jueves, 14 de agosto de 2008

EL BUEN ESCARABAJO (Capítulo 2)

LUNES

Now I walk alone out here in the cold...
Wandering astray
Where's my future?
BUG EYES. DREDG

Sobresaltado, abro los ojos. Definitivamente, esta no es mi habitación ni ninguna de las de mi casa. Dejo atrás la suavidad tibia y avasalladora de estas sábanas desconocidas incorporándome con rapidez, sólo para darme cuenta que hay otro cuerpo en la cama. De inmediato sé que es Brenda. Reconozco su cabello almidonado, su fragancia fresca entre las costras de mis fosas nasales, las curvas sacras de su cuerpo lechoso y moldeado. Me maldigo con rabia y resignación, pero pronto recupero la calma. Ambos estamos vestidos y si bien hay partes de la opereta de ayer que olvidé, estoy seguro que no crucé la línea que nos convierte en simples oferentes y demandantes de placer noctámbulo.

Me coloco los zapatos y la chaqueta y dejo su departamento antes que despierte. No sé si sólo me hablará con la ternura que la caracteriza o si me recriminará por no haber aprovechado la oportunidad de estar juntos, de unirnos en éxtasis catártico de amor borracho y drogado. Por el momento, prefiero no descubrirlo.

Echo a andar el Chevette aún sin saber muy bien dónde estoy. Doy algunas vueltas despistadas antes de darme cuenta que navego aún algo borracho por las calles quietas y vetustas de Independencia. Enfilo rumbo a casa, sin dejar de pensar en lo necesaria que es una cerveza a esa hora y en la serie de testarudos pasos que me llevaron a terminar junto a Brenda en vez de Alicia. Como suponía, su rostro se desdibujo en una mueca de desprecio indescriptible cuando me vio en la barra. Ni siquiera se acercó a saludarme, en una actitud que me pareció bastante divertida e infantil y aunque las tripas se me apretaban cada vez que paseaba frente a mí con un cliente, camino a los privados, intenté tomármelo a la ligera y no dejar que sus miradas lascivas, las sonrisas tentadoras ni el movimiento ardiente de su culo en despedida, me quitaran la actitud despreocupada y hasta fría que había adoptado como sumiso escudo en ese desigual combate.

La llegada de Wilfredo, Diego y el Humanoide me desligó definitivamente de la presencia de Alicia. Nos apoltronamos en una mesa distante del escenario y nos rodeamos de tres chicas, entre ellas, Brenda. Pedimos una ponchera de pisco y un par de tablas de carne y comenzamos a hablar de cualquier estupidez, con tal de hacer la noche entretenida. Entre espesas nubes de humo gris, recuerdos de viejos tiempos, las pujas de Wilfredo por desnudar a la mina que lo acompañaba, unos cuantos viajes al baño más necesarios para llenarnos la nariz de polvo que para orinar, y los paseos indolentes de Alicia buscando saber cuáles eran los temas de nuestras conversaciones, las horas se convirtieron en quebradizas alas de polillas. Ya no tenía ganas de hablar y menos de escuchar las mismas viejas anécdotas que hasta hace un rato me divertían como si jamás las hubiese oído. Brenda se quedó sentada sobre mis piernas, también observante y en silencio, imbuida en sus pensamientos, desgracias y ensoñaciones de desenfocada medianoche. Los parroquianos comenzaron la retirada y sólo nosotros permanecimos ahí, entre risotadas y palabrotas, obnubilados por nuestros propios sentidos apernados a botellas sin fondo.

-Terminó mi turno- dijo Brenda, levantándose delicadamente.

-Entonces es hora de irse- murmuré, sintiendo la lengua como un trapo mojado y sucio.

-¿Me acompañas al paradero?- pidió ella, con cierta indiferencia. Asentí con la cabeza, olvidando los comentarios celestinos de Mendieta, y me despedí de mis compadres. La espera en el exterior anormalmente gélido duró apenas unos minutos, lo suficiente como para permitir que el alcohol se apoderara de las sinapsis escasas que a esa hora lograban conectarse en mi cabeza. Lo suficiente como para ver salir a Alicia, quedarme mirándola con media sonrisa pánfila y desechar la idea de dejar sola a Brenda e irme con ella, otra vez a lo mismo, nuevamente al siniestro purgatorio en el que repetíamos vicios y pecados que no queríamos olvidar… Lo suficiente como para comprar una promoción de pisco y bebida y posibilitar una conversación más íntima con Brenda que aceptó la oferta con una sonrisa cómplice.

Hacía mucho tiempo que no hablaba de mi pasado con alguien. La última vez que lo hice fue con Alicia y no sé por qué decidí hacerlo también con Brenda. O quizás sí lo sabía. Pretendía espantarla, desilusionarla, abatirla con la patética historia de una vida desperdiciada y sin sentido. Entre trago y trago, relaté que había sido un exitoso publicista, una animal de las comunicaciones corporativas, con los bolsillos llenos de dinero y rodeado de los más inútiles y superfluos lujos imaginables. De pronto, un día, desperté y sentí que mi corazón no latía. El vacío se apoderó de mis acciones. Hasta hoy no tengo una idea clara de cuál fue el motivo de ese despertar sórdido y espantoso que me convirtió en una especie de muerto en vida. Lo que sí sé es que lo dejé todo, absolutamente todo para ir en busca de algo que tuviera sentido, que realmente me motivara a levantarme cada mañana y fue así como las drogas y el alcohol se convirtieron en el sucedáneo de esa búsqueda intrascendente y destinada al fracaso. Y cuando creí hallar una luz en los ojos aleonados de Alicia, lo que realmente había encontrado no era más que un espejismo y la confirmación del absoluto fiasco en se que había convertido mi vida. Pero ya no había vuelta atrás. Ya estaba metido hasta el cuello entre mis absurdas contradicciones, los experimentos de Javier y mis escarabajos.

-¿Qué escarabajos?- preguntó ella.

-Nada importante… Otro día te contaré esa parte de mi vida- dije, antes de cerrar los ojos con la intención de descansar unos segundos, sin saber que me quedaría profundamente dormido.

Jamás Javier me había pedido que callara acerca de lo que hacíamos en la casa, pero nunca me había atrevido a contarle a nadie de los coleópteros que retozaban en el subsuelo. Una cuestión de respeto, pero también de compadrazgo con los bichos que me recibían alborozados cada vez que acudía a alimentarlos, a revisar todos los detalles que los mantenían vivos y a sus anchas en aquella cómoda prisión, como cerdos camino al matadero que en vez de ser devorados un domingo cualquiera, apenas si serían cercenados en minúsculos pedazos que se convertían en anotaciones infinitas en los libros de apuntes de Javier y bien empaquetados y asépticos envíos a Estados Unidos.

Cierro la puerta del auto como si hubiese terminado el capítulo de una novela que no me gustó, pero de inmediato me doy cuenta que apenas si empiezo a leer otro peor. Catalina, la pendeja que protagoniza las porno de Marambio, está sentada en la puerta de la casa.

-¿Qué haces aquí?- la regaño, empujándola hacia el interior de la casa.

-No sabía dónde más ir, Gorgojo- responde ella, entre lágrimas demasiado abundantes e incómodas. Demoro un rato en convencerme que está realmente afectada, que algo muy malo debió haber pasado y es entonces que le traigo un vaso con agua que la niña apenas prueba antes de seguir sollozando. Me siento frente a ella y le pregunto una vez más qué ocurrió.

-Los pacos llegaron hoy día en la mañana. Rompieron las puertas y las ventanas, las cámaras, los trípodes, las luces; se llevaron las cintas y agarraron a Félix y varios actores y niñas que se habían quedado a pasar la noche, después de terminar de grabar ayer… Yo alcancé a esconderme en el garaje, estuvieron a punto de pillarme, pero para ellos era más importante Félix y cuando lo detuvieron y encontraron las cintas y las drogas, lo demás dejó de preocuparles… De verdad que no tengo a quién más recurrir, Gorgojo…

-No me digas así. Ese es un apodo de mal gusto que me dio Marambio.

-¿Cómo te digo, entonces?

Lo dudo por unos instantes. Mientras menos sepa yo de ella y ella de mí, es mejor. Debo pensar una forma rápida, sencilla y perfecta para deshacerme de Catalina… pero aún así, y como suele ocurrirme, hablo sin pensarlo muy bien.

-Dime Aníbal.

Ella sonríe, como si agradeciera honestamente aquel gesto de confianza, pero debo desilusionarla lo antes posible.

-Mira, Catalina, quiero que me respondas dos cosas. Una es por curiosidad, ¿cómo mierda fue que llegaste acá? La otra es más seria y nos va a ayudar mucho a superar este entuerto, ¿dónde vive tu familia?

Ella palidece antes de responder con palabras lentas y enronquecidas.

-Muchas veces pasé por acá en el auto de Félix y él me decía dónde vivías, cada vez que hablaba de lo mucho que le gustaría que actuaras en las películas… ¿Y por qué quieres saber de mi familia? Yo no quiero volver a mi casa, si es que todavía existe. Yo…

-¡Pero no te puedes quedar acá, Catalina! Este no es lugar para una niña y yo no te puedo cuidar.

-¿Me vas a decir que la casa de Félix era lugar para una niña?

-No, claro que no, pero aquí tampoco lo es… Mira, lo mejor será que juntos pensemos dónde te puedes ir, un tío, un primo, tus abuelos, quién sea, pero tiene que haber alguien que te pueda acoger.

-Es que no hay… Y yo no voy a volver a casa de mis papás. Prefiero mil veces trabajar con treinta hombres todo el día antes que ver a mi papá otra vez.

Me quedo mirándola tratando de comprender sus palabras, sin atreverme a imaginar qué puede ser tan terrible para Catalina que prefiere soportar aquella aberración antes que volver a su casa. En cosa de segundos, su actitud cambia diametralmente. Se para frente a mí y comienza a sacarse la ropa.

-Yo sé cómo convencerte para que dejes que me quede acá…

Me levanto y le sostengo los brazos, evitando que continúe aquel espectáculo patético y denigrante. Le tomo las manos con fuerza y la miro fijamente a los ojos.

-Está bien, está bien… Puedes quedarte, pero vamos a buscar una solución, ¿te parece?- Ella sonríe. Su rostro vuelve a convertirse en el de una niña y su mirada iluminada expresa un intangible y profundo agradecimiento. En ese preciso momento es que la puerta de calle es agitada por violentos y rítmicos golpes. Le indico a Catalina que suba las escaleras y me espere arriba, en silencio.

-Buenos días- saluda el hombre de impávido terno gris, lentes de marco grueso, calva pronunciada y voz engolada.

-¿Qué se le ofrece?

-Mi nombre es Froilán Alzamora y represento a Kingdom Pharmaceuticals. Busco al señor Aníbal Gaete.

-Con él.

El tipo se queda mirándome con las cejas levantadas. Ante la impertinencia, no tengo otra opción que hacerlo pasar a la sala que observa a la rápida, pero con notorio desagrado.

-Bien, señor Gaete, demás está decir que mi interés radica simplemente en saber dónde está el señor Javier Kelly. Hace una semana que no tenemos noticias de él y nos urge ubicarlo para resolver una gran cantidad de problemáticas que han surgido en torno a su… desaparición y por supuesto, que tienen directa relación con las investigaciones que ha llevado a cabo para nosotros en el último quinquenio.

No puedo evitar una sonrisa. El tono de su voz es bastante divertido y sus frases suenan como salidas de una radio a transistores.

-La verdad, señor Alzamora, al igual que usted, no tengo la más remota idea de dónde pueda estar Javier.

-Me sorprende, pues usted trabaja con él y es prácticamente su único amigo. Le insisto que necesitamos ubicarlo con suma urgencia para resolver varios asuntos pendientes en torno a su notable investigación.

-Mire, hace una semana Javier salió de la casa mientras yo estaba fuera, en una… reunión. No dejó ninguna nota ni me hizo ningún comentario antes de partir; no contesta su celular ni ha respondido mis correos electrónicos y créame que estoy tan preocupado como usted pues no tengo idea qué diablos hacer con los escarabajos si es que este infeliz no aparece.

Alzamora se queda mirándome con recelo y suspicacia. Mantengo mis ojos adoloridos firmes, pegados en los suyos, apenas visibles tras el vidrio grueso de sus anteojos.

-Lamento decirle que en este momento usted es el único contacto que tenemos con Javier. Pero más lamento decirle que su discurso no me convence. No es conveniente para usted encubrir las excentricidades ni las pataletas de su amigo.

-Eso me pareció una amenaza.

-No señor, no es una amenaza. Es una observación.

-Siento mucho no poder ayudarlo, pero la verdad no tengo idea dónde pueda estar Javier.

-La Farmacéutica va a estar muy desilusionada. De seguro tomarán otras medidas, así es que le recomiendo averiguar dónde puede estar metido el señor Kelly. Y ahora, si no fuera molestia, me gustaría ver en qué estado están los coleópteros y el laboratorio. Le recuerdo que represento a Kingdom Pharmaceuticals y que todo lo relacionado con las investigaciones y experimentos del señor Kelly nos pertenecen y que nuestros intereses…

-Sí, sí, sí… Ya lo sé. Venga por acá.

Lo llevo hasta el sótano. Prendo las luces y por un momento pienso en quedarme y acompañarlo, con la única idea de cuidar que su torpeza burocrática no le haga daño a los escarabajos, pero su presencia me es tan insoportable que prefiero cerrar la puerta y dejarlo solo, con una libreta y su pluma, mientras observa los terrarios con mal actuada concentración.

Voy a ver a Catalina. Se ha quedado dormida sobre mi cama, con el tele encendido aunque sin volumen. Me siento junto a ella, tratando de no perturbarla. Supongo que por primera vez en mucho tiempo, duerme tranquila. Ni siquiera me atrevo a imaginar por lo que pasó en la casa de Marambio, pero no puedo levantar banderas de lucha. Siempre supe lo que ahí ocurría y nunca hice nada. Es más, nunca he hecho nada en mi vida de lo que pueda sentirme relativamente orgulloso, algo por lo que la posteridad me mencionará en libros o reportajes del cable. Abro el cajón del velador sólo para comprobar que no me queda coca. Por el momento, no la necesito, pero sospecho que esta noche me hará mucha falta, tal como durante los últimos años. Pero aún no es momento. Debo esperar que Alzamora termine su ridículo inventario de bichos para despacharlo y recién, cumplir con el oráculo fatal y predeterminado, cual funesto héroe griego.

Me recuesto. Subo un poco el volumen del tele. Imágenes impactantes de un sembradío de algodón en Estados Unidos invadido por una plaga de escarabajos picudos, hecho que al parecer se ha repetido desde hace unos días en distintos lugares de Norteamérica. Sonrío. No es para menos, dado que los Anthonomus Grandis que tenemos en el sótano lucen de los más tranquilos e inocentes. De ahí, la conductora anoréxica pasa al deporte y luego, a un par de panoramas culturales… Y en seguida, en algún momento indefinible, me quedo dormido, entre imágenes de los posibles presentes alternativos de Javier pasando por clandestino, Marambio encerrado en una celda y Alicia bailando desnuda en el “Magia Negra”, sólo para mis ojos.

Despierto un par de horas más tarde. Catalina ni siquiera se ha movido de su posición. Alzamora ya debe haberse ido, pero de todas maneras prefiero cerciorarme y desciendo al sótano con actitud pedante, buscando el enfrentamiento que justifique sacarlo de mi casa si es que aún anda jodiéndole la vida a mis escarabajos… De la corporación, sí, seguro, como si ellos se desvivieran día y noche por ellos… Pero todo se me da vueltas cuando encuentro a Froilán Alzamora tirado en el piso, en decúbito dorsal, con los ojos bien abiertos y las pupilas dilatadas fijas en el falso cielo gris, las manos engrifadas sobre las baldosas rojas y negras, el estómago increíblemente hinchado… y varios adéfagos e histéridos paseándose por su boca horriblemente abierta, entrando y saliendo a su regalado gusto. Me quedo mirándolo por largo rato, como si esperase que aquello fuera una broma de mal gusto, pero los escarabajos en febril movimiento aumentan en cantidad constantemente. Ahora, son los necrófagos quienes comienzan a ocupar el lugar de los pequeños depredadores que al parecer, le quitaron la vida a Alzamora. Busco una forma racional de reaccionar, pero el siseo alegre de los escarabajos aún en sus terrarios me hipnotiza, obligándome a sentarme en los peldaños de la escalera que lleva a la planta superior, para observar con detención absorta y fría como el cuerpo de Alzamora es devorado con paciencia sibarita.

Soy testigo de cómo el cadáver desaparece lentamente antes mis ojos, hasta que pasos en la escalera me alertan. Sé que es Catalina y debo evitar que presencie aquel acto de inusual canibalismo. Cierro la puerta del sótano tras de mí en el preciso instante en que ella arriba al primer piso.

-Me asusté- dice con un hilo de voz. -Pensé que me habías abandonado- En seguida, se abalanza a mis brazos congelados, conmovida por algunas lágrimas involuntarias que se diluyen en mi polera.

-Acompáñame- le digo. -Debo ir a la casa de una amiga-. Ella se queda mirándome inquisitiva. Es entonces que recuerdo que no tiene con qué vestirse, que llegó hasta mi casa apenas cubierta por la misma bata con que la había visto ayer y unas pantuflas que asemejan la caricaturesca cara de un oso.

-No importa. Te quedas en el auto y después te voy a comprar algo de ropa. Vamos.

La tomo de la mano y me la llevo al Chevette. Trato de simular que nada ha ocurrido, pero siento todo mi cuerpo temblar y la piel obscenamente helada y quebradiza. Echo a andar el motor y aplasto el acelerador como si nunca más fuera a volver atrás. Por el momento, aquella acción desesperada me sirve para volver a poner en orden mis pensamientos y confiar nuevamente en mis sentidos.

La Bárbara en realidad no es la Bárbara. Jamás le he preguntado su nombre verdadero (me parece una descortesía imperdonable) pero sí se que como transexual se dedicó muchos años a la prostitución hasta que descubrió que vender droga era mucho más redituables y menos esclavizante. Además, después de un par de décadas de comercio carnal, ya tenía en las palmas de sus manos a una nada despreciable cantidad de pacos, tiras, abogados y jueces que por nada del mundo se meterían en su nuevo negocio, so pena de descubrir sus oscuras aficiones sexuales que por lo general, involucraban mucha pasividad, juguetes de extraordinario uso y por supuesto, groseras dosis de drogas y alcohol.

Así, Bárbara se convirtió en una notable traficante, con una clientela bastante exclusiva y no muy numerosa. Sé que me tiene un cariño especial, porque las cantidades que le compro son irrisorias en relación a sus respetables y derrochadores clientes habituales. El por qué, no lo sé, pero probablemente se deba a una de esas conversaciones largas y profundas que sostuvimos en cada carrete que nos encontrábamos.

-¿Quién es?- es lo primero que pregunta al ver, por sobre mi hombro, a Catalina.

-Una sobrina- respondo mecánicamente, antes de entrar a la fortaleza que Bárbara tiene por casa, enclavada en medio de Observatorio.

-No sabía que tenías familia- me dice Bárbara, con la voz enronquecida por el tabaco. Se desliza como si no moviera los pies sobre la cerámica de la sala, contoneando sus caderas rotundas, descubriendo brevemente sus piernas largas y sinuosas entre los pliegues del vestido largo que acrecienta las formas regulares de su talle erosionado por la transformación forzada y costosa.

-Estás lleno de sorpresas- dice, mientras me prepara una bolsa gorda como pelota de béisbol. Se voltea hacia mí y extiende el paquete, pero antes que logre alcanzarlo, lo oculta tras su espalda.

-¿En qué malos pasos andas, Aníbal?

-En nada, Bárbara, ¿por qué lo preguntas?

-No me digas que esa es una de las cabras chicas de Marambio…

-No, cómo se te ocurre.

-Fíjate que se me ocurre. Nunca te has caracterizado por hacer lo correcto, así es que esto no sería una excepción.

Es en ese instante que se me ocurre qué hacer con Catalina.

-Tienes razón, es una de las pendejas de Marambio, pero está conmigo por una razón muy poderosa. Esta mañana se lo llevaron detenido y ella corrió a esconderse en mi casa. Eso es todo. El problema es que ahora no sé qué hacer con ella- Intento simular frustración, tristeza y preocupación. Mis ojos se enrojecen voluntariamente y con los párpados a punto de ser superados por lágrimas de fantasía, me quedo mirando a Bárbara. -¿Tú… Tú podrías quedarte con ella mientras busco dónde dejarla definitivamente?

Ella ríe a carcajadas.

-¿Estás loco? ¿Cómo se te ocurre que voy a tener una niña aquí en la casa? Tú sabes que tengo droga en todas partes y el tipo de gente que viene acá a comprar y a carretear… No, Aníbal, olvídalo. No te puedo ayudar.

-Por favor, no tengo a quién más recurrir… Por lo menos un par de días… Sé que puedo ubicarla en la casa de algún pariente pronto, pero debes darme dos días, si no, la vengo a buscar y me la llevo.

Bárbara me mira con recelo. Trata de descubrir la mentira, trata de escrutar dónde está la debilidad de mi defensa, pero al parecer, no la encuentra.

-Está bien. Dos días. Eres una persona confiable y además no creo que quieras perder la mejor mano que tienes de coca. Pero el miércoles en la tarde te quiero acá, ¿entendido?

La abrazo en señal de sincero agradecimiento y suelto un par de lagrimones áridos. En seguida, tomo el mote, pero antes de cerrar la puerta, me dirijo una vez más a Bárbara.

-De verdad, muchas gracias… Prometí ir a comprarle algo de ropa, así que voy a ver qué le encuentro y te la traigo de vuelta, ¿vale?

Bárbara asiente silenciosa antes de devolverme al exterior helado y demasiado gris. Las nubes en el cielo presagian un vendaval violento y déspota.

-Ahora sí, vamos a comprarte un poco de ropa- le digo, esbozando una sonrisa con pretensiones paternalistas, algo que definitivamente no debe verse muy bien en mi rostro, tan poco acostumbrado a lucir sano y virtuoso. No le voy a hablar del trato con Bárbara hasta que regresemos. Así me evito un buen drama y concentro mis energías en resolver el dilema de los escarabajos y Froilán Alzamora, mientras Catalina pierde tiempo buscando algo que le agrade. Es entonces que siento en mis entrañas la necesidad absurda de tomarme un gran y frío vaso de vodka tónica, para ayudar a mi cerebro a ver las cosas con más claridad y descubrir qué diablos fue lo que pasó en el sótano, cómo fue que los escarabajos salieron de sus celdas, cómo es que de un momento a otro se convirtieron en feroces y regocijados caníbales de interiores humanos. La sospecha es obvia y recae en los experimentos de Javier, en estos últimos cinco o seis años de ensayos y errores, en la concentración esmerada de su trabajo y en el miedo en su mirada cada vez que se contactaba con la Farmacéutica para enviar o recibir información.

Javier Kelly fue una especie de niño prodigio. Luego de estudiar Medicina, concentró su curiosidad en los insectos y fue así que continúo haciendo varios cursos y diplomados en el extranjero, todos ellos centrados en profundizar sus conocimientos entomológicos. El por qué su interés un tanto obsesivo por los escarabajos, jamás lo comprendí totalmente, pero algo había entre medio de religioso y sagrado, relacionado con antiguas costumbres de los cristianos paganos de comienzos de esta era señalada por la crucifixión de un tal Jesús, un tipo revolucionario que hablaba de un mundo imaginario y perfecto que, por supuesto, no era este ni jamás lo sería; una de esas utopías desenfrenadas a las que muchas personas se aferran para justificar y asumir todas las desgracias con las que jamás aprenden a convivir ni superar.

-¿Te gusta?- pregunta, saliendo del probador. Se ve bien de jardinera, zapatillas y sweater rosado. Asiento con la cabeza y ella me sigue por los pasillos laberínticos de la multitienda, cargando media docena de bolsas, con el rostro rozagante y los pasos un tanto torpes e inseguros.

Lo primero que pienso una vez de regreso al auto es en ir a dejarla donde Bárbara, pero algo me contiene. No sé si es imaginarla en el jardín de la casa, con las bolsas colgándole lánguidas de los brazos y la lluvia disolviéndola como un mal recuerdo o si simplemente se trata del frío que me instiga a regresar pronto a la casa, a echarme un poco de vodka al cuerpo, tirarme unas rayas y acostarme a ver tele. De todas maneras, no le digo nada y enfilo rumbo noreste, buscando la protección de mi techo.

Dejó a Catalina con el tele encendido en mi habitación, combinando la ropa que le he comprado, jugando a modelar. Con la excusa de ir a servir algo para beber y comer, me deslizo primero al sótano, sólo para descubrir que quizás fue sólo una alucinación la que me hizo creer que un tal Froilán Alzamora estuvo frente a mí hace unas horas, pues en el suelo, en el mismo lugar donde lo vi muerto y comenzando a ser deglutido por alegres escarabajos, no hay absolutamente nada. No hay restos de carne o huesos, no hay jirones de tela, no hay señales de documento alguno que pruebe su existencia, que conversó conmigo, que me amenazó, que representaba elegantemente a Kingdom Pharmaceuticals… No hay nada. Ni siquiera el constante crepitar de los escarabajos. Todos permanecen en sus terrarios casi inmóviles, con sus rostros indescifrables pegados a los vidrios, dirigidos a mi figura, como si ya estuvieran pensando en echárseme encima para probar mi piel, mi sangre, mis entrañas remojadas en alcohol barato. No tengo el ánimo ni el valor para revisar sus jaulas y realmente atemorizado, abandonó el subsuelo, sin quitarles los ojos de encima.

Catalina entra y sale de la habitación, probando distintas tenidas. El primer sorbo de vodka sube inmediatamente la temperatura de mi cuerpo y me siento mucho más cómodo y relajado. Los noticieros se centran en el hecho que temprano había sido casi una anécdota y que ahora se había convertido en titular obligado, la invasión de plagas de coleópteros en plantaciones y cultivos de distintos lugares del mundo. Estoy seguro que Javier y yo, por supuesto, tenemos que ver con aquel desastre, con las nubes oscuras de escarabajos cayendo feroces sobre algodoneros, maíz, cocoteros, arrozales… Ahora comprendo por qué Kelly desapareció e incluso, por qué Alzamora está muerto. O por lo menos creo entenderlo. Alarmados, los anclas destacan que se han usado una gran cantidad de pesticidas para eliminar las plagas, sin resultados positivos, y que éstas se muestran particularmente numerosas, voraces y hasta organizadas. Incluso, se han registrado ataques contra seres humanos que han obligado el pasmo de la comunidad científica mundial.

Me retuerzo sobre las cubiertas, buscando sueño y más comodidad. Nada de lo que veo me sorprende demasiado. Los últimos días han sido demasiado extraños como para simular asombro por los acontecimientos que veo en pantalla y menos, por la presencia de Catalina en mi habitación, todavía probándose la ropa que le compré.

-¿Te gusta?- pregunta, mostrándome una nueva mezcla de tenidas. Sonríe y posa exageradamente, burlándose de las modelos profesionales. Yo también sonrío por qué se ve muy divertida con los labios y los ojos desordenadamente pintados y debido a sus gestos sobreactuados. Al final, me despego del televisor y me quedo pegado en las excentricidades de Catalina que aparece una y otra vez tras la puerta de la habitación, inventando modas ridículas y colorinches y otras, audaces y seductoras.

Al rato, se aburre. Se recuesta a mi lado, apoya su cabeza y mi hombro y me rodea el pecho con su brazo derecho.

-¿Quieres que haga algo por ti?- susurra.

-¿Cómo qué?

-No sé… Un mamón, una pajita…

-¿De qué estás hablando?

-Es una forma de agradecer todo lo que has hecho por mí hoy día.

-Hay muchas formas de agradecer, Catalina, no solamente con favores sexuales.

-Es que es lo único que sé hacer bien… ¿vas a querer o no?

-No, no voy a querer. Puedes hacer otras cosas para darme las gracias, como por ejemplo decidirte volver a tu casa. Eso me haría muy feliz.

-Es que no puedo… No quiero…- Ella se larga a llorar, humedeciéndome al poco rato la polera. Me quedo quieto, abrumado por aquella sencilla situación ante la que no sé cómo reaccionar. Otra vez supongo que no es el mejor momento para preguntarle por qué no quiere volver a su casa.

-¿Sabes? Hay otras cosas que puedes hacer para ayudarme. Podrías limpiar el primer piso, echarle una mano al jardín, cocinar… No sé. Hay muchas cosas qué hacer en la casa…

Ella se levanta y se queda mirándome con los ojos hinchados y las mejillas enrojecidas. Aún así, sonríe y vuelve a refugiarse en mi pecho, ahogando los sollozos postreros y moquillentos.

Catalina se duerme. Yo pretendo hacer lo mismo, pero la película es constantemente interrumpida por algunos extras noticiosos que anuncian ataques de voraces escarabajos en el sur de Chile y Argentina. Ni la lluvia incesante, ni los pesticidas prohibidos ni el inútil empeño de matarlos a pisotones uno por uno eran soluciones para la terrible plaga que amenazaba con seguir su infausto camino hacia el norte. Más noticias en la edición de medianoche de nuestro informativo.

La película sigue, pero ya perdí el hilo conductor y la trama me parece de lo más absurda. Me levanto tratando de no interrumpir el sueño de Catalina y parto a la cocina a llenar el vaso de vodka y hielo y mi nariz, con unos puntazos de coca. Estoy a punto de subir, cuando un deseo irrefrenable, masoquista y hasta morboso de ver a los escarabajos me sacude, obligándome a descender a la planta subterránea.

Enciendo las luces y bajo por la escalera estrecha. Me quedo parado frente a las vitrinas suavemente iluminadas y siento escalofríos recorrerme la espina dorsal cuando sospecho que disimulan seguir su despreocupada vida normal; que previo a mi llegada planificaban cómo huir, cómo asesinarme esa noche, cómo reunirse con sus camaradas invasores que venían desde el sur. Deseo matarlos, destruir los terrarios y aplastarlos con mis pies antes que ellos hagan el primer movimiento en este tablero de vidrio que parece tener demasiadas piezas. Pero me contengo. En cierta forma agradezco lo que hicieron con Alzamora y mientras no hagan nada en mi contra, todos esos miedos si bien justificables, son infundados… Por el momento…

No quiero estar en la casa. De verdad, me importa bien poco lo que ocurra con Catalina, pero de todas maneras le dejo una nota sobre la cama, avisándole que volveré temprano, que la casa está a su disposición. Me calzo una gabardina horriblemente hedionda a naftalina, tomo la droga y me cercioro de tener suficiente dinero para pasar la noche en el Magia Negra. Salgo a la calle y recibo la lluvia desgarradora en mi cuerpo, pero ya nada puede limpiarme. Me quedo bajo el agua un buen rato, buscando explicaciones rápidas y baratas a todo lo ocurrido durante el día, pero sé que la suma de las decisiones viene desde hace mucho tiempo y que un análisis somero de mi vida y acciones no bastará para aclararme la mente en esos momentos en que lo único que deseo es olvidar el miedo al próximo amanecer. Al futuro. A los escarabajos…

Y yo que hasta hace sólo unas horas deseaba con ansias que ocurriera algo que me arrancara de este mundo de mierda…

1 comentario:

loukamenguante dijo...

logras vender el miedo... los bicharracos avancen hacia el norte. E imaginar a sus hermanitos haciendose los we en el subte.