viernes, 7 de septiembre de 2007

A la Manera de Marceau

Terminó la discusión con Ana con un portazo unilateral. Dejó sus gritos al otro lado de la barrera de madera y se dirigió a paso firma hacia el auto, masticando todavía alguna que otra frase que debió haber pensado antes para enrostrársela. En lugar de eso, optó por la avenida mal iluminada, los bocinazos destemplados y moder la rabia intangible, maldecir la luz roja que lo detenía por minutos dementes y odiar al mimo que caricaturizaba su rostro furibundo al otro lado del parabrisas... Y más encima, después le pidió plata, acuciado por las carcajadas de los demás conductores.
Quizás no fue coincidencia que el mismo mimo de mierda lo estuviera esperando en la misma esquina, el día que lo despidieron. La misma sátira silenciosa, musicalizada por una baliza distante y ornamentada por un par de malabaristas famélicos y de escaso talento. Estuvo a punto de acelerar cuando el artista del silencio recreó un muro invisible justo frente a él, pero se contuvo. Todas sus desgracias no eran culpa del pobre imbécil que se estaba ganando la vida a costa suya.
La tercera vez que se encontró con aquel mimo siniestro fue el día que sacó sus cosas del departamento de Ana. Iba tras el camión de mudanzas y creyó que pasaría inadvertido, pero el flaco de rostro pintarrajeado blanco y calzas negras pareció reconocerlo. Se colocó junto a él, imitándolo tras el volante, pero no reaccionó. Se quedó mirando la patente del camión con el ceño fruncido, preguntándose cómo tanta la mala suerte de encontarse con el mismo idiota cada vez que la vida le daba la espalda.
La última vez que vio al mimo fue un día viernes, casi a la medianoche. Un tanto borracho, había decidio suicidarse tirándose desde un edificio, pero falto de cojones, ausente de la realidad, con la cola entre las piernas y todavía buscando respuestas a los problemas de su vida, regresaba a la pensión en donde reposaba sus huesos y las pocas pertenecias que Ana le había dejado. La luz roja lo detuvo. Entonces, vio al mimo levantarse desde la cuneta y le pareció que lo hacía con la única obligación de joderlo a él y a nadie más. Vio su rostro malicioso y la burla en sus movimientos y su rostro exagerado por algunas líneas de expresión muy negras y entonces optó por salir del auto, antes que le flaco de calzas negras llegara hasta él. Lo tomó por el cuello y lo arrojó sobre el asfalto para luego, patearlo con todas sus fuerzas, una y otra vez. Se arrodilló sobre el pecho del artista callejero y lo golpeó con los puños hasta que el maquillaje blanco se mezcló con la sangre de ambos. Lo golpeó hasta que supo que el pobre tipo no respondería, hasta que supo que el mimo de mierda no volvería a cruzarse en su camino para reírse de sus torvas desgracias.
Entonces, mientras manos anónimas lo separaban del cadáver, se dio cuenta que el muy desgraciado ni siquiera había emitido un grito mientras lo golpeaba.

1 comentario:

Juan Carlos dijo...

Osea, el mimo murió en su ley. Tal vez esa fue la burla final.

PD: Me cargan los mimos >=D