklikelassie">http://www.myspace.com/tigermilklikelassie</a>) para chequear de qué se trataba y bueno... está ok... En serio, no porque sea mi amiga voy a hacerme el loco, pero la idea es muy buena. Falta pulir eso sí, el sonido no es de lo mejor y a veces se nota la falta de experiencia, pero se deja escuchar con sumo cariño y más que todo, con atención... Recomendable para oídos amigos de <strong>Moloko</strong>, <strong>Brian Eno</strong> y <strong>Cardigans</strong>... En serio, una muy grata experiencia que espero, sea disfrutada por muchos...</div><div></div><br /><div>Y bien, la misma Pauly me recomendó a <strong>Emily Haines</strong>, una completa desconocida para mí, pero cuya música (que en la misma vertiente de los mencionados), a pesar de tener un toque más pop y una que otra pasada "a la <strong>Cocteau Twins</strong>", también se deja escuchar con excesivo agrado. Chequeen unos temitas en <a href="http://www.myspace.com/emilyhaines">http://www.myspace.com/emilyhaines</a> y les aseguro que no se arrepentirán.</div><div></div><br /><div>Bueno, eso era por hoy, preciso y conciso y sin tanto pajeo mental... Es domingo, por favor, gimme a break!!! La idea es seguir disfrutando de Tigermilk y Emily Haines... Usted, por favro, también hágalo...</div><div></div>Las Puertas del Deliriohttp://www.blogger.com/profile/03927568272950005092noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-4087909597829724922.post-89104926841487720412008-04-25T22:45:00.005-04:002008-04-25T23:03:57.890-04:00El Efecto Eternidad<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgRZlp_VBzkNUFi-ohBL4CKKxw0Ja68Pi5HepLInMjEv2KAoqDg-PrbLV1FfW-x1DECEtUoywtVCnkekrixKzqQ1RqjCTC-dm4dXXis-EJRVFDLYWy8sxzPaGOQfasGC6Ly97k5G8vSNftF/s1600-h/2004825114811teclado.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5193384232383607522" style="FLOAT: right; MARGIN: 0px 0px 10px 10px; CURSOR: hand" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgRZlp_VBzkNUFi-ohBL4CKKxw0Ja68Pi5HepLInMjEv2KAoqDg-PrbLV1FfW-x1DECEtUoywtVCnkekrixKzqQ1RqjCTC-dm4dXXis-EJRVFDLYWy8sxzPaGOQfasGC6Ly97k5G8vSNftF/s320/2004825114811teclado.jpg" border="0" /></a><br /><div><div><span style="font-size:85%;"><em>I am the modern man, who hides behind a mask</em></span></div><div><span style="font-size:85%;"><em>So no one else can see my true identity</em></span></div><div><span style="font-size:85%;"><em>MR. ROBOTO. STYX</em></span></div><br /><div>Después de recibir una decena de invitaciones en mi correo electrónico, el otro día decidí unirme a la comunidad Facebook. Debo reconocer que también fui inflenciado por una nota de prensa que me animó a probar si era tan maravilloso como comentaban ciertos usuarios y de verdad, me encontré con la grata sorpresa de haber reencontrado a personas que no veía desde hace años. Es un sistema entretenido y ameno, muy amistoso y bastante enviciador, hay que reconocerlo.</div><br /><div>Sin embargo, una vez pasada la euforia de los primeros días comienzo a preguntarme por qué nos gusta hacer esto, por qué nos fanatizamos con encontrar gente a través de este sistema, por qué posteamos y descubrimos nuestra vida, nuestra imágenes, nuestras ideas y pensamientos en la red. No quiero juzgar, pues yo también lo hago y no sé si es malo o bueno, pero si estoy seguro que en lo más profundo de nosotros, creemos que en el mundo virtual, podemos ser tan eternos como personajes de novela, podemos quizás hasta ser nosotros mismos y continuar recorriendo la red aún muchos años depsués de nuestra muerte, sin haber hecho nada meritorio, sin haber construido un edificio o escrito un poema inmortal (como cuando parafraseamos "me gusta cuando callas..."), sin haber sido líderes ni asesinos en serie ni mucho menos benefactores humanitarios. No. Simplemente basta con subir unas fotos, escribir un par de boludeces en aquel estraño lenguaje de chat que me repele y así, pasar a la posteridad, transformarnos en parte de este moderno Muiltivac avizorado hace medio siglo por Asimov y que ahora nos anida entre cables y caricias virtuales.</div><br /><div>Pero estamos todos en el juego. Aquí estoy yo, por ejemplo, volteando mis ideas sobre el mismo medio que recoge mis palabras y que probablemente las lleve más allá de mi propia existencia ¿Tendrá eso algún valor intrínseco? ¿Será la inmortalidad del ser pensante infromático? ¿Una versión aterrizada de El Hombre del Jardín (Dioses sois)? No lo sé y apenas me atrevo a imaginarlo. Apenas me atrevo a imaginar la cantidad de información y por consiguiente de historias de vida, sentimientos, ideas e ideales que fluyen por las venas plásticas de internet y que, mal que mal, dotan de vida al sistema y a nosotros, de pequeños sucedáneos de vitalidad que no alcanzarán para salvarnos la vida, pero si para propagar por muchos años nuestra sangre electrónica a través de chips y programas, alimentando la red, alimentando los ojos cansados de algún otro ser que, quizás, se pregunte en muchas décadas más lo mismo que me pregunto yo... A lo mejor encuentre una respuesta...</div><div> </div></div>Las Puertas del Deliriohttp://www.blogger.com/profile/03927568272950005092noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-4087909597829724922.post-69857953754430881032008-04-24T14:26:00.002-04:002008-04-24T14:31:30.503-04:00CARRUSEL<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEimI7d9pSBqYUsACNcyqsMpgzN8dcLThvRzA3HY3CyE674noecV25lBW2gHdciHEpttK7X_0c4E-BdyFUxHguC6p7VsmAjyn0TgxusQHMf7esbIcbrO8nRsb_W2tJ7IzlXILQWDLiy-23A-/s1600-h/ELP_Black_Moon.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5192880922346058434" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; CURSOR: hand; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEimI7d9pSBqYUsACNcyqsMpgzN8dcLThvRzA3HY3CyE674noecV25lBW2gHdciHEpttK7X_0c4E-BdyFUxHguC6p7VsmAjyn0TgxusQHMf7esbIcbrO8nRsb_W2tJ7IzlXILQWDLiy-23A-/s320/ELP_Black_Moon.jpg" border="0" /></a><br /><div>Siempre pensó que los caballitos del tiovivo tenían vida propia, que por las noches, cuando nadie los observaba, sus ojos de madera o plástico crudo, se movían tristemente en sus cuencas, buscando una escapatoria, mientras sus cerebros toscos se preguntaban por qué estaban ahí, atravesados por un pesado fierro oxidado que los amarraba siempre al mismo periplo circular, sin destino y sin sentido. Una vez mas, Aníbal observó los rostros quedos, tallados por quizás que oscuro artesano, y siguió el curso de su paseo oscilante y forzado.<br /></div><div>De pronto, la maquinaria se detuvo completamente. Algunos zumbidos apagados se mezclaron con las voces vivas de los niños que comenzaban a desmontarse de los equinos de maciza y mal coloreada piel, ayudados por sus padres. Aníbal hizo lo propio con Alberto. Lo tomó por las axilas y lo levantó en vilo para luego, dejar que sus pies se posaran suavemente sobre la tierra.<br /></div><div>–¿Qué vamos a hacer ahora?– preguntó el niño.<br /></div><div>–Lo que tú quieras, Beto. Lo que tú quieras.<br /></div><div>Caminaron entre los juegos mecánicos con lentitud. Aníbal deseaba disfrutar del rostro azorado del pequeño que miraba en todas direcciones, fascinado con los movimientos perfectos de las maquinarias que se abrían ante sus ojos como perfectos artilugios creados por un mago. Su mano derecha, menuda y regordeta, indicaba algunos aparatos, pidiendo explicaciones que Aníbal concedía gustoso, mientras la tarde caía sin prisa alguna.<br /></div><div>–¿Quieres subirte al carrusel de nuevo?<br /></div><div>El niño asintió con la cabeza. Aníbal dio media vuelta y caminó hacia el carrusel que continuaba dando vueltas lentamente sobre su eje. Los caballos inanimados embotaron nuevamente sus sentidos, un tanto atrofiados por el calor y la luz poderosa del sol en retirada que golpeaba su espalda. Y mientras Alberto, alborozado, intentaba abarcar con la mirada el paisaje que se deslizaba a través de sus ojos como el fondo de un taumatropo, Aníbal luchaba por evocar claramente el momento en que por primera vez, subió a un tiovivo, cuando sintió entre sus piernas el brío desbocado del caballo blanco que corría en círculos, volviendo al mismo punto en donde su padre lo observaba con gesto adusto y los brazos cruzados sobre el pecho, esperando que las vueltas parsimoniosas concluyeran pronto. Pero Aníbal no quería descender, Aníbal no quería que la carrera hacia ninguna parte terminara. Aníbal no quería volver a la casa. Entonces, el caballito de fantasía se convertía en un pegaso orgulloso y libre, y lo llevaba más allá del parque de diversiones, más allá del horizonte y de las nubes algodonadas que lo encerraban entre castigos eternos y golpes repetidos hasta en sus pesadillas. Así, Aníbal llegaba hasta la tierra prometida, en donde sin padre que lo vigilara mientras soñaba, podía pasar todo el día montado sobre un tiovivo gigantesco y orgánico, cabalgando hacia la eternidad.<br /></div><div>El carrusel se detuvo bruscamente. El brillo de los ojos de Alberto desapareció y la algarabía cacofónica del parque irrumpió de improviso en los oídos de Aníbal. Subió a la plataforma metálica y cogió al pequeño.<br /></div><div>–Ahora, vamos a tomarnos un helado.<br /></div><div>Aníbal recordó que jamás su padre tuvo ese gesto hacia él. Los paseos por el parque de diversiones eran una rutina obligada, un espacio inanimado entre una cerveza y otra, horas perdidas e inútiles en que todos sus sentidos estaban centrados en el regreso a casa, en sus turbios y funestos negocios, en la prostituta que pagaría esa noche, y no al país de los sueños donde él vivía mientras el carrusel no dejara de moverse. Alberto cogió el cono con entusiasmo. Sus labios quedaron cubiertos de helado y Aníbal sonrió.<br /></div><div>–Vamos a sentarnos a la sombra mientras te comes el helado– dijo, limpiándole la boca con la manga de su camisa. Caminaron hasta el muro que cerraba el parque, buscando la sombra amplia y fría que se extendía hacia el oriente, mientras las risas y la música quedaban atrás, tal como cuando Aníbal dejaba el parque de la mano de su padre, sabiendo que pasarían seis meses o más antes de volver a cabalgar sobre los caballos que lo llevaban lejos del rostro adusto del viejo encañado que caminaba a su lado, ignorando sus lágrimas y súplicas, más preocupado por el temblor galopante de sus manos necesitadas de unas gotas de alcohol.<br /></div><div>Aníbal no quería que el pequeño Alberto pasara por eso. Por eso, utilizó ambas manos para rodear su cuello suave. El niño dejó caer el helado y trató de zafarse del torniquete que le cortaba la respiración, pero Aníbal sabía que no podría. Él no permitiría que Alberto pasara por el mismo suplicio por el que él pasó a lo largo de toda su vida, así es que presionó con fuerza, mientras las imágenes de esa tarde y de tantas tardes anteriores se le mezclaban en la cabeza, siempre signadas por el paso de caballos gigantes y poderosos, que lo llevaban en sus espaldas hacia el mundo que siempre soñó, pero que el mismo paso circular del tiovivo le había cerrado hacía tanto tiempo. </div>Las Puertas del Deliriohttp://www.blogger.com/profile/03927568272950005092noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-4087909597829724922.post-64657053879936804102008-04-23T13:59:00.005-04:002008-04-23T14:22:20.721-04:00El Regreso del Gigante Matamalezas<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhnmIZwj6GTzlVvWE6uxAKWe74_YabvwJnLxq6AC40-qRaa1yW7wdK_WkLRpGNRF9mm-o1pxrrXSu6mDmblD5kTOCTriiMvTfF8713petF0uGFA4H1dfFTCrdTueyU_Piep4B75daamDATJ/s1600-h/fotoblognueva.JPG"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5192507659623264946" style="FLOAT: left; MARGIN: 0px 10px 10px 0px; CURSOR: hand" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhnmIZwj6GTzlVvWE6uxAKWe74_YabvwJnLxq6AC40-qRaa1yW7wdK_WkLRpGNRF9mm-o1pxrrXSu6mDmblD5kTOCTriiMvTfF8713petF0uGFA4H1dfFTCrdTueyU_Piep4B75daamDATJ/s320/fotoblognueva.JPG" border="0" /></a><br /><div><div><span style="font-size:85%;">They seem immune</span></div><div><span style="font-size:85%;">to our herbicidal battering</span></div><div><span style="font-size:85%;">THE RETURN OF THE GIANT HOGWEED. GENESIS</span></div><br /><div>He regresado. Bueno, la verdad nunca me fui. Fue más bien un período de hibernación, esas etapas de cambio de piel, de crisálida medio anacoreta que le vienen a uno de vez en cuando, como para dejar descansar el hígado y la cuchara. Dejé mi anterior trabajo para inmiscuirme otra vez en el ambiente un tanto desbocado de la educación superior, dejé que mi relación con Cindy y Martín madurara, me dedique a terminar el primer borrador de mi novela (ya postearé un adelanto), me dediqué a la música y al otro blog, uno que no requiere tanta injundia personal y mego megalómana, y volví a escribir un par de columnas para el diario. Hice nuevos/as amigos/as, a otros/as los he dejado de ver y con algunos/as he reforzado lazos. Me armé de valor para comenzar una nueva etapa y sí, hasta el momento ha sido un cambio positivo más que negativo, cargado de nuevas experiencias, uno que otro carrete, nuevos proyectos y sueños... No me quejo. Me dejé absorver por mi propio yo para regenerar células muertas y por supuesto que también le he dado vuelta a asuntos que ya creía concluidos... Ya no me siento tan seguro de mis ideas pétreas e intento no escupir al cielo para que no me caiga el pollo mutante en la cara. Me dedico (o trato de hacerlo) más a observar que a comentar y volví a sentarme en la fila de atrás antes que en la cabecera, no por miedo al ridículo, si no que para reafirmar o cambiar mis ideas y esas falsas certezas absolutas de las que me vanagloriaba. Por primera vez en mi vida me siento padre y marido y no es una aberración como yo pensaba. Ya no sufro tanto como antes porque al fin y al cabo la vida es una mierda, pero vale la pena reírse de esa mierda y no maldecirla por las puras. Ya no me masturbo tan seguido, ni física ni mentalmente. Algo de crítico me queda pues el asunto de la píldora me tiene hasta las recachas, pero no ahondaré en eso en este momento sino que postearé un mail que escribí a todos/as mis amigos/as con una respuesta a un profe que salió más cartucho que la cresta, uno de esos persobajes que cree que porque María no uso métodos anticonceptivos, ninguna mujer tiene derecho a hacerlo, quizás temiendo que las pildoritas o los condones no permitan el nacimiento un nuevo Mesías... ja!. Todavía miro mis cicatrices de guerra y me alegra que sean sólo eso, cicatrices. Aún me sorprende la estupidez humana. Aún creo en un mundo, sin intolerancia, donde la ecuación del poder haya sido eliminada y de una vez por todas nos demos cuenta que somos iguales y que no existe otra cosa que el bien común. Todavía sueño con un mundo sin calentamiento global, sin tanta película gringa, con música un poco más inteligente sonando en las radios; pretendo un país sin IVA, un país donde los libros estén al alcance de todos, donde caminemos tranquilos por las calles, donde los vecinos vuelvan a saludarse y no a temerse... Regreso o más bien renazco entre viejas y nuevas concepciones que espero, prosperen en todas aquellas emociones hermosas que provocan en mí Cindy y Martín. Regreso para propender un mundo un poquito más comprensivo, menos violento, más acorde con lo cool que significa vivir en el sigo XXI ¿Volví más profundo? No, para nada... Un poquito más consecuente no más, menos rabioso, más bueno para reír y disfrutar de todas estas porquerías que nos rodean porque en el fondo, comprendí y todos deberíamos hacerlo, que si las huevadas están mal, también es por nuestra culpa y si queremos que alñgo mejore, debemos partir por nosotros y quienes nos rodean... Sí, ya sé que suena más cliché que guión de teleserie, pero, mierda, así están las cosas puh chiquillos y chiquillas... Así están, todavía mal, pero no tanto como para no darse el lujo y el tiempo de despertar sonriendo, creerse el cuento del buen samaritano y poner un granito de arena para que cada día valga la pena vivirlo...</div><br /><div>Saludos desde el inframundo...</div><div> </div></div>Las Puertas del Deliriohttp://www.blogger.com/profile/03927568272950005092noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-4087909597829724922.post-75983582788362955502007-12-25T23:40:00.000-03:002007-12-26T13:09:38.688-03:00Lunar<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj-944cW56whdLeyZnt7X2DnHS8NlOLs2eFDL1wioDuD40CBDBUuQVp0nkST49KuLBmenVOgsLMqFG2_jrvtGqcTzUmju_iC4CM15n1a-LrC9p3I9xCNYJpnKZvho9omonPIsh4yC4ro5_H/s1600-h/1147963739_1.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5148107189842361362" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; CURSOR: hand; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj-944cW56whdLeyZnt7X2DnHS8NlOLs2eFDL1wioDuD40CBDBUuQVp0nkST49KuLBmenVOgsLMqFG2_jrvtGqcTzUmju_iC4CM15n1a-LrC9p3I9xCNYJpnKZvho9omonPIsh4yC4ro5_H/s320/1147963739_1.jpg" border="0" /></a><br /><div>El otro día iba en la micro y en el centro, se subió una mina terriblemente rica. Lo que más llamaba la atención era el lunar que tenía que tenía sobre el labio, una manchita negra, un tanto carnosa, que acentuaba la belleza de su rostro de modo extraordinario. Avanzó por el pasillo sabiendo que todos los hombres que estábamos ahí la mirábamos pasándonos quizás qué rollos. Entonces me puse a pensar que a esa edad, a los veintitantos, el lunar se le veía muy-muy sexy. A los treinta se le vería sensual. A los cuarenta se iba a ver bien. A los cincuenta, el lunarcito se le iba a ver más o menos. Y a los sesenta... bueno, a los sesenta se le va a ver peludo...</div>Las Puertas del Deliriohttp://www.blogger.com/profile/03927568272950005092noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-4087909597829724922.post-23781472364257443292007-11-19T16:00:00.000-03:002007-11-19T16:39:06.526-03:00Pequeños Terremotos<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiPAwufiIzPjbZHXr73DGLmjfDqNcf198EgUUVdUSVxa24WPchZxFHNKiaAzVuYy7qbJyU-OXd4IPPpG9qfOoWPiUWfcDHQfeImIImvO5Z7UjHcQnEV0cwclRKG0IuMve1XK7oL71qB8AUN/s1600-h/DSC_0003.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5134637863504426082" style="FLOAT: right; MARGIN: 0px 0px 10px 10px; CURSOR: hand" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiPAwufiIzPjbZHXr73DGLmjfDqNcf198EgUUVdUSVxa24WPchZxFHNKiaAzVuYy7qbJyU-OXd4IPPpG9qfOoWPiUWfcDHQfeImIImvO5Z7UjHcQnEV0cwclRKG0IuMve1XK7oL71qB8AUN/s320/DSC_0003.jpg" border="0" /></a><br /><div><em><span style="font-size:85%;">Voices that talk and talk towards nothing,</span></em></div><div><em><span style="font-size:85%;">so that nothing's hollow role shall not slide</span></em></div><div><em><span style="font-size:85%;">in on the scene in the solitary theater.</span></em></div><div><span style="font-size:85%;">WE ARE THE DEAD. ULVER</span></div><div></div><br /><div>No, no voy a hablar del disco de Tori Amos ni del terremoto de la semana pasada, aunque ese sorpresivo, atemorizante y desorientador movimiento telúrico es el que en cierta medida obliga estas letras.</div><br /><div>Enter algunas viejas y pendejas histéricas, bocinazos neuróticos, el apuro de muchos por llegar a casa y la sensación de que aquello no había sido si no una señal del apocalipsis próximo, me detuve a pensar en los otros terremotos, los pequeños, esos que nos remecen por dentro y a las personas más cercanas a ti, esos temblores grado 10 que te tiran a tierra y te hacen rogar por unos minutos de calma entre avatares inclementes, apagones espirituales, bajas de energía, cortes en el suministro de endorfinas y derrumbes y grietas en diversas partes del alma y el corazón. Saber, de sopetón y por ejemplo, que tu señora te engaña; que tu padre es en realidad tu padrastro. Perder todo por culpa de un estafador desalmado... que tus hijos ya no te quieran, perder a un ser querido en un segundo... Todas esas tragedias que de repente te golpean como la ola gigantesca de un tsunami y ante la cual debes permanecer estoicamente de pie, sabiendo que al abrir los ojos te encontrarás en medio de una tierra desolada que deberás reconstruir con tus propias manos y trozos de recuerdos esparcidos por aquí y por allá.</div><br /><div>Me parece que esos terremotos son los peores. Nadie más los siente, a nadie más se le cae la casa. A nadie más se le acaba la vida. Es uno mismo quien siente el remezón, en silencio y soledad, y es testigo absorto de cómo el mundo interno colapsa hasta convertirse en una colección de recuerdos magullados y escombros inútiles. Y es ahí cuando nos quedan dos opciones: o sentarnos a llorar sobre la miseria de nustro mundo en ruinas, o poner manos a la obra y comenzar a reconstruir.</div><br /><div>Le tengo miedo a esos terremotos. A mí se me ha movido el piso bastantes veces y es horrible mirar en tu interior y ver todo destruido. Pero más terrible es saber que en esos casos no Chile Ayuda a Chile ni Onemi que te ayude. Solo y perseverante debe levantarte y buscar la forma de dejar atrás la tragedia, los muertos imaginarios y las pérdidas económicas de tu orgullo y volver a empezar... sencillamente volver a empezar y rogar porque en unos años más, algún desgraciado personaje de tu vida o un suceso doloroso y extraordinario no vaya a echar abajo los frutos parchados de la reconstrucción de tu vida...</div><div></div><br /><div><span style="font-size:85%;">*Foto: Erik Rojas</span></div>Las Puertas del Deliriohttp://www.blogger.com/profile/03927568272950005092noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-4087909597829724922.post-45262470443358866462007-11-11T11:30:00.000-03:002007-11-11T17:50:45.331-03:00Inspirado, pero no tanto...<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhofg-BnDpGE-cg3nd62But28w5n5t_6RKKofumEWtRUH9BjlEGFkKOmoaQP8oX_8rJnYSUaC-JBV8S13hHgkLRQ0JlZCV1arEqwOfdE57UmbfOE-r7G7wcZpVNjnKP7yY5jA_6VctNIVEi/s1600-h/devintownsendband_synchestra.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5131599432516799954" style="FLOAT: right; MARGIN: 0px 0px 10px 10px; CURSOR: hand" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhofg-BnDpGE-cg3nd62But28w5n5t_6RKKofumEWtRUH9BjlEGFkKOmoaQP8oX_8rJnYSUaC-JBV8S13hHgkLRQ0JlZCV1arEqwOfdE57UmbfOE-r7G7wcZpVNjnKP7yY5jA_6VctNIVEi/s320/devintownsendband_synchestra.jpg" border="0" /></a><br /><div><span style="font-size:130%;color:#ff0000;">THE DEVIN TOWNSEND BAND</span></div><div><span style="font-size:130%;color:#ff0000;">SYNCHESTRA (2006)</span></div><div></div><br /><div><span style="font-size:85%;"><em>I've been all I've been</em></span></div><div><span style="font-size:85%;"><em>Only for the ego in me</em></span></div><div><span style="font-size:85%;"><em>Hide from the apocalypse around</em></span></div><div><span style="font-size:85%;"><em>TRIUMPH. DEVIN TOWNSEND</em></span></div><div></div><br /><div>La primera vez que oí de Devin Townsend fue en 1993, cuando ese gran guitarrista llamado Steve Vai lo invitó a participar como vocalista en su disco <em>Sex & Religion</em>. El rango vocal de Townsend me impresionó gratamente en aquel año, pero a pesar de eso no volví a saber de él hasta hace unos meses, cuando me enteré que era un tipo bastante respetable dentro del ambiente metalero más alternativo, dada su tendencia a experimentar con diferentes géneros, músicos, nuevas tendencias y tecnologías hasta convertirlo en un compositor casi inclasificable en cualquier estilo, aunque siempre ligado a raíces metaleras.</div><br /><div>Dentro de su nada despreciable discografía, me encontré con este interesante disco en el que Devin se presenta junto a su "orquesta", aunque él sea compositor, genio, figura y mentor de este atractivo y a veces hasta adictivo álbum que a pesar de sus singularidades, no deja de tener cierto parecido a algunas de las maravillas realizadas por el gran Steve Vai. Sin embargo, esta mescolanza aun resulta bastante atractiva y en algunas ocasiones hasta emocionante.</div><br /><div><em>Synchestra</em> es una obra que te golpea los sentidos de principio a fin, en especial por la poderosa, cambiante, emotiva y algunas veces hasta primitiva voz de Townsend. En segundo lugar, es innegable que las secciones de guitarra están muy bien hechas, todas ellas un poco "a la Vai", pero muy sinfónicas, épicas y cautivantes. En tercer lugar, esa agrdable sensación de estar escuchando una álbum conceptual, en el que Townsend juega muy bien con los tiempos, las pausas y los silencios, acelerando cuando es necesario y recogiendo las riendas cuando la música lo requiere, regalándonos también exquisitas secciones intrumentales y vocales de gran delicadeza. Sin embargo, a pesar de mucho momentos impresionantes, al final del disco te queda esa extraña sensación de haber escuchado algo que ya te habías inyectado en los oídos algún tiempo atrás.</div><br /><div>De todas formas, se los recomiendo. Es un disco interesante, con bastantes sorpresas y por sobre todo, con una irresistible imán que a pesar de las deficiencias que menciono, te mantiene con los audífonos bien pegados en las orejas... Ah! De todas formas no está demás mencionar que Steve Vai es uno de los músicos invitados, dato no menor para explicar por qué a veces <em>Synchestra</em> suena tan familiar...</div><br /><div><strong><span style="font-size:85%;">Tracks del disco:</span></strong></div><div><span style="font-size:85%;">1. Let It Roll (2:52)</span></div><div><span style="font-size:85%;">2. Hypergeek (2:20)</span></div><div><span style="font-size:85%;">3. Triumph (7:08)</span></div><div><span style="font-size:85%;">4. The Baby Song (5:30)</span></div><div><span style="font-size:85%;">5. Vampolka (1:36)</span></div><div><span style="font-size:85%;">6. Vampira (3:27)</span></div><div><span style="font-size:85%;">7. Mental Tan (2:15)</span></div><div><span style="font-size:85%;">8. Gaia (6:03)</span></div><div><span style="font-size:85%;">9. Pixillate (8:17)</span></div><div><span style="font-size:85%;">10. Judgement (5:55)</span></div><div><span style="font-size:85%;">11. A Simple Lullaby (7:09)</span></div><div><span style="font-size:85%;">12. Sunset (2:31)</span></div><div><span style="font-size:85%;">13. Notes From Africa (7:42)</span></div><div><span style="font-size:85%;">14. Sunshine And Happiness [Secret Track] (2:36)</span></div><br /><div><span style="font-size:85%;"><strong>Tiempo Total:</strong> 63:08<br /></span><span style="font-size:85%;"><strong></strong></span></div><div><span style="font-size:85%;"><strong></strong></span></div><div><span style="font-size:85%;"><strong>La banda:<br /></strong>- Devin Townsend / voz principal, guitarras</span></div><div><span style="font-size:85%;">- Brian Waddell / guitarra</span></div><div><span style="font-size:85%;">- Ryan Vanpoederooven / batería</span></div><div><span style="font-size:85%;">- Dave Young / teclados</span></div><div><span style="font-size:85%;">- Mike Young / bajo</span></div><div><span style="font-size:85%;">Invitados:</span></div><div><span style="font-size:85%;">- Steve Vai / solo de guitarra en <em>Triumph</em></span></div><div><span style="font-size:85%;">- Deborah Tyzio / Voz en <em>Pixillate</em></span></div><div><span style="font-size:85%;">- Heather Robinson y Chris Valagao / voces adicionales<br /><strong></strong></span></div><div><span style="font-size:85%;"><strong></strong></span></div><div><span style="font-size:85%;"><strong>Info del disco:</strong><br /><em>Synchestra</em> tiene dos ediciones, una regular y otra especial en digipak con un booklet de 16 páginas y un DVD con una grabación de 57 minutos en vivo aunque en un studio, de la <em>Devin Townsend Band</em>.</span></div>Las Puertas del Deliriohttp://www.blogger.com/profile/03927568272950005092noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-4087909597829724922.post-5217101937427375932007-10-19T05:26:00.000-03:002007-10-19T05:51:38.196-03:00Desvanecido y Desvelado<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhW18O5Yj2nuNzOEKUgCTO9YtEUgZ5VXFQq1TnYjxZxbIuIY1q3ecO9GU083pMc1G-ydW8Y7WuQI9PtcJcfP5lZ0Tb6iVx95zVv2XZttIhJyWb9kX5OXw3eMWy0DVhuDLlk3sVHy1eH4Wsi/s1600-h/ojo.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5122967682103264194" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; CURSOR: hand; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhW18O5Yj2nuNzOEKUgCTO9YtEUgZ5VXFQq1TnYjxZxbIuIY1q3ecO9GU083pMc1G-ydW8Y7WuQI9PtcJcfP5lZ0Tb6iVx95zVv2XZttIhJyWb9kX5OXw3eMWy0DVhuDLlk3sVHy1eH4Wsi/s320/ojo.jpg" border="0" /></a><br /><div><span style="font-size:85%;"><em>When I grow up I'm never gonna sleep </em></span></div><div><span style="font-size:85%;"><em>When I grow up I'm never gonna cry </em></span></div><div><span style="font-size:85%;"><em>When I go out I'm never coming home </em></span></div><div><span style="font-size:85%;"><em>When I grow up I'm never gonna die</em></span></div><div><span style="font-size:85%;">SLEEPYTIME GORILLA MUSEUM. SLEEP IS WRONG</span></div><div></div><br /><div>Son casi las 5.30 de la mañana. Acabo de terminar una pega y me reclino en esta silla de mierda, tratando de buscar algo de comodidad aunque sé que es inútil. El cigarrillo sabe amargo, como si hubiera pasado el filtro por mote. El Windows Player se salta de la pesada versión de <em>On the Air Tonight</em> de <strong>Nonpoint</strong> al majestuoso metal progresivo de <strong>Riverside</strong> y <em>Dance with the Shadow</em>. Y yo, bueno, dejo que los pensamientos, las ideas, las alucinaciones, los sueños rotos, las fantasías sexuales, las cosas que haremos juntos este fin de semana y la esperanza en un futuro mejor se agiten dentro de mi cabeza, como buscando salir por el agujero dejado en mi cráneo por alguna bala invisible.</div><br /><div>El insomnio insufrible y odioso que me ataca de vez en cuando me hace hacer estas locuras; qudarme despierto, manteniéndome ocupado en diez cosas diferentes, como si temiera que al dormir fuera a perderme de un gran acontecimiento o peor aún, como si temiera morir en el sueño. No es sano, lo sé, pero a pesar de cierta desesperación desmotivada, la verdad es que no hay mejor momento para crear que durante la noche, cuando el teléfono muere, cuando no hay ruidos en la calle, cuando sólo queda la música que se desliza como brisa en mis oídos, cuando el mundo parece congelado en un cuadro eterno y sólo un reloj es capaz de decirte que eso es sólo una ilusión, pero qué hermosa ilusión! Es entonces que quiero sacarle el jugo a cada minuto y escribir hasta que los dedos me duelan, hasta que no queden historias en mi cabeza, hasta quedar totalmente exhausto en espera del sol, que no sé si me quemara como a un vampiro o si podrá hacerme dormir aunque sea un par de horas porque, puta, mal que mal la vida sigue y las responsabilidades al día siguiente son las mismas y la cara y el ánimo tienen que ser de lo mejor para enfrentar un nuevo día de trabajo. Ese es el único problema con quedarse desvanecido y desvelado...</div><br /><div>Eso sí, Bestia, algo me pasa cuando estoy contigo... Como me siento tan protegido, es quizás sólo cuando estoy junto a ti que puedo conciliar el sueño... Extraño, no?</div><br /><div>Por ahora, me quedo con la maravillosa <em>Patetica Parte Prima</em> de <strong>Latte e Miele</strong> mientras busco una manera de conciliar el sueño para no andar con cara de poto mañana en la mañana; verte esta noche y estar lleno de energías para disfrutar el fin de semana. Descansar un par de horas y volver a la realidad sabiendo que al fin y al cabo, el desvelo valió la pena, que no es un crimen pasar por estas temporadas, que algo de provecho se le puede sacar a estas horas quietas mientras espero la siguiente noche sin párpados, mientras también pienso en ti, en esta novela que parece no terminaré nunca, en mis cuentos inconclusos, en las entrevistas que debo revisar y las que debo hacer, en la música que debo conseguir, las películas que debo ver, los sueños que me falta realizar... No creo que la noche se haya hecho para dormir. Al contrario, a pesar de todo, es un momento de claridad indolente que inventa nuevas palabras, emociones, epifanías y creaciones y si es así, mierda, claro que estoy dispuesto a seguir sacrificando horas de maldito sueño...</div>Las Puertas del Deliriohttp://www.blogger.com/profile/03927568272950005092noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-4087909597829724922.post-39901673506524532882007-10-15T12:25:00.000-03:002007-10-15T12:59:18.529-03:00¿Por qué el Rock Progresivo?<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEglYYaYzzMRCftVe0U8sfoVwwZCsfIufcqq0wJruu0SeR1-9V-FL5iCtlViCaRFbL6M6vyOEjF4F4h0Mo9chyphenhyphen7T4EQxtLp9GTn8KDYhbRwd55qQMHHhvXlb4CLEFNb92mA15J06jj-ZrcmB/s1600-h/guitarra.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5121593494432007090" style="FLOAT: right; MARGIN: 0px 0px 10px 10px; CURSOR: hand" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEglYYaYzzMRCftVe0U8sfoVwwZCsfIufcqq0wJruu0SeR1-9V-FL5iCtlViCaRFbL6M6vyOEjF4F4h0Mo9chyphenhyphen7T4EQxtLp9GTn8KDYhbRwd55qQMHHhvXlb4CLEFNb92mA15J06jj-ZrcmB/s320/guitarra.jpg" border="0" /></a><br /><div>Muchas veces me lo he preguntado y la respuesta ha ido cambiando con el tiempo. Sí recuerdo muy bien cuando tenía 13 años y mi compadre Mauro me hizo escuchar a Klaus Schulze y yo quedé absolutamente abrumado, como si hubiera sido testigo de la más incomprensible revelación... era la época en que lo que estaba de moda era el rock latino y lo alternativo era ser o punketa o metalero y yo, bueno, con sas ansias un tanto ridículas de sentirme diferente opté por seguir excavando en el brillante, complejo y mágico mundo del rock progresivo que se abría ante mí como una epifanía, inspirador y evocador, la música perfecta para acompañar mis incipientes relatos...<br />En fin, esa búsqueda me llevó a descubrir un mundo más sepultado que desconocido. Decubriría luego obras maestras como Cerca del Abismo de Yes o el En Vivo de Genesis de 1974 que por esos años salió en kct no sé por qué milagro de las distribuidoras nacionales. Más adelante vendrían nuevas y más increíbles obras y yo, en inevitable proceso de crecimiento/madurez/envejicimiento, seguía alimentándome de los viejos clásicos y descubriendo a las bandas que comenzaban a romperla por allá a inicios de los '90... Pero por qué? Es ahí que me di cuenta que los comentarios de los críticos eran ciertos: el Prog, aunque no lo quiera, es elitista. Jamás será masivo ni correctamente comercial y por ahí va su gracia, así como también en su pomposidad y ambición. Y por supuesto, cualquier cosa que no sa masiva, me llama la atención.<br />El Progresivo me ha dado grandes amigos. Hubo un tiempo en que formamos una especie de cofradía* en la que compartíamos los discos que habíamos adquirido y nos quedábamos largas horas escuchándolos y comentándolos, acompañados de unas buenas chelas y hartos puchos. Ahora aún hago lo mismo, aunque por internet. Creo que esas amistades forjadas en torno a un equipo, kctes y luego cedés no se romperán jamás por la sencilla razón que somos tan pocos y escasos los que alucinamos con estas huevadas que nos unimos en manada melómana para combatir o por último hacerle el quite a la música desechable de MTV y la mayor parte de las radios y televisoras. Y es por eso que en este caso, el elitismo del Prog se me hace una cualidad y no un defecto.<br />Entonces, me convierto en bicho raro. Que este gusto a reforzado mi tendencia congénita a cierto nivel de soledad, no es un hecho que niegue. Pero también me ha servido para mirar el mundo de otra manera, me ha enseñado a disfrutar la música desde otra perspectiva, no más elevada pero sí diferente. Con el tiempo, dejé de lado esa estúpida creencia que la música que escuchaba era la mejor del mundo y si bien ahora me encanto con muchas cosas, todavía creo que la ambición incluso desmesurada del Prog es una salvación, no sólo para mí sino que para la música en general, en especial en tiempos en que las letras sin sentido, los ritmos pegajosos y las baladas chicle son pan de cada día. Un poquito de ensoñación y magia no va a matar a nadie y quizás es por eso que ahora, en estos días, mi razón para seguir escuchando Prog es esa: saber y que de algún modo los demás también sepan que la música, entre las tantas características de las que la hemos dotado, también tiene como objetico llevarnos a otros planos de la conciencia, provocar emociones profundas y de vez en cuando, hasta hacernos pensar un poquito más de lo que diariamente lo hacemos. Y el Prog, lo logra.<br /><br /><span style="font-size:85%;">*Saludos a la cofradía que ahora, anda dispersa por el mundo: Mauro, Negro Oscar, Pili, Dennis, Ricardo (Peinado Perfecto), Pupo, Mario, Tito, Leo, Jaime, Toño (Vietnamita), Juan Ernesto, Lore... Si se me olvida alguien, que me avise! Ah! La foto la tomo hace varios años Rodrigo Herrera y fue portada de Revista Sabella...</span></div>Las Puertas del Deliriohttp://www.blogger.com/profile/03927568272950005092noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-4087909597829724922.post-9241593798607062412007-10-11T12:53:00.000-04:002007-10-11T13:12:14.576-04:00Espejo y Cópula<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiMRosgR0QfON1_yzB_xJO9NLAkhLMhN5E0UEvOsLhyF_dyL1t0Vcyl02X-v5VREtueeUDWQcXYSHc1PME2ZaFa6OvMBG1DjnBzWPzO_kVTux9DoJ_S4TkeuxrciB10acbgwHuO9KqEIGrm/s1600-h/pelaorosa.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5120127742352966546" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; CURSOR: hand; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiMRosgR0QfON1_yzB_xJO9NLAkhLMhN5E0UEvOsLhyF_dyL1t0Vcyl02X-v5VREtueeUDWQcXYSHc1PME2ZaFa6OvMBG1DjnBzWPzO_kVTux9DoJ_S4TkeuxrciB10acbgwHuO9KqEIGrm/s320/pelaorosa.jpg" border="0" /></a> <div></div><div>No sé si allá afuera amanece o atardece. Es difícil saberlo después de tantos días y con las pesadas cortinas azules cubriendo fríamente la ventanas de la habitación. Obedeciendo las órdenes que mi cerebro envía en otro idioma, me levanto con la inconciente intención de tonificar mis músculos cansados y renegados. Ella susurra algunas palabras que no entiendo y aún dormida, coloca su mano derecha bajo la barbilla, esbozando una sonrisa tenue. Doy algunas vueltas por la habitación, aún dudando si aquel cuerpo es mío. Me detengo frente al espejo empotrado tras la puerta del cuarto. Observo mis ojos enrojecidos, mi cuerpo en franca decadencia, mi piel macilenta, los escasos pelos que aún se aferran a mi cráneo; mis labios torvos y las arrugas de mi cuello. Observo detenidamente cada sueño y esperanza muerta, tatuadas en mi torso como revelaciones bíblicas. Entonces, observo la habitación que está a mis espaldas a través del reflejo oscuro del espejo y recuerdo que Borges alguna vez dijo que los espejos y la cópula son abominables por que multiplican al hombre. Entonces sonrío y recorro con mis ojos los muros cenicientos, los focos dicroicos que cuelgan del cielo artifical, la ropa que yace sobre el piso, los muebles minimalistas en donde reposan botellas medio vacías de vodka, ceniceros repletos de colillas de cigarrillos, condones llenos de semen... Entonces, veo su cuerpo aún en la cama, retozando cíclicamente y también me veo a su lado. Veo mis manos tomándole la cintura y acuciando el tibio despertar entre susurros y sonrisas cálidas para saber si vamos a hacer el amor de nuevo o si mejor pedimos algo para comer. Y es en ese momento que deseo volver a la cama, pero me quedo frente al espejo para descubrir que ella no es mía y que ese hombre que se levanta no soy yo... Entonces me pregunto por qué mierda este espejo tiene que tener dos caras...</div>Las Puertas del Deliriohttp://www.blogger.com/profile/03927568272950005092noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-4087909597829724922.post-76512015765446395282007-10-08T22:01:00.000-04:002007-10-08T22:49:03.483-04:00Ni tan Chileno...<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhl63-uIs2vbzpJDSwle-xubMokLUsBZhQiV3XX2xYdN5lzBGEiz1ruWvFOQX4feohyphenhyphen_dusE4AkUKCeNsqto7bcxxv1ayFpq3Lz8v5bovFe4nzYrSrC-E1RDaqfSPD3TXqmyZdm3r5LWAQZ/s1600-h/pelao1997.JPG"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5119159596594905986" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; CURSOR: hand; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhl63-uIs2vbzpJDSwle-xubMokLUsBZhQiV3XX2xYdN5lzBGEiz1ruWvFOQX4feohyphenhyphen_dusE4AkUKCeNsqto7bcxxv1ayFpq3Lz8v5bovFe4nzYrSrC-E1RDaqfSPD3TXqmyZdm3r5LWAQZ/s320/pelao1997.JPG" border="0" /></a><br /><div>A un mes del 18, no he dejado de pensar en lo "chilenos" que nos ponemos las semanas previas y más aún durante las celebraciones. Además de haber tenido al menos cinco días para solazarnos con asados varios, tragullos de alta y baja estofa y escuchar la más variada gama de cuecas, cumbias y bailantas, nace en todos nosotros ese sentimiento poderoso y grandilocuente de sentirnos más chilenos que nunca, enorgullecernos de nuestra historia, subirle el pelo a una Junta de Gobierno bastante pelienta, encabezada por un viejo mamarracho cuya salud mental me recuerda bastante a al del otro viejo mamarracho de uniforme gris y lentes oscuros en sus últimos días...</div><br /><div>Como siempre, Coco Legrand tiene razón. Es en esos días que me doy cuenta que somos chilenos, pero a medias no más. Es decir, puta que nos ponemos la camiseta con los mapuches pa'l 18!... La raza indomable, los guerreros por excelencia, la tribu que nunca se sometió a los españoles pero todavía continuamos mirándolos como ciudadanos de segunda categoría. Para que hablar de los descendientes de los pueblos altiplánicos... todavía los vemos como los más simpáticos souvenires. Qué decir de nuestros compromisos deportivos: cuando la Selección gana, vamos arando dijo la mosca y ahí todos decimos "Ganamos!". Pero si los cabros pierden, ahí viene la consabida reprimenda: "Perdieron estos conchesumare! Puta los huevones malos!"... Mejor ni mencionar nuestra xenofobia congénita que es tan segregacionista y cínica, dirigida a peruanos, bolivianos y ecuatorianos con gruesos y ofensivos epítetos, pero que se desvanece frente a los gringos y se convierte en compulsiva xenofilia... A cuántos amigos/as habré escuchado renegar de darle una salida al mar a Bolivia en secreto para después, gritarle a los cuatro vientos que la Latinoamérica bolivariana debe hacerse realidad y que cuál es el problema con darle unos kilómetros de playa de los bolis para que tengan sus barquitos y puedan ir a la playa en verano...</div><br /><div>Tenemos muchas gracias y contradicciones en este sentido chilenista que al parecer, pueder ser hasta genético. Despreciamos la forma de ser del argentino cuando de verdad es envidia lo que nos corroe. Nos pasamos por el trasero a los demás amiguitos del patio trasero de América al momento de comparar historia o desarrollo, negando concientemente que nuestra historia es igual de turbia que las demás y que nuestro desarrollo es una especie de sueño en el cual nos gustaría vivir porque la realidad es totalmente distinta y deja mucho que desear. Despreciamos las costumbres y tradiciones ancestrales de otros pueblos, pero también despreciamos las propias y las reemplazamos por cumbias, huevos de pascua, halloweens, pizzas, sushi, baby showers, dance parties y cuánta huevada creamos que es cool. Aullamos ser chilenos y ni siquiera tenemos muy claro lo que eso significa porque la verdad es que además de una frontera común, no tenemos muchos rasgos socio culturales que nos definan como nación o incluso, como raza. Claro, si hemos crecido con cabezas de pescado como que somos "los ingleses" o "los jaguares de Latinoamérica" y jamás le hemos ganado a nadie... Pero no importa, en algo somos buenos aunque todavía no sabemos para qué (Bueno, por lo menos tenemos dos premios Nóbel de Literatura, supongo que eso sognificará algo, o no?)</div><br /><div>En fin, la exacerbación del chilenismo durante septiembre devela aún más el chauvinismo demagógico que predicamos incluso son quererlo. Y si bien eso puede que nos haga querer ser mejores y demostrar que realmente somos un gran país, la verdad es que nos convierte en títeres bastante patéticos sin un escenario de fondo ni un libreto en el que apoyarnos para jurar que somos algo que dista mucho de la realidad.</div><br /><div><span style="font-size:85%;"><em>*La foto es de Nelson González y fue tomada el '97... Puta que estaba flaco!</em></span></div>Las Puertas del Deliriohttp://www.blogger.com/profile/03927568272950005092noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-4087909597829724922.post-66581230544870904082007-09-15T02:22:00.000-04:002007-09-15T02:50:10.678-04:00Música de Vidrio<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjRxyPSe4xD5EdzyOV7QXVsPkBwXB19xeuf2M5UJNKWA5d7iCJ1QQOIC-eD6LzJ7JLiMW0JgTn1gNw8omeNf7qqctRD0CP8WVGBr-BwL0seUF6WoHj9huGYzNRb4GbDNEbFVO2qgXKuzIPo/s1600-h/aoUM.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5110318576044746754" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; CURSOR: hand; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjRxyPSe4xD5EdzyOV7QXVsPkBwXB19xeuf2M5UJNKWA5d7iCJ1QQOIC-eD6LzJ7JLiMW0JgTn1gNw8omeNf7qqctRD0CP8WVGBr-BwL0seUF6WoHj9huGYzNRb4GbDNEbFVO2qgXKuzIPo/s320/aoUM.jpg" border="0" /></a><br /><div>Además de ser un adicto insensato a la música de Philip Glass, no es mucho lo que sé de su vida. Estudió con Darius Milhaud en la Juliard School en donde fue influenciado por Boulez y Copeland antes de trabajar con el legendario músico indio Ravi Shankar gracias al cual conoció el budismo y sobre todo, los ritmos aditivos de la música del país de Gandhi. Es un ferviente defensor de la causa tibetana. Incomprendido, valupeado y hasta despreciado en los 70 y 80, la "fama" le llegó recién en los 90 y el minimalismo de sus composiciones es parte fundamental de gran cantidad de bandas sonoras de famosas películas (<em>Las Horas</em>, <em>El Ilusionista</em>, <em>Kundun</em>), obras de teatro experimentales (<em>1000 Airplanes on the Roof</em>) y hasta óperas de cuántica iluminación (<em>Einsten on the Beach</em>), además de docenas de discos junto a su ensemble y como solista.</div><br /><div>La cuestión es que Glass se la trae. Se ha convertido en un maestro y gurú de nuevas generaciones de músicos con su minimalismo aditivo y repetitivo, complejo pero aún así emocionante y apoteósico aunque es muy probable que él no busque ese efecto barato. La verdad es que la mayoría de sus álbumes son joyas musicales de intensa musicalidad, plasmadas con melodías cadenciosas y sincopadas, exacerbantes por momentos, volátiles por otros. Sus bandas sonoras son verdaderos himnos y sus discos conceptuales son mundos de complicado entramado musical, capaces de atenazarte el corazón por varios minutos.</div><br /><div>Bueno, el asunto es que Glass viene al caso porque buscando material sobre <em>Dracula</em> para Cindy (mi polola, ustedes ya saben) encontré su versión de la novela de Stoker y de verdad me conmovió por su belleza contenida, su parquedad de recursos, pero aún así su fuerza y sobrecogedor misterio. Chicos/as, se los aseguro, no serán defraudados por este brillante músico gringo que se las trae desde hace tres décadas y que es capaz de romperles el mate con unas cuantas de armonías...</div><br /><div>Traten de conseguirse una de sus más brillantes creaciones <em>Koyanisquaatsi</em>, o bien prueben con la elevada <em>1000 Airpalnes on the Roof</em> o con la sintética <em>North Star</em> o con la extravagante <em>Music with Changing Parts</em>. Les puedo asegurar que son obras adictivas, de exquisita factura; modernas piezas que los/as harán mirar la música desde otro punto de vista...</div><br /><div>Disfrútenlo. De verdad vale la pena, en especial en estos tiempos de tanto ritmo desechable y rapidez mundana. Glass los puede llevar a un equilibrio que jamás imaginaron...</div>Las Puertas del Deliriohttp://www.blogger.com/profile/03927568272950005092noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-4087909597829724922.post-9145934816818959752007-09-07T20:24:00.000-04:002007-09-07T20:45:42.319-04:00A la Manera de MarceauTerminó la discusión con Ana con un portazo unilateral. Dejó sus gritos al otro lado de la barrera de madera y se dirigió a paso firma hacia el auto, masticando todavía alguna que otra frase que debió haber pensado antes para enrostrársela. En lugar de eso, optó por la avenida mal iluminada, los bocinazos destemplados y moder la rabia intangible, maldecir la luz roja que lo detenía por minutos dementes y odiar al mimo que caricaturizaba su rostro furibundo al otro lado del parabrisas... Y más encima, después le pidió plata, acuciado por las carcajadas de los demás conductores.<br />Quizás no fue coincidencia que el mismo mimo de mierda lo estuviera esperando en la misma esquina, el día que lo despidieron. La misma sátira silenciosa, musicalizada por una baliza distante y ornamentada por un par de malabaristas famélicos y de escaso talento. Estuvo a punto de acelerar cuando el artista del silencio recreó un muro invisible justo frente a él, pero se contuvo. Todas sus desgracias no eran culpa del pobre imbécil que se estaba ganando la vida a costa suya.<br />La tercera vez que se encontró con aquel mimo siniestro fue el día que sacó sus cosas del departamento de Ana. Iba tras el camión de mudanzas y creyó que pasaría inadvertido, pero el flaco de rostro pintarrajeado blanco y calzas negras pareció reconocerlo. Se colocó junto a él, imitándolo tras el volante, pero no reaccionó. Se quedó mirando la patente del camión con el ceño fruncido, preguntándose cómo tanta la mala suerte de encontarse con el mismo idiota cada vez que la vida le daba la espalda.<br />La última vez que vio al mimo fue un día viernes, casi a la medianoche. Un tanto borracho, había decidio suicidarse tirándose desde un edificio, pero falto de cojones, ausente de la realidad, con la cola entre las piernas y todavía buscando respuestas a los problemas de su vida, regresaba a la pensión en donde reposaba sus huesos y las pocas pertenecias que Ana le había dejado. La luz roja lo detuvo. Entonces, vio al mimo levantarse desde la cuneta y le pareció que lo hacía con la única obligación de joderlo a él y a nadie más. Vio su rostro malicioso y la burla en sus movimientos y su rostro exagerado por algunas líneas de expresión muy negras y entonces optó por salir del auto, antes que le flaco de calzas negras llegara hasta él. Lo tomó por el cuello y lo arrojó sobre el asfalto para luego, patearlo con todas sus fuerzas, una y otra vez. Se arrodilló sobre el pecho del artista callejero y lo golpeó con los puños hasta que el maquillaje blanco se mezcló con la sangre de ambos. Lo golpeó hasta que supo que el pobre tipo no respondería, hasta que supo que el mimo de mierda no volvería a cruzarse en su camino para reírse de sus torvas desgracias.<br />Entonces, mientras manos anónimas lo separaban del cadáver, se dio cuenta que el muy desgraciado ni siquiera había emitido un grito mientras lo golpeaba.Las Puertas del Deliriohttp://www.blogger.com/profile/03927568272950005092noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-4087909597829724922.post-24546175779244197902007-09-01T01:23:00.000-04:002007-09-01T01:51:43.998-04:00¿Por qué no escuché este disco cinco años atrás?<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhp5udhTtIVIXJG8OnWakB5XGMi4paeRXZ20Rlgfk45A8VHSgTxGSRD8YXz54qSf1S9CY22Tjz6SvDNLfx39fhvU3iks-YQ6niqn6eT9p1O0p23Hl0JyAbgarXBAT569euIZLvXnlcJRb6o/s1600-h/cover_315713482005.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5105108253682195010" style="FLOAT: right; MARGIN: 0px 0px 10px 10px; CURSOR: hand" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhp5udhTtIVIXJG8OnWakB5XGMi4paeRXZ20Rlgfk45A8VHSgTxGSRD8YXz54qSf1S9CY22Tjz6SvDNLfx39fhvU3iks-YQ6niqn6eT9p1O0p23Hl0JyAbgarXBAT569euIZLvXnlcJRb6o/s320/cover_315713482005.jpg" border="0" /></a><br /><div><strong>DREDG - EL CIELO (2002)</strong></div><br /><div></div><br /><div>Bueno, la condenada pregunta es esa: ¿por qué no escuché este disco cinco años atrás? Es decir, cuando fue editado, cuando venía calentito del horno, para poder haberme solazado con su belleza oscura, su nostalgia apócrifa, su miedo invasivo...</div><br /><div><strong>Dredg</strong> es una banda gringa que hace años está dando que hablar en ambientes más subterráneos y no es para menos. Este disco, <em>El Cielo</em>, ha sido considerado por muchos críticos y fans como uno de los mejores de la última década y aunque su más reciente producción <em>Catch Without Arms</em> es definitivamente más comercial, no es menos cierto que estos muchachos, encabezados por Gavin Hayes, tienen talento más que suficiente y un notable sentido musical y melódico.</div><br /><div><em>El Cielo</em> es un intento bastante logrado por musicalizar el cuadro de Salvador Dalí titulado <em>Sueño Causado por una Abeja Volando Alrededor de una Granada un Segundo Antes de Despertar</em> (1944)... sí, amigos míos, un álbum conceptual, pero no se espanten!... Bueno, este cuadro está inspirado a su vez en un fenómeno conocido como "parálisis del sueño" que básicamente consiste en despertar repentinamente, en medio de R.E.M., lo que provoca una especie de shock en el que tu cerebro está despierto, pero tu cuerpo no responde. Eso provoca una serie de alucinaciones, miedo, sensación de estar muerto o muriendo... y ese es el tema principal de <em>El Cielo</em>, y auqnue musicalmente más de un oído vivaracho y aguzado podrá encontrar ciertas y pequeñas similitudes con <strong>Queens of Stone Age</strong>, <strong>Cocteau Twins</strong>, <strong>65daysofstatic</strong>, <strong>Radiohead</strong>, <strong>U.N.K.LE.</strong> y hasta <strong>System of a Down</strong>, lo cierto es que <strong>Dredg</strong> no se parece a ninguno de ellos en realidad. Los 16 temas del disco te llevan de un lado a otro de tus emociones, pasando por calmos pasajes dominados por piano para luego llevarte a las insondables y oscuras profundidades del oscuro sonido de las guitarras eléctricas de Mark Engels desde donde sólo la impecable e implacable voz de Gavin Hayes te puede sacar.</div><br /><div>Definitavemente <em>El Cielo</em> es una moderna joyita del prog alternativo, con una mezcla de pop, metal, sicodelia y por supuesto, rock progresivo, liderado por emotivos riffs y el ritmo limpio y cadencioso de la batería de Dino Campanella. Y todo el conjunto realmente logra traspasarte la incómoda y a la vez agradable sensación de estar viviendo un sueño en muchos capítulos, pero con los ojos bien abiertos...</div><br /><div>Vamos, chicos y chicas, traten de conseguirlo, no se arrepentirán... de verdad es un viaje para hacer en solitario durante una noche estrellada y quedarse pegado con cada una de las eclécticas composiciones de <em>El Cielo</em>...</div><div></div><br /><div><span style="font-size:85%;">Track list</span></div><div><span style="font-size:85%;">1. Brushstroke: Debtfoabaaposba (0:57)</span></div><div><span style="font-size:85%;">2. Same Ol' Road (5:15)</span></div><div><span style="font-size:85%;">3. Sanzen (4:34)</span></div><div><span style="font-size:85%;">4. Brushstroke: New Heart Shadow (1:34)</span></div><div><span style="font-size:85%;">5. Triangle (5:02)</span></div><div><span style="font-size:85%;">6. Sorry But It's Over (4:08)</span></div><div><span style="font-size:85%;">7. Convalescent (3:32)</span></div><div><span style="font-size:85%;">8. Brushstroke: Walk in the Park (1:41)</span></div><div><span style="font-size:85%;">9. Eighteen People Living in Harmony (4:30)</span></div><div><span style="font-size:85%;">10. Scissor Lock (3:21)</span></div><div><span style="font-size:85%;">11. Brushstroke: (Reprise) (1:32)</span></div><div><span style="font-size:85%;">12. Of the Room (3:44)</span></div><div><span style="font-size:85%;">13. Brushstroke: An Elephant in the Delta Waves (1:47)</span></div><div><span style="font-size:85%;">14. It Only Took a Day (3:17)</span></div><div><span style="font-size:85%;">15. Whoa Is Me (5:36)</span></div><div><span style="font-size:85%;">16. Canyon Behind Her (6:40)</span></div><div><span style="font-size:85%;">Total Time: 57:07<br />La banda</span></div><div><span style="font-size:85%;">Gavin Hayes / voz, guitarra acústica, mandolina</span></div><div><span style="font-size:85%;">Mark Engles / guitarra</span></div><div><span style="font-size:85%;">Drew Roulette / bajo</span></div><div><span style="font-size:85%;">Dino Campanella / batería, piano</span></div><div><span style="font-size:85%;">+</span></div><div><span style="font-size:85%;">Ron Saint Germaine / voz</span></div><div><span style="font-size:85%;">Zack Hexum / saxo<br />Greg Ellis /percusión<br /></span></div><div><span style="font-size:85%;">Datos del CD</span></div><div><span style="font-size:85%;">CD Interscope Records</span></div>Las Puertas del Deliriohttp://www.blogger.com/profile/03927568272950005092noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-4087909597829724922.post-67493526914332727832007-08-27T13:23:00.000-04:002007-08-27T15:18:05.121-04:00Perspectivas<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhq1Uck2UrBEm7YjoH9wR2j210KsfdfTgWtt_RIB41lp1qVWnOVSFhjRHl8z2XxDZleOMXGPC-ZtipXSSW4DJCFDjvL-ikcs3dpWsLmLpGeJthiyK6rw1DY_vnRlJlrwvis69pikxCCygn3/s1600-h/soc_006[1].JPG"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5103461619055483442" style="FLOAT: right; MARGIN: 0px 0px 10px 10px; CURSOR: hand" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhq1Uck2UrBEm7YjoH9wR2j210KsfdfTgWtt_RIB41lp1qVWnOVSFhjRHl8z2XxDZleOMXGPC-ZtipXSSW4DJCFDjvL-ikcs3dpWsLmLpGeJthiyK6rw1DY_vnRlJlrwvis69pikxCCygn3/s320/soc_006%5B1%5D.JPG" border="0" /></a><br /><div><em><span style="font-size:85%;">One more kiss<br />Before we die<br />Face to face<br />And dream of flying<br />Who are you?<br />Who am i?<br />Wind in wings<br />Two angels falling<br />To die like this<br />With a last kiss</span></em></div><div><em><span style="font-size:85%;">FACE TO FACE. SIOUXSIE AND THE BANSHEES</span></em></div><div></div><br /><div>La foto es de hace poco más de un mes. Reunión de amigos con la excusa de comentar el matrimonio del Memo y la Chica. La de la foto es Cindy, la mujer que ha conquistado mi corazón en los últimos meses, haciéndome creer de nuevo en el amor. Las cervezas y los cigarrillos son los mismos de siempre, pero distintos. Ahora todo tiene un sabor distinto, más agradable y divino.</div><br /><div>El porqué con Cindy estamos tan bien es una historia muy larga y muy personal. Algún día se las contaré. Por el momento me quedó con esta imagen que de todas maneras refleja parte de esta nueva locura y no es precisamente de eso que quiero escribir esta tarde. Más bien, he estado pensando en cómo cambiar el switch, cómo enfrentar la vida con otros ojos; en cómo superar el miedo a tomar ciertas decisiones y como dije, no me refiero a mi relación cn Cindy. Me las di de "artista" por muchos años y ha llegado el momento de ponerse realista y darme cuenta que no alcanza para vivir, que los sueños propios y comunes y son muy hermosos, pero no alimentan; te coartan varios aspectos del futuro y del presente. Entonces, el entuerto radica en seguir chupando piedras pero tener el epíritu tranquilo, o ganar una cuantas lucas demás y patear la perra todos los días, sabiendo que todas tus fuerzas se malgastan en putos y egoístas objetivos ajenos de los que no eres más que una infeliz y desechable pieza... Y no quiero escuchar nada de equilibrar las dos cosas porque no se puede. Por experiencia propia ya sé que estás fuera o estás dentro, pero no puedes tener un pie en cada lado de la frontera.</div><br /><div>Y en eso estoy, tratando de hacer las paces con estos dos frentes internos que están descrestándose en mi interior, imaginando decenas de futros alternativos, disfrazado de periodista pro status quo a veces, rebelde sin causa y sin plata en otras ocasiones; paladín de las causas perdidas y escritor borracho... monigote asumido de un sistema político y económico que me mata lentamente, que me fagocita y sodomiza a su regalado gusto...</div><br /><div>Eso. Aquí estoy, pensando, dándole vueltas a un asunto no menor, complicado si se quiere, pero del que encontraré una salida, tratando de que mis dos mundo interiores hagan una tregua con relativa felicidad. Y mientras sigo craneando una solución, no me queda más que desear ver a Cindy esta tarde, para que sus manos sanadoras me traigan alguna nueva y necesaria iluminación, para salir de este embrollo escolástico y enfrentar la vida con otros ojos, con otra perspectiva quizás un poco más sumisa, tal vez más reaccionaria... no lo sé, pero sea cual sea este nuevo paso, que realmente sirva para avanzar y no para tropezar como cuando estoy borracho y creo a pie juntillas que la vida se ve mejor a través del poto de un vaso plástico.</div><div></div>Las Puertas del Deliriohttp://www.blogger.com/profile/03927568272950005092noreply@blogger.com3tag:blogger.com,1999:blog-4087909597829724922.post-9551212525732989622007-08-19T21:37:00.000-04:002007-08-19T21:57:37.738-04:00Un Baile y una BoletaElla baila.<br /><br />El, entra al baño.<br /><br />Ella sabe que todos los ojos stán fijos en los movimientos de sus caderas, de su vientre; en sus labios gruesos y brillantes, en su cabello oscuro y ondulado moviéndose al ritmo de la música tránsfuga que le revienta los oídos, evitando que piense demasiado en lo que viene después de salir de escena.<br /><br />El también escucha la música o más bien dicho, los bajos que retumban haciendo saltar las baldosas vestidas de sarro oscuro y hongos caníbales. Deja el papel sobre el estanque y se dice que está buena, que con eso estará duro toda la noche, que se olvidará de los ojos hambrientos y torvos de la audiencia maloliente y tremebunda que desea invadir el escenario para devorarla viva, para hacerse uno con ella por una hora o más, dependiendo del servicio. Se inclina e inspira hondo.<br /><br />Ella se quita el bikini y lo arroja delicadamente a un costado del escenario. Se acuesta sobre la alfombra atigrada, sucia y pestilente. Pretende que es un pantano que la lleva a las profundidades de la tierra, a un nuevo mundo brillante y cálido. Enteirra con dolor sumiso dos dedos en su vagina y escucha el rugir bestial del público, los aplausos y los chiflidos. Abre las piernas y deja que los ojos invisibles de varias decenas de hombres la penetren, la violen en silencio, la posean sin pudor ni miramientos. Entonces, piensa en él.<br /><br />Se levanta y se limpia la nariz. Enrolla el papel, más bien dicho la boleta del supermercado, cuidando que nada caiga, que la dureza no se vaya, que la vida permanezca encerrada en esos escasos centímetros blancos. Traga con vehemencia y siente el amargor opaco de la coca secándole la garganta. Inspira y siente cómo sus fosas nasales se dilatan más allá de lo que creyó humanamente posible. Se moja el rostro y vuelve al salón.<br /><br />Ella lo ve en la barra, acompañado por un whisky. Sus ojos pretenden un saludo reconfortante, pero son otras pupilas las que la llevan a una mesa decorada por veinte vasos vacíos y una botella de whisky aún vigente. El viejo le sirve dos dedos y la mira como si fuera una diosa. Ella sonríe y le susurra al oído que todo el servicio es con condón. Cuarenta lucas la hora, besos caricias, posiciones. Todo, menos greco...<br /><br />El la ve subir las escaleras en busca de las habitaciones que se hacinan en el segundo nivel. Maldice al viejo obeso y borracho que va con ella, pero agradece tener a una mujer así, tan fiel y comprometida, tan sumisa y jugada... Sonríe y desprecia el mote que tiene en el bolsillo, sabiendo que ella le traerá unas lucas para comprar otro. Pero mientras la piscola se lleva los últimos rastros blancos y agrios que se aferran a sus dientes, se pregunta en qué momento, en qué maldito momento sus sueños se convirtieron en papeles arrugados y escenarios mal iluminados.Las Puertas del Deliriohttp://www.blogger.com/profile/03927568272950005092noreply@blogger.com2