martes, 13 de marzo de 2007

Lenguas

Can you bring me liberation?
Do you know the depth of my obscenities ?
DIRTY BLACK HOLE. STEVE VAI

No sabía que fuera tan peligroso besarse arriba de una micro. Lo descubrí cuando estaba en plena faena con Andrés. Ibamos camino a su casa para deleitarnos con una de esas tantas noches de sexo que le pedía al muy bruto después de meses sin llamarlo. Y él, bien domado y sometido, no hacía sino escuchar mi petición ara decir inmediatamente que sí, que me pasaba a buscar a la universidad y que tenía ron y unos pitos para compartir.

Y ahí estábamos, arriba de ese infernal carromato que recorría la avenida a velocidad warp, saltándose los paraderos y esquivando perros que, esporádicamente, ladraban al aire caliente que quedaba tras la máquina, como la cola de un cometa; besándonos deseperadamente, como si el mundo se nos cayera encima. Y fue en ese momento, cuando su lengua lograba tocar el final de mi paladar, cuando un salto tremendo nos separó, arrojándolo a él al pasillo y a mí contra el vidrio. El chofer disminuyó la velocidad y maldijo el hoyo que lo había sacado de su carrera solitaria. Volteé y ayude a Andrés a levantarse y cuando estuvo frente a mí, vi su cara de horror y sus labios chorreando sangre. Entonces, también sentí un objeto ajeno en mi boca; una masa amorfa que se deslizaba entre mis dientes, un trozo de carne sedoso que no podía ser otra cosa que la lengua cercenada de Andrés. La escupí sobre mi mano. Envuelta en trazos muy líquidos de saliva y sangre, estaba la mitad de la lengua de Andrés que comenzaba a gritar como un niño. El chofer captó algo a través del retrovisor y detuvo la máquina en una esquina. Ayudé a Andrés a levantarse y sacarlo de la máquina mientras el chofer miraba atónito su rostro desfigurado y los rastros de sangre que dejaba tras de sí. El pobre se sentó en la cuneta, mirándome suplicante, como preguntando qué había pasado. Yo todavía tenía la lengua en la mano. La gente del kiosko ubicado unos metros más allá comenzó a acercarse y a compadecer al pobre Andrés, mientras un par de celulares aparecían por ahí para pedir una ambulancia. Y yo aún tenía el pedazo de lengua en la mano. Sin saber qué hacer con él y no sé por qué motivo, me lo eché a la boca, quizás para no verme tan ridícula. Fue entonces cuando el sabor de la carne y de la sangre volvieron a apoderarse de mi paladar, pero su sabor era completamente distinto; una especie de mórbida calidez que se filtraba hacia mi garganta, provocándome escalofríos de placer y pequeñas contracciones en el estómago, como si quisiera más de aquel extraño complemento. Miré a la gente que estaba concentrada en la boca de Andrés, mientras yo me deleitaba con aquel trozo de carne blanda que navegaba en mi boca, cada vez más exquisito. Fue entonces que llegó la ambulancia, con la sirena siempre rimbombante y sus luces multicolores trastocando el ambiente hasta hacerlo acorde a mis sensaciones. Andrés, balbuceando monosílabos incoherentes, se tendió en la camilla, mientras dejaba que le tomara la mano. Cerraron las puertas y, en ese instante, supe que ya no podría detenerme.

Cuando los paramédicos abrieron las portezuelas, La cabeza de Andrés no era sino colgajos de carne sanguinolenta agarrados a su cervical. El interior rebosaba de sangre fresca balanceándose al vaivén de mis mascadas que buscaban robar los últimos pedazos de carne que había dentro de su mandíbula inferior. Cuando los vi, no tuve otra opción que saltar sobre ellos y correr hasta perderme en algún rincón de la ciudad que expandía oscuridad a mi alrededor.

Ahora ellos son los que no saben que es peligroso besarse arriba de una micro. Yo sólo los dejo explorarme interminablemente mientras espero que algún hoyo milagroso en el asfalto me dé a probar aquel pequeño aperitivo con los que comienzo a disfrutar de mi cena.

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